Una persona culta es aquella (…) que sabe cómo elegir compañía entre los hombres [y mujeres], entre las cosas, entre las ideas, tanto en el presente como en el pasado. H. Arendt

jueves, 3 de marzo de 2016

TIMOTHY SNYDER (2015): Tierra negra. El Holocausto como historia y advertencia.

Tras la lectura de Tierras de sangre. Europa entre Hitler y Stalin, obra que ha aparecido en este espacio en diversas ocasiones, no dudé en leer esta nueva publicación que complementa la anterior.

Tierra negra. El Holocausto como historia y advertencia, plantea una idea interesante desde el mismo título: la historia puede tener un papel importante para explicar aquello que ocurrió, avisando lo que puede volver a ocurrir. El punto de partida de la obra es entender el desafío hacia la política convencional que fueron las ideas de Hitler, haciendo viable un crimen sin precedentes. El nazismo construyó una cosmovisión que contenía el potencial para cambiar todo a través de su proyecto de mundo perfecto en el que sobraban los judíos y que podía canalizar las tensiones de la globalización. Analizar las ideas, del “mundo de Hitler”, explica cómo se pueden reproducir en “nuestro mundo”, según el autor.
Aun cuando el intento es loable, resulta arriesgado que un historiador entre en el terreno del análisis de la actualidad y prevea posibilidades de futuro. Pero al margen de las conclusiones finales, que sería el capítulo más discutible (y cuestionable), Tierra negra es una obra de gran calidad que explica aspectos determinantes del Holocausto.
La obra está dividida en doce densos capítulos en los que se analizan todos aquellos aspectos que definieron el mundo de Hitler y los objetivos que perseguía. Los tres últimos capítulos, de los que me ocuparé en otro momento, sintetizan las acciones y actitudes de enfrentamiento al nazismo (o al stalinismo, en menor medida) y de auxilio a las víctimas.
Tierra negra, desde mi punto de vista, aporta claves interpretativas que esclarecen aspectos fundamentales de lo ocurrido en Europa oriental, entre 1933 y 1945. Esas claves son las que trataré de sintetizar.



La concepción nazi del ser humano en relación a la naturaleza. El espacio vital.
Resulta imprescindible partir de las propias ideas de Hitler para comprender la lógica racional, que la tiene, de su pensamiento político.
Hitler rompió con las escuelas de pensamiento político que presentaban a los seres humanos diferenciándolos de la naturaleza por su capacidad de imaginar y crear nuevas formas de asociación. Para el nazismo, la estructura inmutable de la vida residía en la división de los animales en especies, condenados a un “aislamiento interno” y a una lucha constante hasta la muerte. Hitler estaba convencido de que las razas humanas eran como las especies y que el incesante conflicto de las razas no era un elemento más de la vida, sino su esencia. Por tanto, los humanos no eran en realidad más que un elemento de la naturaleza y esta consistía en una cruenta lucha. La ley de la selva era la única ley, las personas debían reprimir toda tendencia a la compasión y ser codiciosas.
Los judíos no eran una raza, sino una no-raza o contrarraza, ya que ellos obedecían a la extraña lógica de la “no naturaleza” porque se resistían a los imperativos básicos de la naturaleza e inventaban ideas generales que alejaban a las razas de la lucha natural, generando conceptos que permitían ver el mundo menos como una trampa ecológica y más como un orden humano.
Al equiparar la naturaleza con la política, el nazismo no solo abolía el pensamiento político, sino también el científico, puesto que ninguna raza, por avanzada que fuera, podía cambiar la estructura básica de la naturaleza mediante ninguna innovación.
Vinculado con esta concepción de la naturaleza, el espacio vital era un término que expresaba toda la amplitud de significado que el nazismo asignaba a la lucha natural, que iba desde la lucha racial permanente por la supervivencia física hasta la guerra sin fin por la percepción subjetiva de querer tener el nivel de vida más alto del mundo. Alemania necesitaba controlar territorio suficiente para producir alimentos sin coste para la industria. Esos territorios, eran imaginados como “espacios” que estaban de hecho “abiertos”, es decir, no ocupados por “nadie”, el racismo convertía las tierras pobladas en potenciales colonias. Aunque esas tierras estaban ocupadas por el grupo cultural más grande de Europa, los eslavos (ucranianos, rusos, bielorrusos y polacos), el problema quedó solventado al ser considerados como raza inferior. De esta manera el principal objetivo de Hitler se podía poner en marcha: enviar a los alemanes a una fatídica guerra de destrucción racial en el este.

La creación de la no estatalidad y  la guerra de destrucción racial en el este
Snyder, en una de sus principales claves interpretativas, considera que la destrucción del Estado, es decir, la no estatalidad permite poner en marcha su revolución al dejar desprotegidas a las personas, especialmente a las minorías que son las que más necesitan de la protección del Estado y del imperio de la ley. Su ideología le permitía prever la destrucción de Estados en nombre de la naturaleza y así posibilitar la guerra racial. La revolución nazi se basaba en no reconocer la ciudadanía y arrastrar a Alemania junto a Europa al desgobierno. A Hitler no le importaba el destino de su propio Estado porque creía en un mundo formado por razas más que por Estados y actuaba en consecuencia. La destrucción del Estado podía ser el final de la guerra o el principio. Cuando la guerra se volvió en su contra, la matanza de judíos bajo control alemán se aceleró. Para él las derrotas alemanas sacaban a la luz la mano oculta del enemigo judío mundial, cuya destrucción era necesaria para ganar la guerra y redimir a la humanidad; el exterminio de judíos era una victoria para la especie. 
Hitler no era un nacionalista alemán seguro de la victoria de su país que aspiraba a ampliar el Estado alemán, sino un anarquista zoológico que creía que debía restaurar el estado natural de las cosas (p. 277).
Esta revolución se anticipó, antes de la guerra, cuando las SS en Alemania crearon en los campos de concentración pequeñas zonas dentro del país donde el Estado carecía de jurisdicción, es decir, de no estatalidad. Himmler estableció el primer campo de concentración en 1933 en Dachau, en él el Partido Nazi (no el Estado alemán) podía castigar al pueblo (comunistas, socialistas, disidentes políticos, homosexuales, criminales y maleantes) de manera extralegal, al margen de la protección del Estado y aislados de la comunidad nacional alemana. La voluntad de Hitler podía, pues, separar a los órganos coercitivos de la ley y del Estado.
El precedente de los campos alemanes como espacios de la no estatalidad se confirmó en 1938 cuando el Estado austriaco dejó de existir y Hitler proclamó la Anschluss, los nazis comprobaron que la mejor manera de separar a los judíos de la protección del Estado era destruirlo. Ningún estado se interesó por la desaparición de Austria, pero los judíos vieron el inicio de un proceso generalizado de separación de los Estados europeos y empezaron a intuir que no tenían lugar donde ir. La destrucción de Austria supuso la llegada de judíos  a Polonia, que reaccionó también intentando quitar la nacionalidad a los judíos polacos que vivían en el extranjero arrebatándoles la ciudadanía y dejándoles en situación vulnerable.
Alemania buscó, a partir de noviembre de 1938, la alianza con Polonia tras había absorbido Austria (y su oro) y gran parte de Checoslovaquia (y sus armas), unos nueve millones de personas. Pero las autoridades polacas no querían guerra y dudaban de la buena voluntad de los alemanes, de esta manera, al no aceptar el pacto se convirtieron en una barrera para la guerra de destrucción racial en el este.  En esa situación se inscribe el pacto con la URSS a la que le interesaba ese pacto para rehacer Europa del Este (cosa que Londres y París no le ofrecían). El acuerdo firmado por Ribbentrop y Mólotov el 23 de agosto de 1939 era más que un pacto de no agresión, incluía un protocolo secreto que dividía Finlandia, las tres repúblicas bálticas y Polonia en dos esferas de influencia, la soviética y la alemana. Esta zona era además uno de los núcleos territoriales de la comunidad judía mundial que los judíos llevaban poblando medio milenio sin interrupción, este núcleo se convirtió en el lugar más peligroso para los judíos en toda su historia: 20 meses después, allí daría comienzo el Holocausto y en tres años la mayor parte de los millones de judíos que vivían allí estarían muertos. Stalin sabía que estaba entregando a Hitler dos millones de judíos y la ciudad judía más importante de Europa, Varsovia.
La invasión alemana de Polonia se llevó a cabo bajo la premisa de que Polonia no existía y no podía existir nunca, por tanto, no hubo ocupación porque nada existía (una postura parecida mantuvo la URSS). De esta manera pudo dar comienzo la verdadera revolución nazi. Hitler no reconocía la ciudadanía y arrastraba a Alemania junto a Europa al desgobierno. Alemania trataba Polonia como Europa había tratado a las colonias: como un pedazo de tierra poblada por seres descontrolados e indefinidos; eso suponía reprimir personas y destruir las instituciones que de hecho estaban presentes aunque negadas. Había que destruir a la elite polaca, la intelligentsia, y a través de los Eisatzgruppen, cuerpos especiales de policías  y miembros de las SS, organizados por Heydrich, impedir la creación de la resistencia polaca. El camino al Holocausto se iba allanando.


La doble ocupación y el mal mayor
Para Snyder, el plan de Hitler de erradicar al pueblo judío del planeta requería algo más que la guetización o la proclamación de un orden colonial. La hipótesis del autor considera que, para precipitar el Holocausto, hacía falta una doble destrucción del Estado que implicaba: primero la destrucción de los Estados nación de entreguerras mediante las técnicas soviéticas y luego la del recién creado aparato del Estado soviético por las técnicas nazis, aún en construcción. Fue en la zona de doble ocupación donde se perfiló la Solución Final.
La destrucción que realizó la URSS se llevó a cabo con los medios que ya habían usado durante el Gran Terror: la policía secreta (NKVD) y las deportaciones a los gulag. Así, el poder soviético asesinó en masa a oficiales y otros ciudadanos, la élite culta, para evitar la resistencia  (en Katyn, en abril de 1940, 21.892 personas fueron asesinadas, entre ellas había judíos). Sus familias fueron deportadas, explotadas y desnacionalizadas, se legalizó el robo a través de las nacionalizaciones, resultando los judíos los más afectados.
La destrucción de los Estados por parte de la URSS provocó que hubiera gente que deseara la llegada de los alemanes para restaurar dichos Estados, algo falso pero con lo que jugaron los nazis. Hitler solo estaba interesado en librar a sus colaboradores políticos de los judíos.
Los alemanes llevaron el anhelo de anarquía (entendida como no estatalidad) que sólo se puede trasladar al extranjero, aprendieron a explotar la experiencia de la ocupación soviética para alcanzar sus propias metas, aún más radicales, e inventaron la política del mal mayor. En la zona de doble obscuridad, donde confluyeron la creatividad nazi y la precisión soviética, se encontraba el agujero negro del holocausto.
En 1941, los miembros de los Einsatzgruppen, los policías y los soldados, todos ellos alemanes, colaboraron con grandes sectores de la población local, de múltiples nacionalidades, que habían experimentado el dominio soviético. Acusar exclusivamente de estos asesinatos a los Einsatzgruppen fue un mito surgido en los juicios en Alemania para proteger a la mayoría de los asesinos y aislar los crímenes de la sociedad alemana en sí. Ciudadanos soviéticos de todas las nacionalidades, incluido un número considerable de comunistas, participaron en el asesinato de judíos junto con los alemanes.
De la misma manera, explicar que la población local colaboró por ser antisemita es contribuir al mito de que los asesinatos de judíos en el frente oriental respondieron a la ira justificada de los pueblos oprimidos contra sus supuestos caciques judíos. Es cierto que estaba extendido el antisemitismo, pero ese hecho no explica el asesinato en masa y eso lleva a pensar que, igual que alemanes y judíos tenían objetivos políticos, también los tenían los pueblos locales. Si se cae en la trampa de la etnificación y la responsabilidad colectiva, se abole el pensamiento político y se revoca la voluntad individual, por tanto, se puede caer en la complicidad con nazis y propagandistas soviéticos. Esta masacre sin precedentes no habría sido posible sin un estilo especial de política. Por tanto, la matanza de judíos la planificaban los alemanes pero la ejecutaban con la colaboración de personas de todas las nacionalidades presentes en la zona.
Los alemanes necesitaban personas de otras nacionalidades para que su ideología se extendiera más allá de sus fronteras. Al definir el comunismo como corriente judía y a los judíos como comunistas, los invasores alemanes perdonaron de facto a la gran mayoría de los colaboradores con el poder soviético (cuando la colaboración había sido de prácticamente toda la ciudadanía). El mito judeobolchevique confirmaba la idea a la que los nazis debían aferrarse para que su invasión tuviera sentido: un único golpe a la URSS podía ser el principio del fin de la conspiración judía mundial y un único golpe a los judíos podía acabar con la URSS.
La política consiste en la coordinación de actores con experiencias, percepciones y objetivos distintos; sin embargo en este lugar y este tiempo concretos, en los que un régimen extremadamente duro daba paso a otro, en los que la colaboración con los soviéticos había sido generalizada, y en los que las instrucciones nazis para el asesinato racial no eran específicas, no existía una fuente de autoridad política que sirviera de guía. La política del mal mayor fue una creación colectiva en una época de caos.
Se trataba de que aquellos que habían colaborado con los soviéticos, se congraciaran con los alemanes matando judíos. Hubo más colaboración allí donde existía la cuestión nacional y, por tanto, motivaciones políticas (por ejemplo entre los ucranianos, lituanos y letones) que creían que la invasión alemana favorecería sus intereses políticos.
Los judíos eran sacrificados en nombre de la sagrada mentira de la inocencia colectiva del resto (p. 212).
El mito judeobolchevique separaba a los judíos del resto de ciudadanos soviéticos, y a la mayoría de soviéticos de su propio pasado. El asesinato de judíos y el traspaso de sus bienes eliminaban el sentimiento de responsabilidad por el pasado.

En resumen…
Una ideología basada en el conflicto racial como esencia de la vida, el derecho a un espacio para las razas superiores que exterminan, o ponen a su servicio, a las no razas o razas inferiores.

La no estatalidad como clave para poner en marcha la revolución nazi basaba en arrastrar a Alemania junto a Europa al desgobierno. Alemania, gracias a la no estatalidad, engendró nuevas formas de hacer política que se pudieron aplicar en las zonas de doble ocupación (soviética y nazi) de la Europa oriental, lo que Snyder denominó en su obra anterior las tierras de sangre.

La revolución nazi, que se concretó muy pronto en el exterminio de los judíos al fracasar el intento de ocupación rápida de la URSS, contó con la colaboración de grandes sectores de la población local de múltiples nacionalidades, incluido un número considerable de comunistas. Esta colaboración no se debió solo al miedo o a reacciones irracionales, sino fundamentalmente a algo tan racional como que tenían objetivos políticos propios, recuperar sus estados nacionales.

La doble ocupación, el paso de un régimen extremadamente duro a otro, provocó la inexistencia de una fuente de autoridad política que sirviera de guía y la política del mal mayor se impuso. Los judíos eran sacrificados para justificar la mentira de la inocencia colectiva del resto.

4 comentarios:


  1. Intentando comprender el horror...

    Besos!!!

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  2. Reflexiono a tenor de tus palabras, el sístema político no es una organización natural, surge desde los primeros instantes de la historia como una respuesta de fuerza ante situaciones de crísis y se acepta su presencia con el íntimo fin de obtener alguna ganancia. La pertenencia al grupo de los elegidos presta confianza, la exclusión de otros, la represión sobre los diferentes, la explotación de los más débiles, de la mujer, o del judio aumenta la sensación de seguridad y la creencia en que se podrá obtener una ventaja adicional. Una vez logrado el beneficio, resulta necesario justificar el horror, porqué a los humanos el peso de la culpa nos resulta insoportable y la escapatoria mñas airosa se logra mediante la autojustificación. Algo habrán hecho para merecer ese castigo y algo habremos hecho los que gozamos de esta característica diferenciada para poder tener el orgullo de ser mejores que los demás. Cada día podemos contemplar situaciones parecidas que se dan entre distintos grupos humanos por razones étnicas, religiosas, nacionalistas, educativas, linguisticas e incluso por la adscripción a determinada ideología o a un equipo de fútbol. Algún instinto debe impulsar la necesidad de pertenencia a un grupo y de acatamiento normativo. Lo cual no exculpa la responsabilidad en los crímenes cometidos. Es una entrada magnifica. Un beso.

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    1. Comparto tu reflexión. Este libro me parece importante por ese motivo, investiga y da una explicación política a unos hechos que, con demasiada frecuencia, tratan de hacerse pasar como irracionales y ahistóricos. No lo son y debemos conocerlos y reflexionar desde esa perspectiva que es la que has elegido en tu comentario.

      Gracias y un abrazo!!

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