Una persona culta es aquella (…) que sabe cómo elegir compañía entre los hombres [y mujeres], entre las cosas, entre las ideas, tanto en el presente como en el pasado. H. Arendt

lunes, 13 de octubre de 2025

Viure la força. Simone Weil i la Columna Durruti

 



Viure la força. Simone Weil i la Columna Durruti

Xavier Artigas

 Barcelona, 2025, Descontrol.

 

El libro de Artigas va muy bien acompañado con un Prólogo de Myrtille Gonzalbo y un Epílogo de Amador Fernández-Savater. En el caso de Myrtille, componente del grupo de los Gimenólogos que llevan a cabo una labor investigadora y de recuperación de la memoria encomiable, su reflexión sobre estos temas vinculados con Simone Weil resulta interesante e incisiva. El escrito de Amador, en su línea de pensamiento, se centra en lo que cree fue una búsqueda de Weil de «otro tipo de eficacia política», de «otra fuerza de transformación, de una fuerza débil». Sin duda, en una guerra el máximo de eficacia viene encarnado por el máximo de armas que son capaces de generar el máximo de terror (cualquiera de las guerras actuales puede darnos buenos ejemplos). Amador se pregunta si se puede rechazar la eficacia del terror sin rendirse, si es posible la revuelta de los débiles, de aquellos que no tienen medios para aterrorizar.

Prólogo y Epílogo resultan pertinentes sobre todo si queremos que la historia sea algo más que la recuperación sin más del pasado. Si algo tiene de interés la historia, saliendo del ámbito académico, es transmitir al presente todo aquello que pudo ser y no fue porqué resultó derrotado. En el caso que nos ocupa: la Guerra Civil española y la Revolución anarquista que se expandió por muchos más poros que los que se reconocen habitualmente, son un referente (hay muchos más a lo largo de la historia de las clases oprimidas, dominadas y explotadas) que nos pueden guiar muchos años después.

El libro de Artigas, como el subtítulo señala, está centrado en la filósofa Simone Weil y su experiencia de la guerra, breve pero intensa y trascendente, en la famosa Columna Durruti. Por todo ello, sus páginas, en las que los datos concretos le han costado al autor encontrarlos y, quizás por ello, se regodea en ellos, son un ir y venir sobre el efecto que tuvo en la filósofa coger un arma, ella que se consideraba contraria a las guerras, y afrontar la violencia que suele ser especialmente dura en las guerras civiles.

¿La mujer que entró en España identificándose como anarquista ante los milicianos revolucionarios que custodiaban la frontera poco después del inicio de la Revolución, salió anarquista poco tiempo después?

La famosa Carta a Bernanos, escritor católico, en la que condena la violencia del bando republicano ha hecho pensar a los sectores más reaccionarios que Weil abandonó las ideas anarquistas tras su experiencia en el frente de Aragón. El autor de este libro realiza una minuciosa investigación para contextualizar la Carta y ofrecer numerosos indicios de que, tras salir de España, Weil siguió apoyando la causa libertaria.

De todas formas, el tema de la violencia revolucionario es todo un temazo que ha generado siempre numerosos debates y numerosas controversias y que no creo que haya desaparecido de las preocupaciones de quienes piensan que pueden producirse transformaciones profundas y que es difícil que no aparezca la violencia. Desde luego, su presencia es segura y continuada en el bando de los sectores dominantes, no hace falta que exista un proceso de transformación social.

El libro abre esa caja de pandora que es mejor conocer y afrontar y no mirar hacia otro lado pensando que la violencia de los débiles siempre está justificada.

 

 Laura Vicente

viernes, 3 de octubre de 2025

¿ES POSIBLE LA RESISTENCIA?

 



No es que sea una novedad, pero hoy, más que nunca, es necesaria la desconfianza, incluso preventiva hacia el poder y sus detentadores (sí, también respecto al llamado Gobierno progresista). Esta generalización requeriría matizaciones, concreciones y detalles, pero sobre todo necesita pensar qué pasa hoy en un mundo en el que la extrema derecha parece avanzar imparable, mientras quienes tratamos de evitarlo parecemos instalados en la confusión y, muchas veces, en la frustración y el desánimo.

Las fórmulas del pasado siglo parecen no servir, los sujetos colectivos diferenciados (en especial la clase social) parecen haberse disuelto o, por lo menos, carecen de la fuerza del pasado. Los partidos ideológicos y los sindicatos de clase han llegado a su fin o forman parte del propio orden establecido, los conflictos han cambiado de sentido excepto algunos conflictos residuales que acaban en fracaso o con sindicalistas encarcelados.

Hace tiempo que se ha impuesto una terminología que implica pensar la sociedad según agendas genéricas e indiferenciadas: «los de arriba» y «los de abajo», «el 1%» y «el 99%», «los pocos» y «los muchos».

Entre «los muchos, los de abajo, el 99%», priman los movimientos espontáneos que parecen moverse por estallidos de descontento que surgen aquí o allí de manera imprevisible (el Movimiento del 15 M, los chalecos amarillos y tantos otros). Algunas los han llamado actos de «democracia insurgente». Son, en todo caso, subjetividades horizontales que surgen al mismo tiempo, movidas casi por una dirección invisible en reacción a un determinado estado de cosas, que se representan a sí mismas a través de sus protestas, sin una estrategia de lucha ni una voluntad explícita de mediación y negociación. Se designan de acuerdo con las emociones que los movilizan: los «descontentos», los «indignados», los «frustrados», etc[1].

«Los pocos» son las élites que se ubican en dos categorías: los ricos y poderosos (la oligarquía), y los dirigentes de los partidos y los propios partidos (lo que se ha venido denominando el establishment). «Los pocos» están llevando a cabo una verdadera revolución reaccionaria, no quieren saber nada de la fiscalidad progresiva pese a lo poco que pagan si lo comparamos con las clases medias y bajas. No salen a la calle, aunque cuentan con una extrema derecha que cada vez está más presente, utilizan medios indirectos a través de leyes o de los resquicios que deja la legalidad. Son «antisistema» desde el sistema que pretenden endurecer para los más pobres y desarrollan una oposición mucho más radical que «los muchos»: liberalización salvaje de la economía y del trabajo, reducción del gasto social, arremeten y generan alternativas falsas a las desigualdades sociales, raciales y de género, desprestigian los organismos nacionales e internacionales para mejor expoliar a los pobres, instigan a los sembradores de odio y miedo, y un largo etc.

La mayoría de la población ya no confía en la representación a través de los partidos, tampoco en los sindicatos, ambas estructuras tienen aparatos cerrados, sedimentados en burocracias con intereses propios y centrados en sus líderes y sus allegados dóciles, condiciones para el desarrollo de la corrupción, el enchufismo y el privilegio. Los partidos y los sindicatos se han convertido en máquinas electorales, con prácticas de control y medición a través de los sondeos, que suponen un genérico «dentro» y «fuera».

Mientras tanto, la mayoría social se describe a sí misma a través de las necesidades insatisfechas y la fatiga cotidiana de vivir: empleos precarios y mal pagados, jornadas laborales largas sin horas extraordinarias ni tope de jornada laboral (resulta grotesco el intento de la ministra de reducir la jornada laboral en media hora tal y como lo ha mostrado la indiferencia en el mundo del trabajo), viviendas caras y la cesta de la compra que no encaja con los precios que dice el gobierno progresista. Este panorama desmoraliza y enferma, impide proyectos de vida, incluso a corto plazo.

Las ideologías no consiguen traducir la representación emocional en una representación política ni social. La élite se atrinchera en el Estado, separándose de la ciudadanía, cuerpo externo que se ha de controlar, conquistar y embaucar. Sí, embaucar, lo que importa ya no es la naturaleza estructural del conflicto sino la manifestación visual de dos bandos enfrentados, todo ello teñido de mensajes y símbolos identitarios y racistas que cuajan en «los de abajo». El sector oligárquico desplaza con éxito la atención de «los muchos» a otros «muchos (inmigrantes, nacionales o no)».

Sé que donde hay poder y dominación hay resistencia, podría decir algunas cosas al respecto, pero hoy lo dejo aquí. Lo siento.

 Laura Vicente 



[1] Esta reflexión debe mucho a un librito de Nadia Urbinati (2023): Pocos contra muchos. El conflicto político en el siglo XXI. Katz, Buenos Aires/Madrid, p. 16.

 

martes, 23 de septiembre de 2025

«A mi aire»

 


2025

(de mi cuenta de IG: @lauramartierra)

«A mi aire» (7 agosto)

Me gusta estar rodeada de mis plantas, estar cerca de algo vivo que sigue su ritmo al margen de todo: hojas que se caen, flores que nacen y mueren, y, sobre todo, levantar mi vista cansada y dejarla reposar en el verde tranquilizador que pese al calor, el cambio climático, la contaminación de la calle o el descuido de un viaje, sigue ahí.

No concibo una casa sin libros y sin plantas.


«A mi aire» (14 agosto)

Hace unos días le daba vueltas a que debo pensar cómo ofrecer resistencia, pero también debo pensar cómo no ofrecer resistencia…

Igual es una chaladura mía por el calor de agosto…


«A mi aire» (21 agosto)

Soy una firme convencida, desde que a los 15 años me autoproclamé inocentemente atea, que las religiones, sin excepción, deben ser algo privado que se practique en los templos.

No me gusta la ocupación del espacio público por los ritos religiosos. Como atea jamás lo he hecho, así que, por favor, un respeto.


«A mi aire» (28 agosto)

Todo nos encamina a ser productivas, a rendir, a consumir, a las prisas, a la falta de tiempo… Debemos parar y salirnos como podamos de ese papel que nos imponen para ser «alguien».

No hacer nada, perder el tiempo y que este se alargue y recobre su dimensión real, recuperar la lentitud de conversar, leer, disfrutar con la belleza sin valor económico. Todas sabemos lo que nos gusta, con qué disfrutamos, centrémonos en esas cosas.

sábado, 13 de septiembre de 2025

¿Por qué me influye Michael Löwy? A modo de reseña

 



El sociólogo francés de origen rumano Lucien Goldmann, escribió en su libro Las ciencias humanas y la filosofía, el siguiente pasaje que considero iluminador:

«Todo escritor o pensador encuentra en torno a sí un gran número de obras literarias, morales, religiosas, filosóficas, etc. que constituyen un número igual de influencias posibles entre las que deberá elegir necesariamente. El problema que se plantea el historiador no se limita de ningún modo a saber si Kant ha recibido la influencia de Hume, Pascal, Montaigne, Voltaire, Locke, etc.; hay que explicar por qué han recibido precisamente esa influencia y no otra y por qué en esa época determinada de la historia. “La influencia” es entonces en última instancia una elección, una actividad del sujeto individual y social, y no una recepción pasiva. Esta actividad se manifiesta también en las transformaciones/metamorfosis por las que el creador hace pasar al pensamiento en que se encuentra y que le influye: por ejemplo, cuando hablamos de la influencia de Aristóteles sobre el tomismo, no se trata exactamente de lo que Aristóteles ha pensado y escrito en realidad, sino de Aristóteles tal y como fue leído y comprendido por Santo Tomás».

¿Cómo he elegido leer a Michael Löwy[1] y dejarme influenciar por sus planteamientos? Y, mucho más, ¿cómo desde el campo de la investigación histórica he acabado dejándome influenciar por el campo filosófico?

No creo que sea relevante dar una larga explicación a estas preguntas, pero si que me gustaría explicar que llegué a Löwy por otros libros, más filosóficos que históricos, que se planteaban como tema «el tiempo» y que, a la vez, reflexionaban sobre la manera de entender qué se entiende por «revolución». No parece irrelevante que en la época que estamos viviendo pongamos énfasis en cómo transcurre «el tiempo» (aparentemente a una velocidad de vértigo). Sin embargo, señala Löwy que los adoradores del progreso, hoy muy abundantes al frente de importantes gobiernos (más por la fuerza bruta amenazante que despliegan que por otra cosa) entienden el curso del tiempo como infinito, homogéneo, mecánico y vacío (el tiempo del reloj).

Así que preocupada por el tiempo histórico llegué a Löwy y a sus dos libros en los que plantea la posibilidad, sorprendente para mí, de que exista en el mesianismo judío, aspectos que puedan articularse con una visión del mundo revolucionaria (particularmente anarquista). Y he aquí que confluí en esos dos temas que me ocupan mucho tiempo, valga la redundancia: revolución y tiempo histórico.

Löwy examina la «correspondencia» entre utopía mesiánica y utopía libertaria que se manifiesta en muchos «momentos» decisivos de estas dos configuraciones culturales:

1. El mesianismo judío contiene dos tendencias a la vez ligadas y contradictorias: una corriente restauradora y una corriente utópica. Queda recogida en el concepto hebrero de Tikkoun. En el pensamiento anarquista de Bakunin, Sorel, Proudhon y Landauer, la utopía revolucionaria se acompaña siempre de una profunda nostalgia por las formas del pasado precapitalista

2. Para el mesianismo judío (contrariamente al cristiano) la redención es un acontecimiento que se produce en la escena histórica, en el mundo visible. Entre el presente y el futuro hay un abismo que no puede ser franqueado por ningún progreso o desarrollo: solo la catástrofe revolucionaria, con la destrucción del orden existente, abre la vía a la redención mesiánica. Hay un paralelismo con el pensamiento libertario que piensan en un acontecimiento revolucionario/catastrófico de emancipación. Abismo entre el orden existente y la Utopía. La revolución es concebida como una irrupción en el mundo.

3. Para la tradición judía el cambio al final de los tiempos es general, universal y radical. Es la creación de un mundo enteramente otro. La relación con las utopías revolucionarias se relaciona tanto con el carácter absoluto y radical de la transformación como con el contenido mismo del mundo nuevo (o restaurado). Es el anarquismo la corriente que rechaza de forma más contundente la idea de mejoramiento del orden establecido.

4. Ambos coinciden en la necesidad de la destrucción de los poderes de este mundo.

5. Existe también correspondencia en la necesidad de la abolición de las restricciones, creación de un mundo nuevo sin leyes, libre.

Sin duda el anarquismo, mejor los anarquismos del siglo XXI, han cuestionado aspectos claves que hoy fragmentarían esas correspondencias, pero eso es indiferente en mi explicación de por qué he recibido con gusto e interés la influencia de Löwy y me ha clarificado algunos aspectos de la investigación histórica que estoy llevando a cabo.

Laura Vicente 



[1] Michael Löwy (2015): Judíos heterodoxos. Romanticismo, mesianismo, utopía. Anthropos y Universidad Autónoma Metropolitana, Barcelona y Iztapalapa.

Michael Löwy (2018): Redención y Utopía. El judaísmo libertario en Europa Central. Un estudio de afinidad electiva. Ariadna, Santiago de Chile.

 

miércoles, 3 de septiembre de 2025

EMMA GOLDMAN DEL LADO DE LA VIDA

 Leyendo algunos libros recientes que hablan de la vida y de la belleza compruebo que tienen, entre otros referentes a Emma Goldman. Eso me hace recordar el librito del que soy autora: Emma Goldman. La unión apasionada de pensamiento y vida. Un libro ilustrado por Agustín  Comotto; de ese libro son las ilustraciones de este texto que es  un fragmento del apartado  sobre "Su vida" y que reproduzco a continuación:



Su vida fue un torbellino, Emma Goldman fue una mujer apasionada, diversa y contradictoria, no temió mostrar sus dudas, incoherencias y contradicciones. La manera de entenderse como persona y la manera de entender el anarquismo no eran esferas diferenciadas sino que se entremezclaban generando ese torbellino de vitalidad que supo describir con su característico apasionamiento:

« (…) sabía que lo personal jugaría siempre un papel dominante en mi vida. No estaba cortada de una sola pieza (…). Hacía tiempo que me había dado cuenta de que estaba hecha de diferentes madejas, cada una diferente a la otra en tono y textura. Hasta el fin de mis días estaría dividida entre el anhelo por una vida personal y la necesidad de darlo todo a mi ideal».[1]

Leyendo con atención este fragmento apreciamos su seguridad de que lo personal tendría «un papel dominante» en su vida puesto que, como anarquista, afirmaba los valores éticos como elemento clave de sus ideales. Este elemento sustentante de su manera de pensar le conducía a desarrollar un proyecto de reforma de sí misma como ser humano, una tarea que Goldman siempre supo difícil.

Su manera de entenderse a sí misma, hecha de «diferentes madejas», indicaba el rechazo de una visión fija y unificada del sujeto, o como ella dice: «de una sola pieza». Intuyó algo muy actual: que eran las prácticas múltiples, pequeñas, contingentes y, a menudo, dispersas las que contribuían a hacer que las personas fueran como eran. Emma Goldman, la persona constituida por múltiples «madejas», representaba perfectamente a ese sujeto no unitario de final abierto, activado por el deseo, la sensualidad, la afectividad y la empatía del que hablan diversos/as autoras hoy[2].

La actualidad de Goldman se pone de evidencia en la facilidad y naturalidad con la que escribió en su autobiografía sobre la importancia del amor y de la sexualidad, así como sobre las contradicciones y dificultades que conllevaba vivir el deseo y la afectividad sin cortapisas. En el siglo XIX fue capaz de construir espacios de resistencia políticos y antiautoritarios hasta el punto de politizar su vida cotidiana y la esfera de lo personal.

Su vida fue un continuo «soñar hacia delante», una virtud anticipatoria que invadió su vida y la activó. Fue una poderosa fuerza motivadora que no solo se basó en la utopía anarquista, su «ideal», sino también en la imaginación, el arte o la belleza. La vitalidad de Goldman le dio fuerza para emanciparse de las rutinas cotidianas y, con ello, para mirar hacia el futuro. Construyendo el futuro, abrió los espacios donde pudo proyectar sus deseos activos.

¿De dónde sacó Goldman su esperanza de cambio? La respuesta puede estar en un acto gratuito de confianza que podríamos atribuir a su amor por la vida, a su amor por el mundo. Un amor que ella no entendía como un ideal abstracto, sino como la preocupación que le generaba cualquier ser vivo (un caballo maltratado, las presas en la cárcel, las prostitutas, las obreras que se veían obligadas a traer criaturas al mundo sin desearlo, el autor de un atentado, las víctimas de los bolcheviques o del fascismo en la Guerra Civil española).

Ese amor por la vida era para Goldman un fin en sí mismo que intensificaba su compromiso y el gozo de la vida. También era un acto de «soñar hacia delante», en la medida en que contribuía a crear las condiciones para dejar a la posteridad su deseo de un mundo mejor. Ella construyó una ética basada en la humildad de las microprácticas corrientes de la vida cotidiana en su casa, que abría a muchos compañeros y compañeras, en su gusto por la cocina para agasajar a sus invitados/as, pero también en la cárcel cuando logró unas navidades que todas las presas sin redes familiares o amistosas (que ella sí tenía) tuvieran un pequeño regalo.

Su amor por el mundo era una muestra de su rechazo al egoísmo y al individualismo posesivo contra el que no se cansó de escribir, era una muestra de su ética generosa y desinteresada por la que siempre vivió en precario.[3]


El gozo por la vida de Emma Goldman podríamos decir que quedó sintetizada en una conocida frase que nunca dijo: «Si no puedo bailar, tu revolución no me interesa».
No se trata de una falsedad completa pero la frase no existió.

¿De dónde salió esta mentira a medias? En el contexto de la Revolución rusa, cuando vivió en su país de origen entre enero de 1920 y diciembre de 1921, Goldman se fijó muy pronto en lo que le parecía «una extraña falta de solidaridad» en la población, lo resumió de esta manera: «A la gente ya no le quedaba ni la vitalidad, ni la empatía necesarias para pensar en el prójimo».[4] Algo que para ella era fundamental que existiera en una revolución social y que le empezó a generar dudas (e insomnio y dolor de cabeza) sobre el carácter revolucionario del nuevo régimen. A Emma Goldman le costó creerlo, pero la dictadura bolchevique había dado un hachazo al aspecto social de la vida en Rusia:

«Ya no hay foro alguno ni siquiera para el debate social más inofensivo, no hay clubes, no hay lugares de encuentro, no hay restaurantes, ni siquiera salas de baile. Recuerdo la expresión de perplejidad de Zorin [un amigo bolchevique] cuando le pregunté si la gente joven no podía quedar de tanto en tanto para bailar libre de la supervisión comunista. “Las salas de baile son lugares de reunión de contrarrevolucionarios. Las hemos cerrado”, me informó».[5]

Bailar, para Goldman, era síntoma de una vida llena de alegría, bailar expresaba la vitalidad de la juventud y sus ganas de vivir. Sin embargo, la vida que impulsaba el Partido Comunista era, según su criterio, una vida severa e intimidatoria, una vida sin color ni calidez, una vida represiva. Una vida incompatible con lo que ella entendía que era la revolución social.

En esta anécdota llama poderosamente la atención cómo se utiliza el lema que ha comprimido a Emma Goldman en una «píldora» para ser utilizada por el capitalismo actual, que todo lo vampiriza y lo vomita, convirtiéndola en mercancía reaccionaria. Sus auténticas palabras iban más lejos que esa frase que, convertida en mercancía, igual se puede utilizar para hablar de alta costura (lo he visto con mis propios ojos en una revista) que de cualquier otro tema ajeno a la vida de Goldman. Lo que ella dijo iba más allá, era un pequeño programa de lo que era importante en su vida y para la vida: empatía, alegría, calidez, color, lugares de encuentro y de debate (para poder charlar, comer con las amistades o compañeros/as, bailar, recibir o regalar flores, leer, ir al teatro, etc.), en definitiva, lo que le permitía disfrutar de la vida.

Cualquier sugerencia del valor de la vida humana, de la importancia de la integridad revolucionaria, era repudiada por las amistades bolcheviques de Goldman y su actitud catalogada como «sentimentalismo burgués», debilidad y traición a la revolución. No se amilanó por semejantes acusaciones y supo ver en los y las bolcheviques el error de su creencia en la «fórmula jesuítica de que el fin justifica los medios», por la que todo era legítimo si servía a su planteamiento de la revolución.[6] Fue su amor a la vida lo que le ayudó a enfrentarse a esta manera de ver la revolución, indiferente al ser humano, y continuar conmoviéndose por el sufrimiento.

Laura Vicente [ el libro lo editó Calumnia en 2022].

[1] Goldman, Viviendo mi vida (I), p. 183.

[2] Una de las autoras actuales que habla en estos términos, que tan bien se adaptan a la manera de sentirse y pensarse Emma Goldman, es Rosi Braidotti (2009): Transposiciones. Sobre la ética nómada. Barcelona, Gedisa, p. 49. 

[3] Me ha facilitado mucho esta lectura de Emma Goldman, la lectura del libro de Rosi Braidotti (2009): Transposiciones. Sobre la ética nómada. Barcelona, Gedisa.

[4] Emma Goldman (2018): Mi desilusión en Rusia. Barcelona, El Viejo Topo, p. 48.

[5]Goldman, Op. cit, p. 268.

[6] Goldman, Op. cit, p. 101.

sábado, 23 de agosto de 2025

«A mi aire»

 

2025

(de mi cuenta de IG: @lauramartierra

«A mi aire» (3 julio)

Recuperar la relación con familiares con los que compartí la niñez me deja inquieta: tantos juegos compartidos, tantas risas, tantas travesuras y ahora tantos años después no somos capaces de hablar de aquello.

Ahora nos contamos las preocupaciones de adultas, pero sin rascar la profundidad que tenían nuestras vivencias infantiles.

Es muy extraño.


«A mi aire» (10 julio)

Hay libros que abren la mente a cambiar la mirada sobre algo que tenemos muy arraigado. Ese es el caso de James C. Scott y su libro: “El arte de no ser gobernados”. Desarrolla la tesis de que durante cientos de años en las tierras altas del sudeste asiático millones de personas vivieron sin ser gobernadas por un Estado. Huyeron de las zonas bajas en las que el Estado recaudaba impuestos, sometía a la población a trabajo esclavizado y los alistaba en el ejército hacia las zonas montañosas. Adaptaron su economía a esa condición (agricultura itinerante y de rozas) por decisión propia y no por retraso o no civilizadas.

Por qué sí, nos han convencido de que el Estado es desarrollo y civilización y vivir sin Estado, igualitariamente y con libertad es todo lo contrario.


«A mi aire» (17 julio)

Para mí la corrupción política es inaceptable.

¿Cómo es que hay personas que votan a partidos políticos que la practican?

Supera mi capacidad de entendimiento, de comprensión, de discernimiento…


«A mi aire» (24 julio)

Me cuesta aceptar que la ultraderecha tenga las cosas tan claras y el viento sople a su favor. Me enerva que se infiltren en el espacio de los dominados, en los barrios, entre la gente joven y que el viento nos arrastre sin rumbo.

¿Qué vamos a hacer?


«A mi aire» (31 julio)

A veces, imbuida en esta realidad del capitalismo neoliberal, se me olvida la importancia que tiene el deseo de libertad en un sentido vivencial sin la contaminación del capital.

Es cierto, que cuesta recordarlo cuando tantas personas viven maltratadas por la miseria, la guerra, la exclusión y la explotación.

miércoles, 13 de agosto de 2025

«Las pajaritas» de Ramón Acín en el manto de la Virgen del Pilar

 


Ver «Las pajaritas» en el manto de la virgen del Pilar me noqueó. Pensé que era una falsa imagen hecha con IA o que la Asociación de Papiroflexia de Zaragoza (el manto era de papel) no sabía el significado de las dos pajaritas una en frente de la otra, que era casualidad, ignorancia o ambas cosas a la vez.

Ramón Acín era, como no podía ser de otra forma, anticlerical. La llamada «cuestión religiosa» y la oposición a la Iglesia católica era desde finales del siglo XIX el sustento del movimiento librepensador que había sido un fuerte nexo de unión entre el republicanismo de izquierdas, la masonería, el espiritismo y el obrerismo organizado, mayoritariamente de influencia anarquista. Ramón Acín tiene diversos escritos en los que critica la traición de las órdenes religiosas al Evangelio, la desnaturalización de las celebraciones eclesiásticas o el oscurantismo contrario a la cultura libre que suponían las rígidas creencias católicas. Su posicionamiento con las clases sociales poderosas y con la ley y el orden, no podían sino alejarlo de todo lo que tuviera que ver con el clero católico.

Digo todo esto porque me cuesta creer que a Acín le hubiera parecido bien que «Las pajaritas» estuvieran en el manto de una virgen y en el interior de la basílica del Pilar. La obra de un anarcosindicalista que fue ejecutado, el 6 de agosto de 1936, por un movimiento militar, católico, totalitario y golpista, ni siquiera en estos tiempos líquidos, cuadra.

Parece que se trata de un homenaje a la paz y la memoria de Hiroshima, algo muy loable, pero hoy hay guerras y masacres a las que un anarcosindicalista como Acín hubiera prestado sus «pajaritas» en las plazas y en el espacio común antes que en una basílica.

Pero ¿qué representan «Las pajaritas»? ¿cuál es su mensaje?

No es fácil explicarlo; para quienes han hecho este homenaje es sencillamente una alegoría de la infancia y la naturaleza, también se dice que representan la libertad, la paz y la posibilidad de romper barreras y limitaciones como hace una «pajarita» al volar con alas de papel.

Ramón Acín era profesor de dibujo en la Escuela de Magisterio de Huesca cuando proyectó sus «pajaritas», por ese motivo y por sus ideas anarquistas, se han interpretado como evocación del movimiento pedagógico racionalista de la época en el que la infancia tenía un papel fundamental. Como artista, pedagogo y anarcosindicalista creía en la emancipación de la humanidad basada en gran parte en la educación y la cultura. He aquí cómo lo plasmó en un artículo titulado «Florecicas», publicado por el periódico cenetista: Solidaridad Obrera en 1923:

«El canto de la libertad es lo que cantan los niños al salir de la escuela. Hay que sacar la escuela al bosque, al jardín, al huerto y pegar fuego a esas escuelas pocilgas memorísticas y rutinarias de los mapas con sus océanos colgados en la pared y su Cristo difunto. A los niños no se les pega ni con una flor. Hay que llevar a la escuela: belleza, alegría y salud».

La obra de «Las pajaritas» levantada en el Parque Miguel Servet de Huesca en 1929 inspiro estas palabras de Ramón Acín:

«Las aguas, las escuelas, los árboles. He aquí los tres problemas capitales de la ciudad. Todo para los niños, la higiene, la cultura, la alegría y la salud. Los niños son la única esperanza de un mañana mejor».

Carlos Mas, que junto con Emilio Casanova hicieron la edición anotada de los escritos de Acín (1913-1936), titulada: Ramón Acín toma la palabra, sostiene que «Las pajaritas» se entienden en paralelo a una fotografía del farmacéutico Ricardo Compairé. En esta fotografía aparecen en su casa Ramón Acín y su compañera Conchita Monrás, uno enfrente de la otra y en medio de ambos hay una jaula con una pajarita de papel dentro.


Para Mas, la pareja representa la dualidad del amor igualitario, la pajarita la libertad, y el arte, la resignificación de la vida. Las dos «pajaritas» reflejan la mirada especular de las figuras y plasman una estética racionalista y el carácter lúdico que hemos visto reflejado en los fragmentos reproducidos de Acín. Por tanto, las «pajaritas» simbolizan el vuelo a un mundo mejor, a un mundo libre, y la duplicidad de las dos «pajaritas», la mirada igualitaria en la que cada pajarita se reconoce en la otra en paridad presidida por la libertad, base del pensamiento anarquista y libertario que condujeron a Ramón Acín y a Conchita Monrás a su ejecución por el peligro que representaban sus actos, sus ideas y su manera de vivir y educar a sus hijas.

Son tiempos líquidos como hemos dicho antes, tiempos de impostura, de crueldad, de control y vigilancia… muy alejados de los sueños de Ramón y Conchita, pero «Las pajaritas» siguen simbolizando para muchas personas ese sueño de libertad de unas pajaritas con alas de papel. No deberían estar encerradas en un templo católico sino en un espacio abierto y popular.

Laura Vicente (agosto de 2025)

 

domingo, 3 de agosto de 2025

LA GUERRA COMO DESPOSESIÓN

 

GUERRA DE TROYA


Oigo voces que dicen que lo que sucede en Gaza no es guerra porque no hay dos bandos enfrentados, como por ejemplo sucede en Ucrania. Sin embargo, esa afirmación nos conduciría a «sacar» de la IIª Guerra Mundial a pueblos o etnias que no formaban parte de un bando (supongo que ser bando significa tener Estado) como la población judía o gitana y que sufrieron la persecución y muerte en un genocidio tan rápido que no tiene comparación posible con ningún otro. Estas personas no decidieron ser bando, lo decidió el gobierno de Alemania, igual que el pueblo de Gaza es bando por decisión del gobierno de Israel.

Utilizar el «hambre» en una guerra, declarada o no, tampoco es nuevo. Los asedios o sitios tienen una larga historia: Troya, Cartago, Numancia, Breda; más cercanos los de Leningrado, Stalingrado, Varsovia o Budapest; el de Sarajevo en la guerra de la antigua Yugoslavia duró cuatro años y Gaza entra en esta pequeña lista con derecho propio. Lo habitual es que sean bloqueos militares prolongados de una posición, usualmente una ciudad, con el objetivo de conquistarla a través de la fuerza o el desgaste. El asedio implica rodear la posición y cortar sus líneas de abastecimiento. Pero también se ha utilizado el hambre en guerras no declaradas, de eso sabe mucho Ucrania que sufrió el Holodomor («matar de hambre») por parte del gobierno de Stalin en el contexto de la colectivización de la tierra entre 1932-1933 y en el que murieron millones de personas.


POBLACIÓN JUDÍA EN BUDAPEST (II GUERRA MUNDIAL)

La guerra moderna, dice Glucksmann en El discurso de la guerra, se define por arrasar completamente lo que hay para construir lo que «debe» haber, por ejemplo, Trump considera que en Gaza debería haber resorts y playas para turistas. Estas guerras son una maquinaria de hacer el vacío en nombre del supuesto progreso, la libertad y la felicidad para todos.

Por supuesto, estas guerras que los nazis y soviéticos llevaron a cabo en la IIª Guerra Mundial en lo que Timothy Snyder denominó tierras de sangre (su libro con ese título es magnífico), aplican la fuerza bruta de manera descomunal. Hay que destruir totalmente, despoblar, inmolar todo lo que estorba, lo que es un lastre. Es un plan de desposesión de largo alcance porque conlleva arrebatar la lengua, la cultura, los bienes materiales (la tierra, el agua, las casas por miserables que sean). Todo se puede sacrificar en este plan perverso.

Dice Amador Fernández Savater[1] que el racismo puede pensarse desde ahí: hay sujetos que estorban. Esto significa que la violencia de las guerras se cocina en tiempos de paz y en sistemas democráticos. Nunca debemos pensar que aquí (me refiero en los países occidentales) estamos libres de esa violencia y de la posibilidad de guerra porque ya ha sucedido y porque se percibe la violencia en Europa. No podemos afrontar a la extrema derecha como una deformidad de la democracia, la violencia implícita en el odio a las mujeres, en el racismo, en la precariedad y en tantos otros aspectos, están presentes en la defensa a ultranza del orden y la seguridad máxima, en la defensa de la productividad y el capital, en el rechazo de lo marginal (que cada vez lo componen más y más personas) y en tantos otros aspectos aparentemente poco relevantes.



GAZA

La guerra, la violencia, el odio no son rarezas, deformidades, están entre nosotras, en nuestra cotidianidad y van configurando un caldo de cultivo en el que se va diferenciando entre poblaciones de las que depende nuestra vida y nuestra existencia y las que representan una amenaza directa a nuestra vida y a nuestra existencia. Las poblaciones que parecen constituir una amenaza directa a nuestras vidas, tal y como explica Judith Butler en Marcos de guerra, no aparecen como «vidas» sino como una amenaza a la vida, por tanto, no sentimos el mismo horror y la misma indignación ante la pérdida de sus vidas.

Nadie está libre de convertir la destructividad en algo justificable. La posición de una parte de la izquierda española de no considerar la guerra de invasión de Rusia sobre Ucrania como rechazable y combatible como ocurre con otras guerras (apenas se ha producido movilización en contra de dicha invasión expansionista) resulta como mínimo preocupante.

Es evidente que las escasas respuestas a las guerras actuales, la de Gaza es muy clara, tienen un componente afectivo y, por ello, son difíciles de explicar. El afecto del horror se experimenta de manera diferencial según las poblaciones, por unas sentimos una urgente y no razonada preocupación y por otras sentimos que no nos afectan, o, como dice Butler, no aparecen como vidas en primer lugar.

Lógicamente, nuestro afecto no es solamente nuestro, nos viene comunicado de otras partes, nos predispone a oponer resistencia a ciertas dimensiones del mundo y a abrirnos a otras.  

Es urgente que nos preguntemos qué nos impide ver ciertas vidas en su precariedad y en su necesidad de apoyo y considerarlas vidas dignas de ser contempladas como tales.


Laura Vicente



[1] Fernández Savater, Amador (Edición y Prólogo) (1922): «Tabula Rasa: La lógica de la Modernidad y sus resistencias). En André Glucksmann. La religión de la guerra. Textos e intervenciones libertarias (1975-1980). Madrid, Arena, p. 17.

 

miércoles, 23 de julio de 2025

«A mi aire»

 


2025

(de mi cuenta de IG: @lauramartierra)

A mi aire (5 junio)

Islandia era un sueño, tenía poca información, pero la convertí en algo precioso que guardaba casi en secreto. No es lo mismo tener información que hacer la experiencia y eso me ocurrió al viajar a Islandia, metabolicé la experiencia vital, y mi cuerpo quedó autoafectado.

Vi y me sentí modificada por la experiencia. Y ahora persigo empaparme de Islandia.

Así ando.

«A mi aire» (12 junio)

Desde que estoy en Instagram he constatado que apenas coincido con los libros que se leen entre los perfiles que sigo. Quizás se deba a que leo muy poca literatura que se publica ahora, entre otras cosas porque enloquecí hace unos años y compré novelas como si no hubiera un futuro y ahora las voy leyendo.

Debe influir también el género y la edad, supongo.

Hago poquísimos comentarios, aunque suelo repasar lo que publican los perfiles que sigo que no son muchos. La falta de tiempo y de coincidencias lectoras supongo que lo explican.

No es queja, solo confirmación.


«A mi aire» (19 junio)

No confío en la democracia representativa desde hace muchos años, ahora tenemos un nuevo caso que demuestra mi desconfianza. A eso añadimos el, toma y daca, del «tú más», así se defiende la «izquierda triste».

Confío en la democracia directa, la que ejercemos todas las personas y que conlleva la ética y la responsabilidad. Apuesto por ella por confianza, por deseo, por amor, por no delegar en nadie.

Otro día diré más y escucharé. De eso trata la democracia directa de decir y escuchar.


«A mi aire» (26 junio)

El calor ya me desborda.

Me cuesta hasta pensar porque mi cuerpo no lo admite.