No sé si os pasa lo que me pasa a mí con algunos
temas: algún término, concepto afirmación…, los escucho a todas horas y sé que
no me encajan, que no me cuadran. Es como un moscardón que me ronda y que
espanto porque no tengo tiempo de meditar los motivos de mi incomodidad. Uno de
esos términos es progresista, se ha convertido en una especie de cajón
de sastre que sirve para casi todo: gobierno, partido, coalición, propuestas «progresistas».
Mi confusión se ha convertido en ese zumbido de moscardón que me ha conducido
finalmente al portátil para desentrañar este incordio que me ronda.
El diccionario dice que progresismo es la «ideología y doctrina que defiende y busca el
desarrollo y el progreso de la sociedad en todos los ámbitos y especialmente en
el político-social». Etimológicamente, el vocablo lleva un -ista que significa
«partidario, profesional o creyente de/en» el progreso, término que viene del
latín progressus (avance, marcha adelante). Todo este planteamiento
postula que la situación inicial de la humanidad era de retraso y penurias
tanto materiales como morales y que el progreso y la civilización la han
mejorado, que la comunidad humana mejora por el progreso técnico que permite
aumentar los medios de vida y asegurar la supervivencia. Igualmente, el paso
del estado «salvaje» al «civilizado» ha permitido a la humanidad una clara
mejora moral.
Cuando
este relato pasa a la política se distorsiona y por un malabarismo difícil de
explicar (¿serán los bien pagados asesores políticos quienes lo han propiciado?)
se identifica progresista con ser de izquierdas. Pero puede ser también que lo
que P. Corcuff denomina «muerte cerebral de la izquierda» sea lo que le ha
conducido a esta insensata acrobacia de auto eliminarse como izquierda (término
también cuestionable) para zambullirse en el cajón de sastre del progresismo.
La
izquierda reivindica su creencia en el progreso cuando se está produciendo en
los últimos años una desintegración del marco referencial que nos ha guiado
desde el siglo XVIII y que, entre otros aspectos se basaba en la creencia de un
progreso garantizado por el sentido de la historia. Según esta escatología
secularizada, la historia es una línea de causalidad que implica una
transmisión intencional de una generación a otra siguiendo una línea siempre de
progreso y mejora para la humanidad. Esta creencia de formar parte del tiempo
regular y acumulativo de la progresión histórica ha sido uno de los
malentendidos más grandes de la cultura de izquierda del siglo XX (mantenerlo
en el XXI es una locura ciega), cargada con el legado del evolucionismo y la
idea de Progreso (en mayúscula).
Pero
este relato de la modernidad es desmentido sistemáticamente por la realidad.
Las
fuerzas progresistas están ancladas en el pasado. A finales del siglo XVIII, en
Francia, se categorizaron los espacios políticos llamados izquierda y derecha y
esto funcionó en todo el mundo. Esta creación de la Revolución francesa que
estructuraba el mundo entre izquierda y derecha organizó políticamente todo el
siglo XX. Pero ahora está en crisis. Así lo supo ver el Movimiento 15 M en 2011
cuando lanzó consignas como: «no existe derecha o izquierda sino arriba y
abajo».
Además,
el progreso tecnológico e industrial nos ha llevado al borde del
precipicio con un capitalismo suicida que expolia el planeta (recursos y
personas) provocando una degradación medio ambiental que nos coloca ante un
futuro distópico con riesgos climáticos, pero también biológicos como la pasada
pandemia y una revolución informática cuyo avance ya no controlamos. El
progreso en las posibilidades de matar con eficacia es terrorífico desde la
expansión colonial, la II Guerra Mundial, las guerras de descolonización y el
peligro nuclear.
La
necropolítica está cada vez más presente e implica el uso del poder social y
político para dictar cómo algunas personas pueden vivir y cómo algunas deben
morir. Los movimientos migratorios que genera este capitalismo letal plantean
el derecho a exponer a otras personas a morir, por ejemplo, en todas las
fronteras terrestres o marítimas que inventa, y escandalosamente penaliza e
ilegaliza el sector extremo del capitalismo.
El
progreso nos ha llevado además a que la distinción entre el ser humano
(especialmente las mujeres racializadas y pobres), los objetos y las mercancías
tiendan a desaparecer y a borrarse.
Debemos
ir más allá de las lógicas civilizatorias de muerte de la Modernidad occidental
para construir un proyecto político y social anti-sistémico, alejado de la
lógica del «progreso». Como señala Houria Bouteldja,
necesitamos un pensamiento global que visualice una alternativa a una
civilización occidental en declive y que ha alcanzado su límite. Hay que salir
de la «muerte cerebral» de la alternativa progresista. No se puede pensar en el
tipo de relaciones sociales, la familia, la raza, la explotación, las
relaciones de género o la sexualidad si no se piensa la naturaleza del Estado,
las relaciones Norte/Sur, el neoliberalismo y sus metamorfosis. Más aún, hay
que cuestionar y revisar las nociones de igualdad, de emancipación, de libertad,
el modelo liberal de individuo y, por supuesto, de progreso.
Ha
llegado el momento de parar, decrecer, desprogresar, romper la linealidad de la
historia y construir un proyecto sobre nuevas bases. La urgencia de la
situación que vivimos nos obliga a repensar todo y ya.
Laura Vicente
Blog: http://pensarenelmargen.blogspot.com/
-----
Me han ayudado a pensar y a quitarme de encima el zumbido del moscardón del «progresismo»: Houria Bouteldja, Philippe Corcuff, Tomás Ibáñez, Achille Mbembe y Enzo Traverso.
"Ha llegado el momento de parar, decrecer, desprogresar, romper la linealidad de la historia y construir un proyecto sobre nuevas bases. La urgencia de la situación que vivimos nos obliga a repensar todo y ya".
ResponderEliminarEso también sería progresismo, para unos sería, dar un paso atrás para coger impulso y lanzarse con más fuerza hacia adelante aunque suene a liberalismo salvaje.
Un abrazo.
No lo entiendo así. Los tiempos del crecimiento económico (apoyado en la idea de un progreso infinito) han llegado a su fin, el planeta y los recursos no dan más de si y los daños (climáticos los más visibles), seguramente ya no tienen marcha atrás. En realidad ese crecimiento y esa idea de progreso siempre fue falsa puesto que solo una minoría (el mundo occidental) ha disfrutado de ellos. Hay que construir otro proyecto planetario, la verdad es que soy pesimista, no veo que haya interés en ello. Es mucho más atractivo lo inmediato: votar el día 23 de julio, resolver el peligro (del fascismo o del comunismo) con el voto. Para mi todos los partidos defienden lo mismo: un sistema capitalista que nos conduce al desastre, solo varía que esté más o menos maquillado.
EliminarUn abrazo.