domingo, 3 de julio de 2016

FASCISMO Y SEGURIDAD DEL SILENCIO

La coincidencia en la lectura de los libros de Nico Rost y Vasili Grossman sobre Dachau y Treblinka no quedó solo en ellos sino que ha coincidido también con la película “El caso Fritz Bauer” del director Lars Kraume que vi a mediados de mayo y la lectura del artículo de Steven P. Remy, publicado en la revista de historia Ayer, nº 101: “Las universidades alemanas y el nacionalsocialismo: la Universidad Ruprecht-Karls de Heidelberg”.


La película alemana, estrenada en 2015, tuve la suerte de verla en versión original y apreciar la calidad de sus actores principales. En 1957, el Fiscal General Fritz Bauer, comprometido con la detención de los criminales de guerra nazis ve la oportunidad de detener al SS Adolf Eichmann, involucrado en el funcionamiento de los campos de concentración al más alto nivel. Sin embargo Bauer se encontrará con múltiples dificultades en la RFA teniendo que tomar una decisión en la que podía ser acusado de traidor. Al margen de la calidad de la película, yo no pude despegar la vista de la pantalla en los 105 minutos que dura, el tema que plantea encaja perfectamente con el tema del castigo a los colaboradores del nazismo tras la guerra.

El interesante artículo de Remy examina cómo los académicos de una Universidad de provincia,  como la de Heidelberg, reaccionaron ante la llegada del nacionalsocialismo. El autor del artículo va mostrando la existencia de un difuso antisemitismo previo y cómo se percibía la humillación nacional de 1918 que derivaba en un claro antirepublicanismo. De esta manera cuando en 1933 Hitler llega al poder, una parte importante del profesorado y alumnado asumieron contentos el proceso de nazificación que se hizo tanto desde arriba, por decreto, como  desde dentro de la universidad, a través de un proceso de “homogeneización” (56) que supuso la depuración de una buena parte del profesorado ya que en 1938, Alemania (incluyendo Austria) había perdido el 39 por 100 de sus profesores universitarios. El profesorado que colaboró con el nazismo enfocó sus estudios e investigaciones al proyecto de purificación racial de Alemania, en su expansión bélica, en el imperialismo económico y en la ofensiva cultural hacia la Europa ocupada.


Tras la guerra, sin embargo, los profesores de Heidelberg construyeron una narrativa de justificación que sirvió para absolver a todos –salvo unos cuantos- de su conexión con el nacionalsocialismo y permanecer en sus puestos.
Por tanto cabe preguntarse si los propósitos de Rost y Grossman de que no se olvidara lo ocurrido y los causantes de tanto sufrimiento pagaran por sus crímenes, fueron condenados.

Sabemos que no fueron castigados la mayoría.
Decía Hannah Arendt en Eichmann en Jerusalén  que la abrumadora mayoría del pueblo alemán creía en Hitler y que contra esta ciclópea mayoría se alzaban unos cuantos individuos aislados que eran plenamente conscientes de la catástrofe nacional y moral a que su país se dirigía.  Para Arendt, en Alemania se produjo la debacle moral de toda una nación (163). El colaboracionismo generalizado de gran parte de las autoridades y de la población, en el resto de Europa, especialmente en su parte oriental, extiende dicho colapso moral a casi todo el continente. Los movimientos de resistencia fueron esa parte excepcional que reaccionó contra la barbarie.

¿Cómo juzgar, pues, a millones de personas tras la guerra?

En lugar de un ajuste de cuentas a todos los implicados en el nazismo, se apropiaron del discurso que interpretaba que solo unos pocos se habían comprometido significativamente con los nazis y que esa minoría fue juzgada en Nuremberg y, por tanto, permitía al resto “la seguridad del silencio” que decía Dirk van Laak e instaurar una cultura del olvido que en la década de 1950 arraigó en toda Alemania. La desnazificación se dejó en manos de los propios alemanes, como bien se explica en el artículo sobre la Universidad de Heidelberg, que  ocultaron y excusaron la complicidad voluntaria del profesorado con el nacionalsocialismo. Cuando la supuesta desnazificación llegó a su fin, el Parlamento de la RFA aprobó una amplia amnistía en 1951, gracias a la cual cientos de ex nazis volvieron a sus puestos como funcionarios, en las universidades, etc.

Como bien señalaba Heinrich Böll en la llamada “literatura de los escombros”, los jóvenes de posguerra vivieron una crisis de identidad provocada por el trauma del nazismo sobre el que no se había hecho una auténtica reflexión. No se abordó el problema fundamental de la responsabilidad moral ante la ocupación del poder por los nazis y por tanto no fue posible un distanciamiento del Estado criminal bajo el que habían vivido los alemanes. Algo de esta crisis de identidad se observa en la película de Lars Kraume.

¿Y en España?
Cuando estoy redactando estas notas se ha sabido que en Tortosa, su población, consultada en un referéndum sobre la posibilidad de destruir el monumento al alzamiento nacional que ahora hace 50 años inauguró Franco en mitad del río Ebro, se ha pronunciado por conservarlo. Y encuentro que hay una línea que une esta decisión vergonzosa con esa seguridad del silencio y la cultura del olvido que el totalitarismo franquista impuso durante 36 años y que en ese referéndum ha vuelto a triunfar 40 años después.


2 comentarios:


  1. Los laberintos y y vericuetos de la psicología social...

    Besos!!!

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    1. Y de la política, como bien estamos viendo desde hace tiempo...

      Besos!!

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