Una persona culta es aquella (…) que sabe cómo elegir compañía entre los hombres [y mujeres], entre las cosas, entre las ideas, tanto en el presente como en el pasado. H. Arendt

viernes, 3 de junio de 2016

IMRE KERTÉSZ, Diario de la galera

Cuando leí Un instante de silencio en el paredón. El holocausto como cultura, quedé impresionada por esos diez ensayos que retrataban la frágil experiencia del individuo frente a la bárbara arbitrariedad de los acontecimientos que ahogaron a Europa, especialmente durante la II Guerra Mundial, en una verdadera matanza.
Me propuse entonces seguir leyendo su obra y compré este Diario de la galera. Su reciente muerte ha acelerado mi regreso a sus páginas. Impactada por la lectura de este diario, me queda su descarnada e íntima sinceridad cuando habla de sí mismo y del mundo que le rodea, me queda también la vivida sensación de que me está contando a mí misma a través de la riqueza de sus reflexiones que llegan hasta lo más hondo del ser humano, me queda la frustrante impresión de no haber podido asimilar todo el caudal de vida y de existencia que comunica Kertész. Quedan pendientes relecturas, por tanto.

Que nadie esperé un diario convencional…
…eso ya me lo enseño Cesare Pavese en El oficio de vivir, porque no lo encontrará, apenas cuatro sucesos personales como la enfermedad de la madre o su estancia como becario en Berlín y Dresde. Ni siquiera el derrumbamiento del comunismo en Hungría y el resto de países de la Europa oriental, incluida la temida URSS, encuentra hueco entre sus páginas. Pese a ello, la obra está estructurada en forma de diario por años, desde 1961 a 1991, mientras redactaba Sin destino (1975), Fiasco (1988) y Kaddish por el hijo no nacido (1990) hasta llegar a La bandera inglesa (1991). Este diario tiene mucho de breviario con textos breves y concisos pero intensamente densos.


La obra
Diario de la galera  está dividido en tres partes que componen la navegación de la galera: I- ZARPA. Rumbo a alta mar. II- A LA DERIVA. Entre acantilados y bancos de arena. III- SUELTA. El timón. RECOGE. Los remos. ES FELIZ. Como si se tratara de las pistas de un viaje pleno de dificultades, al estilo de la Odisea, zarpar conlleva el riesgo de naufragio, que la galera acabe a la deriva y surja la tentación de dejarse llevar. ¿El suicidio? El tercer capítulo, sin embargo, niega esa posibilidad muy presente en este diario ya que decide coger los remos, ¿la escritura?, ¿la caída del comunismo en Hungría? que puede provocar la salvación y conducir a la felicidad. Podría ser…

Adentrémonos en ese viaje zarpando, en los dos primeros capítulos, hacia alta mar con el riesgo de quedar  a la deriva entre acantilados y bancos de arena (1961 1989).
La vida no era fácil en la Europa comunista por aquellos años: guerra fría, tensión entre los bloques, la URSS como gendarme a través del Pacto de Varsovia, protestas aplastadas a través de los tanques (la propia Hungría en 1956, Primavera de Praga en 1968), escasez de productos de consumo, la asfixia de la falta de libertad…
Quizás por ese motivo, Kertész no habla en su diario de lo cotidiano:
Hojeando mi Diario de la galera: ¿dónde está mi cotidianeidad, dónde está mi vida? ¿Hasta tal punto no existe? ¿O hasta tal punto resulta embarazosa? ¿Quizás por eso me estilizo, eliminando los rasgos que no me convienen? (…) (34).
Esta posición vital condicionó su literatura. La existencia, el testimonio de ella, la denuncia del cataclismo lo acapara todo…
Creo cada vez menos en la “literatura”, en la ficción (…) ¿Qué queda? Quizás el ejemplo (la existencia): o sea, más y menos que el arte. La necesidad de dar testimonio crece, no obstante, en mi interior, como si fuese el último que aún vive y puede hablar, y es como dirigir la palabra a quienes sobrevivan al diluvio, a la lluvia de azufre o a la era glacial… Son tiempos bíblicos, de grandes y graves cataclismos, tiempos de enmudecimiento. El lugar del ser humano queda ocupado por la especie, el individuo es aplastado por lo colectivo como por una manada de elefantes que huye despavorida (34).
Su decisión acerca de la novela era firme, su relación con el mundo era exclusivamente de carácter subjetivo y ético y de ahí extraía su deseo insaciable de nombrar. Renuncia a contemplar el mundo desde la razón porque…
Quiero existencia, oposición, destino, pero el mío, aquel que no comparto con nadie y que no está emparentado con nada. Quiero puentes arrasados y la sensación que me domina desde hace días como un estado de ánimo: “no hay vuelta atrás” (81).
Zarpar, llegar a alta mar para averiguar que no hay vuelta atrás. Y no la hay porque Kertész nunca podrá olvida Auschwitz:
(…) es el trauma más grande del hombre europeo desde la cruz, aunque quizá se tarde décadas o siglos en reconocerlo. Y si no lo hace, ya todo dará igual. ¿Para qué escribir entonces? ¿Y para quién?


Para Kertész lo vivido en Auschwitz, o en Siberia, ha sucedido y ha pasado sin apenas afectar a la conciencia humana. Desde el punto de vista ético nada ha cambiado y eso perturba profundamente al autor que concluye que todas las experiencias son en vano. Esa es la base de su existencialismo y es lo que provoca que ronde la depresión, la angustia, la incapacidad para concentrarse y pensar. Las preguntas caen como lluvia fina y persistente. Las dudas sobre la utilidad de la escritura son constantes, el autor entabla una batalla entre escribir o callar, entre vivir o morir ¿Hay mayor deriva en la “navegación” que esa?:
En algún momento, cuando mi vida se vuelva insoportable, tendré que desear la muerte a pesar de todo. Es la ironía definitiva del destino humano, el engaño total del hombre (75).
El suicidio es una posibilidad real para los supervivientes de los lager y Kertész lo sabe pero intenta darle la vuelta:
El suicidio más apropiado para mi es, por lo visto, la vida (33).
Saber que los comandantes de los campos disfrutaban y se emocionaban escuchando a Bach y Mozart, convulsiona el mundo de cualquiera que los sufrió como víctima. Visitar Buchenwald en 1980 fue contemplar toda su mezquindad y su ignominia. Y una dura reflexión:
(…) cuánto deseaba no ser yo y que ellos no fuesen ellos [se refiere a los otros visitantes indiferentes ante las explicaciones del guía] y que no hubiera ocurrido nada y que no existiera la historia y que todos cuantos nos encontrábamos allí careciéramos de destino como los dioses (según Rilke, según Hörderlin)… (100).
Por eso Kertész no solo duda si vale la pena vivir la vida, sino si merece la pena vivirla desde la lucidez, desde la terrible posibilidad de equivocarse en cuanto a la naturaleza de la vivencia. Escribir  para no parecer lo que soy: producto final de determinantes, restos del naufragio de casualidades, siervo de la electrónica biológica, ser desagradablemente sorprendido por mi carácter… (69).
Sus escritos son un testimonio de su persona y surgen del exilio en que vive (…) (75). Siempre la desesperanza:
En mi vida nada es mío, por así decirlo: a lo sumo poseo unos recuerdos definidos y unos proyectos confusos (77).
Mi vida es terrible en todos los sentidos, excepto en el sentido de escribir: así pues, escribir, escribir, para soportar mi existencia; es más, para justificarla (168).
Desesperanza por la inutilidad de la existencia, la falta de conciencia con que vive todo ser vivo (212). Y sin embargo, no tira la toalla, porque la vida es una vida dirigida a alguien y es por ello que tiene sentido. Quizás en esa posibilidad es donde se puede colar la esperanza del anticonformismo, algo arriesgado que nos puede conducir a la deriva posiblemente, sin embargo es el único camino posible: arrancar por completo la vida de las manos del sistema, no silenciar nada sobre él aunque haya que poner en riesgo la vida.


Suelta… recoge… es feliz
El tercer capítulo (1989-1991) abarca una época de posibilidades inéditas para Kertész. La caída del comunismo en Hungría (1989) y en los demás países de la Europa oriental. La actitud no intervencionista de la URSS, dirigida por Gorvachov, y su posterior disolución y fragmentación en quince repúblicas independientes cambió su mundo. El desplome del mundo que le había asfixiado, que le había limitado las posibilidades de desarrollar su literatura, que lo había convertido siempre en un sospechoso, tuvo que tener un impacto importante en su vida personal y como escritor. Por no hablar del reconocimiento a su obra que llegó en 2002 con la concesión del Premio Nobel.
Suelta… 
No tengo “problemas de identidad”. Ser “húngaro” no es menos absurdo que ser “judío”; y ser “judío” no es más absurdo que existir (222).
¿Por qué odian a los judíos aún más desde Auschwitz? Por Auschwitz (232).
Nunca olvidó que el exterminio fue practicado de forma sistemática, fue convertido en un sistema, mientras a su lado transcurría la vida normal.  Se ha demostrado que la forma de vida del asesinato es una forma de vida vivible y posible y, por consiguiente, institucionalizable (237), algo que a Kertész siempre lo torturó y también recogió en Un instante de silencio en el paredón.
Él mismo afirmó que se salvó del suicidio al vivir en una sociedad que le garantizaba la continuación de una vida esclavizada y que de este modo excluía también la posibilidad de cometer cualquier error (270). La humillación no solo guardaba humillación sino también redención, afirmó.

Recoge…
Poder confirmar lo que lleva tiempo pensando respecto al “socialismo real”:
Sólo ahora se ve de verdad el secreto de la dictadura. La inseguridad de las personas, su desconcierto, su espera, su atolondramiento: la orden no llega. Y cuando se da por seguro que no llega, enloquecen: se atacan unos a los otros, se odian, roban y asesinan, más desenfrenados que en la época de la dictadura… y menos libres (246).
Kertész se asombra de cómo el imperio comunista pudo mantenerse tanto tiempo en el poder imponiendo el caos, el terror, la irracionalidad. El llamado socialismo, el fiasco humano general más grande del siglo (248), había condicionado su vida durante cuarenta años y apenas era capaz de comprender cómo se mantuvo en pie y cómo él pudo crear un espacio para su vida espiritual.
Ser capaz de pensar, aun siendo peligroso para uno mismo y para la comunidad es la mayor aventura que puede emprender el ser humano. Vivir una vida real, después de cuarenta años de absoluta artificialidad (259).

Es feliz…
¿Qué pudo dotar de cierta felicidad a Kertész a sus sesenta años?
El amor. El amor sobrevive. Como la vergüenza, como el tormento (262).
El radicalismo, el anticonformismo para arrancar la vida del control del poder, la oposición como forma de libertad, de afirmación del espíritu. Y con esa postura de coherencia…
(…) la vida verdadera, no falsificada por las ideologías, purificada de las contaminaciones de mi yo (271).
(…) la inspiración, porque en ella se encuentra la verdad (273).
La historia como intento milenario, desesperado y continúo del ser humano de escapar de la locura.
Y sobre todo (…) escribir, escribir, para soportar mi existencia y justificarla.
Y la lectura de escritores como Camus, el autor más citado en este diario y modelo en el que Kertész se mira, pero también de muchos otros: Beckett, Rilke, Goethe, Benjamin, Sumner, Mann, Stendhal, Márai, Weil, Krúdy, Kafka… que desfilan por este viaje vital, preñado de un existencialismo radical, a través de sus citas y de sus reflexiones.
Una obra de las que no se olvida, un faro para observar la vida desde una radical lucidez y desde el anticonformismo.
Kertész contradijo a Adorno cuando afirmo que después de Auschwitz era imposible la poesía. Contradijo al filósofo cuando afirmó que es justamente después de Auschwitz cuando se tiene que escribir poesía:
Tengo el privilegio de recoger los horrores y expulsarlos por escrito. Si no lo hago, sufriría más.

6 comentarios:


  1. "...escribir, para soportar la existencia y justificarla.
    ...recoger los horrores y expulsarlos por escrito."

    Catarsis... tan necesaria cuando se viven ciertas cosas, tantos horrores y sufrimiento...

    Besos!!

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  2. Amiga Laura.

    Uno tendría que leer estos fragmentos cada noche, antes de caer vencido por el sueño, y preguntarse, después de repensar las palabras de Kertész, si muchas de las cosas que hacemos en el día a día (o en la vida), tienen sentido.

    Me ha gustado mucho lo de la poesía...

    Qué ganas me han entrado de ir a leer poesía entre mis libros.

    Cuídate!

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    1. Me parece que estamos ante un autor fundamental por muchos motivos. Su calidad literaria, desde luego, pero especialmente la profundidad de sus reflexiones, su autenticidad... lo convierten en un punto de referencia en estos tiempos de enmudecimiento. eso sí, es un autor que hay que leer con mucha lentitud, no porque sea complicada su lectura, sino por tanto como aporta, tantas preguntas que plantea.

      La poesía es, cierta manera, la esencia de la narrativa. Por su escaso valor comercial es un referente de "verdad" que siempre ayuda. A mi me obliga, como Kertész y otros/as autoras, a leer muy despacio (soy muy rápida leyendo, demasiado). SLOW READING... una nueva categoría que voy a introducir en mis reseñas :))

      Un abrazo!!

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  3. Extrordinaria reseña. Como siempre, Laura

    A raíz de la concesión del Premio Nobel a este autor leí SIN DESTINO (1975).
    Trata de la historia de un muchacho en diversos campos de concentración nazis - el autor también sabe de esto - y la trágica realidad de aquellos ámbitos de exterminio. Me pareció un libro de mucha calidad literaria y testimonial de esos episodios que conviene no olvidar. Me impresionó y me conmovió bastante. También recomiendo su lectura.

    Tenía tan camuflada la dirección de esta bitácora que había olvidado casi su existencia hasta que hoy me la has recordado con tu correo.

    Gracias a ti he tenido la ocasión de conocer a tu amigo, Paco Castillo. Otro genio de las reseñas literarias.

    Abrazos, Laura

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    1. He leído Sin destino, de hecho fue la primera obra suya que leí, luego pasó tiempo hasta que lo he vuelto a reencontrar de nuevo. Y ahora no pienso dejar de leerlo hasta que lo "agote".

      Me alegra mucho darte a conocer a un gran lector como Paco.

      Un fuerte abrazo!!

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