Una persona culta es aquella (…) que sabe cómo elegir compañía entre los hombres [y mujeres], entre las cosas, entre las ideas, tanto en el presente como en el pasado. H. Arendt

jueves, 3 de octubre de 2024

FAMILIAS ANARCO-SINDICALISTAS LAMINAS EN 1936

 


De todas es sabido la dura represión que ocasionó el golpe de Estado de julio de 1936 en Zaragoza, «la perla del anarquismo». Siempre ha resultado sorprendente que el sindicalismo zaragozano de larga tradición y experiencia se dejara engañar por el General Miguel Cabanellas al mando de la V División Orgánica. Su condición de masón y la confianza del sindicalismo zaragozano en derrotar el golpe de Estado declarando la Huelga General provocaron que Zaragoza quedara bajo la autoridad de los sublevados desde el primer momento. Conocedores los militares de la importancia del anarcosindicalismo de la ciudad no dudaron en utilizar una represión despiadada para liquidar su potencia organizativa y de lucha.

Muchas veces hemos explicado que el movimiento libertario era algo más que CNT, algo más que un sindicato. Su capacidad para construir un espacio paralelo al del poder en el cual se prefiguraban muchos de los aspectos que se deseaban para la sociedad futura y que existía mucho antes del 19 de julio de 1936, fecha considerada como inicio de la revolución libertaria y anarquista, explican que uno de los objetivos de la represión fuera laminar a familias enteras. El anarcosindicalismo llevaba muchos años tejiendo espacios de sociabilidad que incluían a todos los miembros de las familias desde que eran niños y niñas hasta la edad adulta. En especial los fines de semana eran momentos en que, alrededor de conferencias, mítines y reuniones, se organizaban actividades, muchas veces en un entorno natural, para las criaturas, adolescentes y mujeres al cargo de los más pequeños que podían incluir obras de teatro social, coros, excursiones, baños en el río Ebro, etc. Al calor de esas actividades las familias se iban conociendo sin acudir a las reuniones sindicales que atraían poco a las mujeres y nada a las criaturas en edad escolar. En esos ambientes se emparejaban, se hacían amistades, y conforme crecían se iban formando en la Idea y en el sindicalismo sin necesidad de cursos de formación. Se formaban por contagio y aprendiendo de las personas más mayores.

El resultado final era que muchas veces familias enteras formaban parte del movimiento libertario con mayor o menos implicación en las luchas y en la organización. Eso explica por qué era «necesario» liquidar a familias enteras u obligarlas al exilio para eliminar el mal de raíz y causar terror. He elegido una familia zaragozana por el protagonismo de una mujer: María Castanera Mateo.

La familia Castanera Mateo estaba formada por numerosos activistas que vivían mayoritariamente en el barrio de San José de Zaragoza. Sus progenitores, Manuel Evaristo Castanera Francia y Eugenia Mateos Ros, ya habían mostrado inquietudes sociales en tiempos de la Iª República. Sus hijos e hijas estaban relacionadas con activistas anarcosindicalistas zaragozanos y catalanes (la vinculación anarcosindicalista entre Aragón y Cataluña tenía larga tradición por encontrarse sus capitales a unos 300 Km, distancia exigida cuando eran expulsados de su lugar de residencia por delitos sociales).

Los hijos e hijas de Manuel y Eugenia con vínculos libertarios eran: Gregorio, Luis, Manuel, Libertad y María. De los cinco dos fueron fusilados en julio de 1936 (Luis y María) y Mateo salió al exilio y fue internado en los campos franceses de Argelès y Bram y en las Agrupaciones de Trabajadores Extranjeros de Poudreries de St Médart en Jalles, La Rochelle y la fábrica de Thann de La Pallice.

María Castanera Mateo[1], apodada La Duquesa nació en Zaragoza en 1905. Sufrió persecución durante la dictadura alfonsina por su presunta implicación en el asesinato del Cardenal Soldevila (1923) cuando contaba 18 años. Se refugió en Francia y regresó a Zaragoza con la IIª República. Se cuenta la anécdota de que le dio un bofetón, acompañado de un «calla cabrón», al comunista Benigno Remigio Santamaría, presente en la manifestación del 14 de abril de 1931 cuando este gritó: «Todo el poder a los soviets».

Muy activa contra el esquirolaje durante la huelga de la Telefónica (1931), fue detenida en Bilbao en octubre de 1931 con un alijo de armas y, de nuevo, con dos de sus hermanos en mayo de 1932 al descubrirse armas y explosivos en su casa. Ingresó en la Prisión Provincial de Zaragoza en junio con 27 años, a disposición del Juzgado de Bilbao. Habiendo sido recientemente operada, se agravó su estado y hubo de ser internada en la Facultad de Medicina de Zaragoza, regresando a prisión en agosto de 1932. Procesada en Bilbao por tenencia de armas, fue entregada a la guardia civil para su traslado a la capital del Nervión.

A raíz de la victoria de las derechas en las elecciones de 1933, el Comité Nacional de la CNT convocó un Pleno Nacional de Regionales (Madrid, 26 de noviembre de 1933) donde, con reticencias de algunas regionales, se solicitó la constitución de un Comité Revolucionario que tenía que poner en marcha una insurrección que se inició el ocho de diciembre, la huelga general se extendió por 34 provincias durante una semana y alcanzó especial relevancia en el valle del Ebro. María Castanera que había salido hacía poco de prisión, fue de nuevo detenida acusada de sedición en diciembre de 1933 por estar a su nombre  el piso alquilado donde se alojó el Comité Revolucionario que organizó la insurrección en Zaragoza. Condenada a quince años de prisión, fue puesta en libertad por la Ley de Amnistía de abril de 1934.


María formaba parte de un grupo muy activo de mujeres sindicalistas, entre las que estaban Julia Miravé, Pilar y Basilisa Bretón, Isabel Logroño, Isabel Aragó, Nieves Tolosana y Ángeles Bartos. Compañera del activista Ramón Gracia Crespo, ambos intentaron evadirse, una vez fracasado todo intento de resistencia al golpe militar de julio de 1936, pero fueron sorprendidos cuando vadeaban el Ebro. María quedó en tierra e intentó simular que trabajaba en el campo teniendo la desgracia de ser reconocida por un cabo de la guardia civil. Fue detenida y fusilada poco después en San Gregorio. Sus compañeras Isabel Logroño, Nieves Tolosana, Ángeles Bartos e Isabel Aragó corrieron la misma fatal suerte.

 


[1] Esta biografía la debo a Fermín Escribano Espligares