Una persona culta es aquella (…) que sabe cómo elegir compañía entre los hombres [y mujeres], entre las cosas, entre las ideas, tanto en el presente como en el pasado. H. Arendt

martes, 23 de septiembre de 2025

«A mi aire»

 


2025

(de mi cuenta de IG: @lauramartierra)

«A mi aire» (7 agosto)

Me gusta estar rodeada de mis plantas, estar cerca de algo vivo que sigue su ritmo al margen de todo: hojas que se caen, flores que nacen y mueren, y, sobre todo, levantar mi vista cansada y dejarla reposar en el verde tranquilizador que pese al calor, el cambio climático, la contaminación de la calle o el descuido de un viaje, sigue ahí.

No concibo una casa sin libros y sin plantas.


«A mi aire» (14 agosto)

Hace unos días le daba vueltas a que debo pensar cómo ofrecer resistencia, pero también debo pensar cómo no ofrecer resistencia…

Igual es una chaladura mía por el calor de agosto…


«A mi aire» (21 agosto)

Soy una firme convencida, desde que a los 15 años me autoproclamé inocentemente atea, que las religiones, sin excepción, deben ser algo privado que se practique en los templos.

No me gusta la ocupación del espacio público por los ritos religiosos. Como atea jamás lo he hecho, así que, por favor, un respeto.


«A mi aire» (28 agosto)

Todo nos encamina a ser productivas, a rendir, a consumir, a las prisas, a la falta de tiempo… Debemos parar y salirnos como podamos de ese papel que nos imponen para ser «alguien».

No hacer nada, perder el tiempo y que este se alargue y recobre su dimensión real, recuperar la lentitud de conversar, leer, disfrutar con la belleza sin valor económico. Todas sabemos lo que nos gusta, con qué disfrutamos, centrémonos en esas cosas.

sábado, 13 de septiembre de 2025

¿Por qué me influye Michael Löwy? A modo de reseña

 



El sociólogo francés de origen rumano Lucien Goldmann, escribió en su libro Las ciencias humanas y la filosofía, el siguiente pasaje que considero iluminador:

«Todo escritor o pensador encuentra en torno a sí un gran número de obras literarias, morales, religiosas, filosóficas, etc. que constituyen un número igual de influencias posibles entre las que deberá elegir necesariamente. El problema que se plantea el historiador no se limita de ningún modo a saber si Kant ha recibido la influencia de Hume, Pascal, Montaigne, Voltaire, Locke, etc.; hay que explicar por qué han recibido precisamente esa influencia y no otra y por qué en esa época determinada de la historia. “La influencia” es entonces en última instancia una elección, una actividad del sujeto individual y social, y no una recepción pasiva. Esta actividad se manifiesta también en las transformaciones/metamorfosis por las que el creador hace pasar al pensamiento en que se encuentra y que le influye: por ejemplo, cuando hablamos de la influencia de Aristóteles sobre el tomismo, no se trata exactamente de lo que Aristóteles ha pensado y escrito en realidad, sino de Aristóteles tal y como fue leído y comprendido por Santo Tomás».

¿Cómo he elegido leer a Michael Löwy[1] y dejarme influenciar por sus planteamientos? Y, mucho más, ¿cómo desde el campo de la investigación histórica he acabado dejándome influenciar por el campo filosófico?

No creo que sea relevante dar una larga explicación a estas preguntas, pero si que me gustaría explicar que llegué a Löwy por otros libros, más filosóficos que históricos, que se planteaban como tema «el tiempo» y que, a la vez, reflexionaban sobre la manera de entender qué se entiende por «revolución». No parece irrelevante que en la época que estamos viviendo pongamos énfasis en cómo transcurre «el tiempo» (aparentemente a una velocidad de vértigo). Sin embargo, señala Löwy que los adoradores del progreso, hoy muy abundantes al frente de importantes gobiernos (más por la fuerza bruta amenazante que despliegan que por otra cosa) entienden el curso del tiempo como infinito, homogéneo, mecánico y vacío (el tiempo del reloj).

Así que preocupada por el tiempo histórico llegué a Löwy y a sus dos libros en los que plantea la posibilidad, sorprendente para mí, de que exista en el mesianismo judío, aspectos que puedan articularse con una visión del mundo revolucionaria (particularmente anarquista). Y he aquí que confluí en esos dos temas que me ocupan mucho tiempo, valga la redundancia: revolución y tiempo histórico.

Löwy examina la «correspondencia» entre utopía mesiánica y utopía libertaria que se manifiesta en muchos «momentos» decisivos de estas dos configuraciones culturales:

1. El mesianismo judío contiene dos tendencias a la vez ligadas y contradictorias: una corriente restauradora y una corriente utópica. Queda recogida en el concepto hebrero de Tikkoun. En el pensamiento anarquista de Bakunin, Sorel, Proudhon y Landauer, la utopía revolucionaria se acompaña siempre de una profunda nostalgia por las formas del pasado precapitalista

2. Para el mesianismo judío (contrariamente al cristiano) la redención es un acontecimiento que se produce en la escena histórica, en el mundo visible. Entre el presente y el futuro hay un abismo que no puede ser franqueado por ningún progreso o desarrollo: solo la catástrofe revolucionaria, con la destrucción del orden existente, abre la vía a la redención mesiánica. Hay un paralelismo con el pensamiento libertario que piensan en un acontecimiento revolucionario/catastrófico de emancipación. Abismo entre el orden existente y la Utopía. La revolución es concebida como una irrupción en el mundo.

3. Para la tradición judía el cambio al final de los tiempos es general, universal y radical. Es la creación de un mundo enteramente otro. La relación con las utopías revolucionarias se relaciona tanto con el carácter absoluto y radical de la transformación como con el contenido mismo del mundo nuevo (o restaurado). Es el anarquismo la corriente que rechaza de forma más contundente la idea de mejoramiento del orden establecido.

4. Ambos coinciden en la necesidad de la destrucción de los poderes de este mundo.

5. Existe también correspondencia en la necesidad de la abolición de las restricciones, creación de un mundo nuevo sin leyes, libre.

Sin duda el anarquismo, mejor los anarquismos del siglo XXI, han cuestionado aspectos claves que hoy fragmentarían esas correspondencias, pero eso es indiferente en mi explicación de por qué he recibido con gusto e interés la influencia de Löwy y me ha clarificado algunos aspectos de la investigación histórica que estoy llevando a cabo.

Laura Vicente 



[1] Michael Löwy (2015): Judíos heterodoxos. Romanticismo, mesianismo, utopía. Anthropos y Universidad Autónoma Metropolitana, Barcelona y Iztapalapa.

Michael Löwy (2018): Redención y Utopía. El judaísmo libertario en Europa Central. Un estudio de afinidad electiva. Ariadna, Santiago de Chile.

 

miércoles, 3 de septiembre de 2025

EMMA GOLDMAN DEL LADO DE LA VIDA

 Leyendo algunos libros recientes que hablan de la vida y de la belleza compruebo que tienen, entre otros referentes a Emma Goldman. Eso me hace recordar el librito del que soy autora: Emma Goldman. La unión apasionada de pensamiento y vida. Un libro ilustrado por Agustín  Comotto; de ese libro son las ilustraciones de este texto que es  un fragmento del apartado  sobre "Su vida" y que reproduzco a continuación:



Su vida fue un torbellino, Emma Goldman fue una mujer apasionada, diversa y contradictoria, no temió mostrar sus dudas, incoherencias y contradicciones. La manera de entenderse como persona y la manera de entender el anarquismo no eran esferas diferenciadas sino que se entremezclaban generando ese torbellino de vitalidad que supo describir con su característico apasionamiento:

« (…) sabía que lo personal jugaría siempre un papel dominante en mi vida. No estaba cortada de una sola pieza (…). Hacía tiempo que me había dado cuenta de que estaba hecha de diferentes madejas, cada una diferente a la otra en tono y textura. Hasta el fin de mis días estaría dividida entre el anhelo por una vida personal y la necesidad de darlo todo a mi ideal».[1]

Leyendo con atención este fragmento apreciamos su seguridad de que lo personal tendría «un papel dominante» en su vida puesto que, como anarquista, afirmaba los valores éticos como elemento clave de sus ideales. Este elemento sustentante de su manera de pensar le conducía a desarrollar un proyecto de reforma de sí misma como ser humano, una tarea que Goldman siempre supo difícil.

Su manera de entenderse a sí misma, hecha de «diferentes madejas», indicaba el rechazo de una visión fija y unificada del sujeto, o como ella dice: «de una sola pieza». Intuyó algo muy actual: que eran las prácticas múltiples, pequeñas, contingentes y, a menudo, dispersas las que contribuían a hacer que las personas fueran como eran. Emma Goldman, la persona constituida por múltiples «madejas», representaba perfectamente a ese sujeto no unitario de final abierto, activado por el deseo, la sensualidad, la afectividad y la empatía del que hablan diversos/as autoras hoy[2].

La actualidad de Goldman se pone de evidencia en la facilidad y naturalidad con la que escribió en su autobiografía sobre la importancia del amor y de la sexualidad, así como sobre las contradicciones y dificultades que conllevaba vivir el deseo y la afectividad sin cortapisas. En el siglo XIX fue capaz de construir espacios de resistencia políticos y antiautoritarios hasta el punto de politizar su vida cotidiana y la esfera de lo personal.

Su vida fue un continuo «soñar hacia delante», una virtud anticipatoria que invadió su vida y la activó. Fue una poderosa fuerza motivadora que no solo se basó en la utopía anarquista, su «ideal», sino también en la imaginación, el arte o la belleza. La vitalidad de Goldman le dio fuerza para emanciparse de las rutinas cotidianas y, con ello, para mirar hacia el futuro. Construyendo el futuro, abrió los espacios donde pudo proyectar sus deseos activos.

¿De dónde sacó Goldman su esperanza de cambio? La respuesta puede estar en un acto gratuito de confianza que podríamos atribuir a su amor por la vida, a su amor por el mundo. Un amor que ella no entendía como un ideal abstracto, sino como la preocupación que le generaba cualquier ser vivo (un caballo maltratado, las presas en la cárcel, las prostitutas, las obreras que se veían obligadas a traer criaturas al mundo sin desearlo, el autor de un atentado, las víctimas de los bolcheviques o del fascismo en la Guerra Civil española).

Ese amor por la vida era para Goldman un fin en sí mismo que intensificaba su compromiso y el gozo de la vida. También era un acto de «soñar hacia delante», en la medida en que contribuía a crear las condiciones para dejar a la posteridad su deseo de un mundo mejor. Ella construyó una ética basada en la humildad de las microprácticas corrientes de la vida cotidiana en su casa, que abría a muchos compañeros y compañeras, en su gusto por la cocina para agasajar a sus invitados/as, pero también en la cárcel cuando logró unas navidades que todas las presas sin redes familiares o amistosas (que ella sí tenía) tuvieran un pequeño regalo.

Su amor por el mundo era una muestra de su rechazo al egoísmo y al individualismo posesivo contra el que no se cansó de escribir, era una muestra de su ética generosa y desinteresada por la que siempre vivió en precario.[3]


El gozo por la vida de Emma Goldman podríamos decir que quedó sintetizada en una conocida frase que nunca dijo: «Si no puedo bailar, tu revolución no me interesa».
No se trata de una falsedad completa pero la frase no existió.

¿De dónde salió esta mentira a medias? En el contexto de la Revolución rusa, cuando vivió en su país de origen entre enero de 1920 y diciembre de 1921, Goldman se fijó muy pronto en lo que le parecía «una extraña falta de solidaridad» en la población, lo resumió de esta manera: «A la gente ya no le quedaba ni la vitalidad, ni la empatía necesarias para pensar en el prójimo».[4] Algo que para ella era fundamental que existiera en una revolución social y que le empezó a generar dudas (e insomnio y dolor de cabeza) sobre el carácter revolucionario del nuevo régimen. A Emma Goldman le costó creerlo, pero la dictadura bolchevique había dado un hachazo al aspecto social de la vida en Rusia:

«Ya no hay foro alguno ni siquiera para el debate social más inofensivo, no hay clubes, no hay lugares de encuentro, no hay restaurantes, ni siquiera salas de baile. Recuerdo la expresión de perplejidad de Zorin [un amigo bolchevique] cuando le pregunté si la gente joven no podía quedar de tanto en tanto para bailar libre de la supervisión comunista. “Las salas de baile son lugares de reunión de contrarrevolucionarios. Las hemos cerrado”, me informó».[5]

Bailar, para Goldman, era síntoma de una vida llena de alegría, bailar expresaba la vitalidad de la juventud y sus ganas de vivir. Sin embargo, la vida que impulsaba el Partido Comunista era, según su criterio, una vida severa e intimidatoria, una vida sin color ni calidez, una vida represiva. Una vida incompatible con lo que ella entendía que era la revolución social.

En esta anécdota llama poderosamente la atención cómo se utiliza el lema que ha comprimido a Emma Goldman en una «píldora» para ser utilizada por el capitalismo actual, que todo lo vampiriza y lo vomita, convirtiéndola en mercancía reaccionaria. Sus auténticas palabras iban más lejos que esa frase que, convertida en mercancía, igual se puede utilizar para hablar de alta costura (lo he visto con mis propios ojos en una revista) que de cualquier otro tema ajeno a la vida de Goldman. Lo que ella dijo iba más allá, era un pequeño programa de lo que era importante en su vida y para la vida: empatía, alegría, calidez, color, lugares de encuentro y de debate (para poder charlar, comer con las amistades o compañeros/as, bailar, recibir o regalar flores, leer, ir al teatro, etc.), en definitiva, lo que le permitía disfrutar de la vida.

Cualquier sugerencia del valor de la vida humana, de la importancia de la integridad revolucionaria, era repudiada por las amistades bolcheviques de Goldman y su actitud catalogada como «sentimentalismo burgués», debilidad y traición a la revolución. No se amilanó por semejantes acusaciones y supo ver en los y las bolcheviques el error de su creencia en la «fórmula jesuítica de que el fin justifica los medios», por la que todo era legítimo si servía a su planteamiento de la revolución.[6] Fue su amor a la vida lo que le ayudó a enfrentarse a esta manera de ver la revolución, indiferente al ser humano, y continuar conmoviéndose por el sufrimiento.

Laura Vicente [ el libro lo editó Calumnia en 2022].

[1] Goldman, Viviendo mi vida (I), p. 183.

[2] Una de las autoras actuales que habla en estos términos, que tan bien se adaptan a la manera de sentirse y pensarse Emma Goldman, es Rosi Braidotti (2009): Transposiciones. Sobre la ética nómada. Barcelona, Gedisa, p. 49. 

[3] Me ha facilitado mucho esta lectura de Emma Goldman, la lectura del libro de Rosi Braidotti (2009): Transposiciones. Sobre la ética nómada. Barcelona, Gedisa.

[4] Emma Goldman (2018): Mi desilusión en Rusia. Barcelona, El Viejo Topo, p. 48.

[5]Goldman, Op. cit, p. 268.

[6] Goldman, Op. cit, p. 101.