Hay libros de historia que aportan innovaciones
sobre temas poco conocidos o sobre aspectos no investigados que resultan
siempre interesantes, pero hay libros que tienen la virtud de no contentarse
con las explicaciones dominantes y, aparentemente, incontestables. De estos últimos
hay muy pocos, cuando encuentras uno de ellos la sorpresa te va llevando de
hoja en hoja sin casi dar crédito a lo que leemos. Timothy Snyder ha logrado
encontrar esa nueva perspectiva en Tierras
de sangre. Europa entre Hitler y Stalin. El punto de partida de su libro es
no dejarse limitar por las fronteras o por las etnias perseguidas y poder
establecer, de esa manera, las conexiones entre los diversos aspectos que
entraron en juego en un tiempo común, 1933-1945, y en un espacio común, la
geografía humana de las víctimas, las Tierras
de sangre. Solo estableciendo dichas conexiones se puede entender la
dimensión de lo ocurrido en ese espacio que abarca desde Polonia central hasta
Rusia occidental a través de Ucrania, Bielorrusia y los países bálticos. Esas
tierras se bañaron de sangre por motivos políticos, más que por ideologías
raciales o nacionales, ahí murieron catorce millones de personas que no fueron bajas
de guerra, la mayoría fueron mujeres, niños/as y ancianos/as.

No pretendo hacer aquí una reseña de este libro sino
una reflexión sobre un aspecto muy concreto de él y que, quizás, se puede
considerar marginal: la historia, la memoria y la verdad.
La Alemania nazi y la URSS buscaron dominar la
historia. Los nazis derrotados en la guerra ejercieron menor influencia, pero la
URSS, asentada en el poder durante más tiempo y apoyada por un importante aparato
político, logró condicionar la perspectiva sobre la memoria y los estudios históricos
de lo sucedido en las Tierras de sangre.
En esta competición por la memoria, el
Holocausto, las otras políticas alemanas de asesinato en masa y las masacres
estalinistas se convirtieron en tres historias diferentes, aunque compartieran
tiempo y espacio en la realidad histórica.
La verdad, ¿es tan solo una convención del poder, o
puede un relato histórico veraz resistir la fuerza gravitatoria de la política?
La adulteración de la verdad se consigue en el periodo
más corto de tiempo recurriendo a la exageración o a la simple negación de la
realidad. (…) La verdad requiere propagación, pero no “propaganda”.Sé que mientras nosotros nos esforzamos por decir la verdad, en un simple
papel, el altavoz ya está allí preparado para el transmisor de mentiras (…).
Aun así nosotros hablamos. Aun así, escribimos. Porque sabemos que las palabras
veraces no mueren. Nuestra fe es sólida, porque no teme la duda. Al contrario,
ésta la refuerza.
Roth se devanaba los sesos sobre cómo expresar lo
inexpresable.
El círculo de fascinación de la mentira, que los
criminales levantan en torno a sus fechorías, paraliza la palabra y a los
escritores, que están a su servicio.
Y daba vueltas y vueltas sobre la necesidad de tomar
la palabra (…) la palabra amenazada por la paralización. Sin embargo, se desesperaba, ya exiliado en
París, por la indiferencia de los países europeos ante lo que estaba sucediendo
en Alemania tras la llegada al poder de Hitler en 1933.
La quema de libros, la expulsión de los
escritores judíos y todos los demás desvaríos (…) pretenden aniquilar
el espíritu. (…) la Europa espiritual se rinde. Se rinde por debilidad, por
desidia, por indiferencia, por irreflexión. El futuro deberá investigar con
exactitud los motivos de esta capitulación vergonzosa.(…) los indiferentes siempre han contribuido a que el
mal triunfe.
Si el humanitarismo se percibe como excepcional, ello significa que la
inhumanidad es lo acostumbrado. Lo natural se convierte sin más en sobrenatural.
(…) Nada es tan brutal como la indiferencia frente a lo que ocurre en el
terreno de lo humano.
Aun hoy existe la tentación de pensar que los
crímenes nazis están fuera de la historia o que la historia tiene un solo curso
posible como decía Stalin.
Identificarse con las víctimas puede obviar el
entender el entorno histórico que éstas compartieron con los perpetradores y
los testigos mudos en las Tierras de
sangre. Hay que entender a los perpetradores, después de todo, el peligro
moral no es que uno pueda convertirse en víctima, sino en perpetrador o en
testigo mudo. Considerar incomprensibles a otras personas es abandonar la
búsqueda de la comprensión y, por tanto, renunciar a la historia. Los asesinos
en masa tenían unos motivos y un sentido para ellos y hay que conocerlos e
investigarlos.
T. Snyder cuestiona la cultura de la conmemoración y
que la memoria puede evitar el asesinato, las políticas de la memoria histórica
suelen ser selectivas porque son, sobre todo, políticas. La sobrevaloración de
la memoria ha permitido casos como el de Enric Marco que recoge Javier Cercas
en El impostor, la historia debe
desplazar a la memoria interesada (normalmente nacionalista).
La memoria no
puede sustituir la historia, como dice W. G. Sebald, en Sobre la historia natural de la destrucción:
Uno
de los problemas centrales de los llamados “relatos vividos” es su
insuficiencia intrínseca, su notoria falta de fiabilidad y su curiosa vacuidad,
su tendencia a lo tópico, a repetir siempre lo mismo (88).
A las/los
historiadores les corresponde buscar los números y situarlos en perspectiva y
como humanistas, transformar los números en personas ya que cada persona es
irrepetible.
El autor considera que la historia se ha de basar
sobre fundamentos nuevos con una metodología sencilla asentada sobre tres
aspectos:
Ø
La
insistencia en que ningún acontecimiento pasado está más allá de la comprensión
ni de la indagación histórica.
Ø
La
reflexión sobre la posibilidad de opciones alternativas, que va unida a la
aceptación de que la capacidad de elección en los asuntos humanos es una
realidad irreductible.
Ø
Una
revisión, ordenada cronológicamente, de todas las políticas nazis y stalinistas
que mataron a grandes cantidades de civiles y prisioneros de guerra.
Los asesinatos en masa del siglo XX tienen el más
alto significado moral para el siglo XXI, pese a que afirma Sebald que somos incapaces de aprender de la desgracia
que hemos causado, y que, incorregibles, seguiremos avanzando por senderos
trillados (…).
La mirada hacia la destrucción es la mirada horrorizada del ángel de la Historia, del que Walter
Benjamin ha dicho que, con sus ojos muy abiertos, ve “una sola catástrofe, que
incesantemente acumula escombros sobre escombros y los arroja a sus pies. El
ángel quisiera quedarse, despertar a los muertos y unir lo destrozado. Pero
desde el Paraíso sopla una tormenta que se ha enredado en sus alas con tanta
fuerza que el ángel no puede cerrarlas ya. Esa tormenta lo empuja
incesantemente hacia el futuro, al que da la espalda, mientras el montón de
escombros que tiene delante crece hasta el cielo. Esa tormenta es lo que
llamamos progreso (76).