He escrito y he hablado mucho sobre Teresa Claramunt Creus
(TC), en los últimos años algo menos. Mi libro sobre esta mujer tan apasionante
salió a la calle en 2006 publicado por la Fundación Anselmo Lorenzo, pronto
hará veinte años. Diecinueve años son muchos años y seguramente ahora
rectificaría algunas cosas de ese libro, pero nada sustancial. Aquella
investigación marcó mi manera de acercarme a la historia y la vida de esta
sindicalista, feminista y anarquista sigue muy presente en mí. Escribí en mi último texto que un acontecimiento
lo es desde nuestra mirada, que no está en la cosa en sí, esta mujer es un
ejemplo de tal afirmación.
El origen de mi interés por TC se sitúa en los años en los
que realicé la Tesis Doctoral sobre el sindicalismo
zaragozano en los años veinte del pasado siglo y buscaba las primeras
sociedades obreras que formaron parte de la CNT, allá por 1910 y 1911. Encontré
a esta mujer de cuarenta y ocho años en la prensa con una salud deteriorada por
sus estancias en prisión. Había sido deportada a Huesca, como tantos otros, por
su relación con los sucesos de la Semana Trágica (julio 1909). Pocos meses
después se instaló a vivir en Zaragoza, en parte como consecuencia de la
separación de su compañero también deportado, Leopoldo Bonafulla, con el que
había convivido los últimos ocho años y con el que no volvió a compartir su
vida.
La encuentro, por primera vez, participando en un mitin
organizado por la Sociedad de Obreros de la Madera que apoyaban a los
huelguistas de la fábrica de Cardé y Escoriaza, en octubre de 1910. En este mitin participaba otra mujer: Antonia
Maymón (nacida en Madrid de familia aragonesa y pronto instalada en Zaragoza)
que presidía la Agrupación Femenina “La Ilustración de la Mujer”. Los puntos en
común con esta maestra racionalista eran muchos: ambas mujeres eran
propagandistas y activistas en los medios ácratas y ambas estaban preocupadas
por la cuestión femenina. De hecho,
en este mitin T. C. habló del tema sindical y también de poner en marcha una «revolución
de las costumbres, empezando por nuestros hogares». Una idea, la de la
revolución doméstica, que no debía ser fácil de digerir en los ambientes
sindicalistas, predominantemente masculinos.
La vuelvo a encontrar, de nuevo con Antonia Maymón, en un
mitin en septiembre de 1911 en
el que se trataba de ratificar el acuerdo de huelga general en solidaridad con
los carreteros de Bilbao y contra la guerra de Marruecos adoptado por la recién
constituida CNT (octubre/noviembre de 1910). Tras el mitin se produjeron
carreras y cruce de disparos con las fuerzas de orden público (murieron dos
sindicalistas) y tras los incidentes hubo registros domiciliarios y numerosas
detenciones, entre las que se encontraba Claramunt, Maymón y otros muchos.
Claramunt acabó juzgada por un tribunal militar e ingresó en la cárcel hasta la
amnistía aprobada por el gobierno en 1913. Esta estancia en la cárcel, de poco
más de un año y medio, fue fatal para su salud ya de por sí deteriorada desde
su estancia en Montjuïc en 1896.
De nuevo volví a encontrar a TC a raíz del asesinato del
Cardenal Soldevila (Zaragoza nunca más ha vuelto a tener cardenal desde este
atentado en junio 1923), ya que
prestó declaración y su domicilio fue registrado por su posible relación con
los autores de la muerte del Cardenal (Francisco Ascaso y Rafael Torres
Escartín). El propio Manuel Buenacasa (El
movimiento obrero español) afirmó que Claramunt fue la inspiradora del
atentado, también Federica Montseny afirmó en una entrevista con Antonina
Rodrigo que había alguna relación entre Claramunt y Ascaso y que ella le
escondió la pistola con la que había llevado a cabo el atentado. La realidad es
que nada se pudo demostrar y que no fue ni tan siquiera detenida.
No me sorprendió la presencia de Claramunt en Zaragoza,
llamada «la perla negra» del anarquismo, ya que había en esta ciudad una
pequeña colonia catalana [se deportaba a la gente a 300 Km. de donde vivía]. Existió,
durante estos años, una estrecha relación entre los sindicalistas y anarquistas
zaragozanos y barceloneses. Como explicó Pere Gabriel en un artículo titulado «Propagandistas
confederales entre el sindicato y el anarquismo», no era sólo una relación de
publicistas y propagandistas que iban de una ciudad a otra, sino del elevado
número de aragoneses que pasaron a formar parte de las cúpulas dirigentes de la
CNT de Cataluña y las repetidas vueltas
a tierras aragonesas. El caso paradigmático fue el de Manuel Buenacasa, pero la
lista fue muy larga: Miguel Abós, Felipe Alaiz, Ramón Acín, Arturo Parera, etc.
También se instalaron catalanes en Zaragoza como la propia Claramunt, García
Oliver, Vicente Segura, Luís Riera, Pedro Fuste, y otros.
Estas fueron las breves pistas que encontré sobre esta
mujer mientras investigaba el sindicalismo zaragozano y que, aunque no olvidé,
tampoco le pude dedicar más atención. Acabé la Tesis trabajando yo misma en
Cataluña y acabó publicada en forma de libro en 1993.
Pasaron más de diez años hasta que retorné a la
investigación y decidí que sería sobre esta mujer en forma de biografía, un
formato casi imposible por la escasez
de datos, por no decir ausencia de datos, de los primeros veinte años de la
vida de TC. Esta mujer no tenía relevancia, no era alguien digno de mención desde la perspectiva histórica, o dicho de otra
manera, era una más dentro de la
multitud anónima que carecía de interés histórico. Realizar la biografía
de un trabajador o trabajadora del siglo XIX, parecía imposible.
Pero el vacío biográfico no implicaba que no se pudiera
escribir sobre alguna individualidad, sino que había que hacerlo de otra forma.
Siguiendo los planteamientos del antropólogo social Ignasi Terrades, (en Eliza
Kendal. Reflexiones sobre una autobiografía) enfoqué su biografía desde lo
que se hacía en contra de su vida, a su alrededor y sin contar con su vida. Por
tanto, las condiciones de miseria material, sus carencias educativas, sus
condiciones de vida, los espacios de sociabilidad o sus luchas para mejorar sus
condiciones de trabajo, eran capaces de llenar en gran parte el vacío
biográfico de una mujer anónima.
A partir de ahí, la investigación me condujo a desbrozar el
camino para investigar a una mujer que actuó, luchó y vivió siempre desde el
cuerpo, y desde luego, se hizo carne en ella esa afirmación de Spinoza de: «nadie sabe lo que puede un cuerpo». Teresa
Claramunt empezó a trabajar en talleres textiles a los 10 años, sufrió
carencias alimentarias, habitacionales, sanitarias y pobreza energética, a lo
largo de toda su vida. Sufrió varios abortos y vio morir a sus criaturas en los
primeros días o semanas de vida. Fue detenida y encarcelada numerosas veces y
fue torturada en el castillo de Montjuïc.
Teresa Claramunt actuó desde
el sentido común[1], es
decir, desde la singularidad de los cuerpos y sus experiencias tomando
como base una atmósfera construida por sus relaciones con su cultura, su
historia individual y social. El sentido
común puede manifestarse a través de opiniones (el anarquismo le
proporcionó un marco teórico sencillo para entender lo que le rodeaba), pero de
hecho proviene de procesos más profundos y encarnados. Refleja, como decía en
su biografía, la experiencia vivida lo más fielmente posible. Fue dicha
experiencia la que está en la base de su excepcional ruptura con los
estereotipos de mujer en el paso del siglo XIX al XX. Igualmente excepcional
fue su rebelión como obrera contra el proceso de disciplinamiento social al que
fue sometida la clase obrera para someterla al régimen de producción
capitalista. Esta práctica de rebelión continuada desde que apenas tenía veinte
años fue lo que la individualizó y diferenció dentro de la multitud anónima y convirtió
su vida en un acontecimiento a tener en cuenta tras 94 años de su muerte.
[1]
Miguel
Benasayag y Bastien Cany (2022): Experiencia y sentido común. Repensar la
separación que impuso la Modernidad. Buenos Aires, Prometeo, p. 40.