Sobre Teresa Claramunt he escrito artículos y dos
libros[1],
lo que demuestra el interés que despierta en mí el personaje. No es mi
intención detenerme hoy en los aspectos biográficos, que se pueden consultar en los
textos citados, sino en la actualidad del legado de esta mujer en el 158
aniversario de su nacimiento (4 de junio de 1862).
Investigar
la biografía de Teresa Claramunt tuvo una influencia decisiva en
mi manera de entender la historia a través de dos conceptos que me acompañan
desde hace casi veinte años en mi tarea investigadora: la historia-genealogía y la micro historia. La genealogía abarca el programa de la historia tradicional (sociedad, economía,
política, etc.) pero estructura esa materia de otra manera: no se atiene a los
siglos, a los pueblos o a las civilizaciones, sino a las prácticas, es decir, a lo que hacen las personas, sin más. La genealogía trata, pues, de la historia de las prácticas (no tanto de
las ideas).
La contrahistoria, que rechaza conscientemente la historia como gran relato, se centra en la pequeña historia (o microhistoria) y en
la construcción de un relato detallado y
significativo sobre la gente común y real.
La microhistoria hace referencia a la escala reducida de la observación, a
la pasión por el detalle microscópico. La mirada de cerca, por ejemplo a través
de la biografía, permite captar algo que escapa a la visión de conjunto, a la
llamada gran historia.
Hace
mucho que entiendo la historia como una manera de contemplar nuestro propio
tiempo y lugar, nuestros propios autoengaños, nuestro deseo de ignorar lo que
está sucediendo. Hoy, más que nunca en nuestras vidas, debido al impacto que
está teniendo una inesperada epidemia
vírica (el Covid.19), el presente está demasiado perturbado, demasiado fragmentado,
es demasiado incoherente a menos que tengamos sentido del pasado.
Por todo ello, no puedo pensar en Teresa Claramunt
solo como un personaje histórico que
se puede rememorar con nostalgia, por el contrario la percibo como una mujer
que sigue teniendo algo que decir en el siglo XXI, su legado es inspirador en
la actualidad tanto para el anarquismo como para el feminismo que ella supo
unir.
Durante gran parte
de su vida quiso mantenerse como una mujer con identidades plurales,
fragmentarias, que podían facilitar los compromisos y las luchas múltiples. Fue
republicana federal en sus primeros años de juventud y durante un tiempo
mantuvo la convivencia de ese republicanismo heredado de su padre (un obrero
tejedor) con su acercamiento al internacionalismo colectivista. Mientras este
anarco-colectivismo abierto se iba asentando en ella sustituyendo su republicanismo
inicial, se mantuvo vinculada a un espacio de intersección de identidades
políticas: el movimiento librepensador. En este espacio se movían con comodidad
personas que desarrollaban su activismo dentro de la masonería, del
espiritismo, del republicanismo, del feminismo o del anarquismo. Por eso, esta
activista concibió la anarquía como afirmación de lo múltiple, de la diversidad
ilimitada de los seres y de su capacidad para componer un mundo sin jerarquías,
sin dominación y sin subordinación.
La actualidad de
Claramunt está en su manera de entender el anarquismo: si la opresión brotaba
de todos los ámbitos de lo social (no se limitaba solo a la explotación
económica) estaba presente en cualquier tipo de institución o situación que
supusiera la limitación de la libertad. Por esa razón, además de las luchas
sindicales, fue una pionera en luchas en defensa de intereses
comunitarios centradas en las condiciones de consumo antes que en las de
producción, como fue el caso de la huelga de alquileres en la que participó en
la primera década del siglo XX o la lucha contra la carestía de los alimentos en
la segunda década. Estas respuestas espontaneas de las mujeres, adoptando la acción
directa y tomando como apoyo redes informales de ayuda mutua, no jerarquizadas,
al margen de las organizaciones sindicales, fueron menospreciadas en su momento
(y la investigación histórica así lo ha hecho también durante mucho tiempo) por
no seguir el modelo de lucha organizada por los hombres. Estas luchas tienen hoy
una gran actualidad.
Desde esta
perspectiva, la rebelión fue entendida por Claramunt y otras mujeres como subversión de valores profundos y enraizados
en la persona de los que había que deshacerse para
lograr la emancipación interior, tan importante como la emancipación económica.
Esta era la razón por la que el anarquismo se fijó en aspectos claves de la
existencia: alimentación, salud, familia, amor, sexualidad, relación y respeto
a la naturaleza, etc.
Mientras fueron
ninguneadas por sus compañeros de ideas, las pioneras, entre las que ocupa un
puesto clave Teresa Claramunt, fueron abriendo una brecha por la que construyeron un feminismo que entrecruzó el
género y la clase social. Cuestionaron la presunción de que el término mujeres indicara una identidad común ya
que cuando se cruzaba con la clase social, marcaba diferencias insalvables
entre las mujeres. Al hilo de este feminismo social, distanciado del feminismo
sufragista, se ocuparon de temas como la familia, el matrimonio, el amor, la
reforma sexual, la educación, la maternidad, la anticoncepción, la prostitución
y tantos otros temas[2]. Todas estas
preocupaciones pretendían romper con el destino biológico asignado a las
mujeres y que la mayoría de sus compañeros, y muchas mujeres, aceptaban dócilmente
mientras se consideraban revolucionarios.
El concepto de emancipación humanitaria (no
solo de clase) presente en el anarquismo condujo a Claramunt a plantear que la
lucha feminista no era contra los hombres sino contra la explotación y la
dominación del ser humano, desarrollando un frente común en
contra del autoritarismo y las estructuras jerárquicas.
Y
por último, Claramunt anticipó lo que hoy llamamos política prefigurativa, es
decir, el deber de «ser el cambio»
que se quiere para la sociedad, aquí y ahora, sin esperar a llegar a la utopía.
Por tanto, el rechazo de que los fines justifican los medios y la afirmación de
que en los medios está la revolución.
El sentido del pasado, y ahí está Teresa Claramunt con
luz propia, puede ayudar a clarificar en estos tiempos confusos el anarco
feminismo del siglo XXI.
Larga vida a tan actual pionera.
[1] En 2006, Teresa Claramunt (1862-1931). Pionera del
feminismo obrerista anarquista. Madrid. Fundación Anselmo Lorenzo. Y en 2018, Mujer contra mujer en la Cataluña
insurgente. Rafaela Torrents (1838-1909) y Teresa Claramunt (1862-1931). Zaragoza,
Comuniter.
[2] Algunos
de estos temas aparecieron recogidos en su folleto escrito en 1905 y que
podemos considerarlo como el auténtico texto fundacional del feminismo
anarquista: Teresa Claramunt (2018): La
mujer. Consideraciones generales sobre su estado ante las prerrogativas del
hombre. Mallorca, Calumnia.
Muchas gracias Laura, tengo muchas ganas de leer mas sobre ella, desde luego tiene mucho que decirnos hoy.
ResponderEliminarEs una mujer muy interesante por muchos motivos. Tenemos que reencontrarnos con nuestra genealogía y ella es clave.
EliminarLo más probable es que Teresa Claramunt se asombrase del autoritarismo y estructuras jerárquicas legitimadas sin más de estos meses que vivimos. Es cierto, sin embargo, como se dice: ante tanta insensatez, experiencia.
ResponderEliminarEstoy segura que se asombraría de cómo se maneja el miedo para aceptar lo inaceptable "voluntariamente". Teresa Claramunt siempre defendió la experiencia como fuente de conocimiento puesto que no pudo acceder a los conocimientos académicos. Su visión fue bastante certera, veamos como es la nuestra en el siglo XXI.
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