jueves, 23 de abril de 2020

SUBVERTIR LA SOBERANÍA DEL HOMBRE EN TIEMPOS DE COVID.19



La crisis del Covid.19 está facilitando un regreso a los análisis y respuestas a la pandemia desde posiciones «neutras», soslayando la perspectiva de género[1], a través de mensajes afirmando que esta crisis nos afecta a todos por igual, que tenemos que luchar unidos, etc. Más negativo si cabe es que en el espacio libertario también se hagan llamamientos a la confluencia anticapitalista buscando una añorada unidad de «sujeto» único en el camino de la transformación social.

Los feminismos hace mucho que criticaron la concepción unitaria, hegemónica y de motor de la historia del «sujeto Hombre» (en mayúscula por su equivalencia con lo Uno) y de su pretendida universalidad, que ha privilegiado lo masculino. La soberanía humanista clásica declaró al Hombre como medida de todas las cosas, olvidando el sexismo (y otras formas de dominación) que implicaba dicha postura.  El poder de imponer a las personas representaciones de sí mismas o de «otros» en su nombre, tiene un contenido opresor que nos ha costado mucho tiempo ver y cuestionar. No podemos retroceder en este terreno.

Como decía, esta época mediatizada por el Covid.19 nos está mostrando cómo, una vez más, no se tienen en cuenta los impactos de género que provoca la enfermedad. Si no logramos analizar esta pandemia desde la perspectiva de género pueden agravarse las desigualdades preexistentes, se pueden ampliar brechas y reforzar estereotipos y roles de género.

En la línea de subvertir la soberanía del Hombre y adoptar una visión basada en la alteridad, es decir, en los «otros» del sujeto unitario, veamos algunos aspectos invisibilizados de los cuerpos sexualizados de las mujeres[2] cuando se aborda el Covid.19 desde posiciones neutras.

En primer lugar existen diferencias en la mortalidad y vulnerabilidad a la enfermedad entre hombres y mujeres que no se tienen en cuenta. La enfermedad afecta por igual a todas las personas, sin embargo mata más a los hombres (del total de muertos por Covid.19 en mayores de 70 años, el 59 % son hombres). Este dato resulta más sorprendente si pensamos que la población masculina de esta edad apenas representa el 42 % del total. Esta mayor mortalidad está vinculada al hecho de que las enfermedades con más riesgo (enfermedades pulmonares obstructivas, enfermedades cardiovasculares e hipertensión) afectan más a los hombres por causas naturales (factores genéticos y biológicos) y sociales (hábitos de vida).

El Covid.19 manifiesta su impacto con nitidez en la esfera laboral en la que  las mujeres parten de una situación peor que los hombres en el mercado laboral. Las mujeres tienen un mayor porcentaje entre el colectivo de trabajadores/as a tiempo parcial (3 de cada 4 de estos trabajos están ocupados por mujeres) y de trabajo informal (precario y de baja remuneración), sectores en los que se están produciendo despidos masivos. en muchos casos sin prestaciones, o miles de ERTEs. Las mujeres sufren mayores desigualdades laborales con una brecha salarial en España del 23 %, una mayor explotación en sectores esenciales altamente feminizados y un predominio claro en actividades sanitarias y de servicios sociales. Miles de mujeres se exponen cada día al contagio al viajar a su puesto de trabajo en la limpieza o los supermercados, hoy consideradas actividades esenciales pero siempre infravaloradas por el sistema capitalista patriarcal.

La influencia del Covid.19 se dispara en la esfera de cuidados que manifiesta contradicciones ya existentes pero agravadas ahora. Las mujeres proporcionan la mayor parte de la atención de cuidados en la familia y están asumiendo en el confinamiento  una mayor carga en las tareas domésticas, cuidado de menores (incrementado por el cierre de los centros escolares) y de mayores (debido al cierre de centros de día o de personas asalariadas que han abandonado su trabajo por temor al contagio). Por otro lado, no son pocas las empleadas de hogar (muchas de ellas migrantes sin papeles) que han sido expulsadas de su trabajo durante estos días y que quedan en una situación de vulnerabilidad extrema. El teletrabajo en viviendas pequeñas y con menores en casa se convierte en un problema para muchas mujeres que tienen que compatibilizar el trabajo asalariado con los cuidados.

Por último, pero no menos importante, el Covid.19 ha incrementado el riesgo de que algunas mujeres sufran violencia de género por un confinamiento que las obliga a convivir las 24 horas con su maltratador.

Esta situación que, como es fácil observar, poco tiene de neutral y mucho de específico para las mujeres, abre múltiples interrogantes: ¿pueden infectarse más mujeres por su papel predominante como cuidadoras en las familias y como personal de atención sanitaria? ¿En qué medida los roles de género pueden verse reforzados por la pandemia? ¿La pérdida de puestos de trabajo afectará a su autonomía económica e incrementará su vulnerabilidad? ¿Podemos retroceder en logros alcanzados como ha ocurrido en otras crisis sanitarias y/o económicas? ¿Los recursos e inversiones realizadas en reducir las desigualdades de género pueden pasar a ser consideradas secundarias ante la urgencia sanitaria? ¿Las mujeres tenemos probabilidades de tener influencia para tomar decisiones sobre los efectos de la pandemia?

Como decía en un artículo anterior, tenemos que transformar el miedo en deseo de resistencia y en la construcción de recursos de acción partiendo de lo que tenemos a nuestro alrededor y contando con nuestras realidades cotidianas. Los feminismos ya han sido ejemplo de una práctica social transformadora y radical con luchas locales y, sin embargo, globales en su inspiración y en su alcance. Han sido capaces de indagar y teorizar sobre múltiples temas para desarmar la feminidad patriarcal y, sin embargo, han sido también movimientos inclinados a la práctica. Han construido espacios de resistencia antiautoritarios y profundamente políticos hasta el punto de haber politizado la vida cotidiana y toda la esfera de lo personal.

El patriarcado, el capitalismo, el racismo, el sexismo, lo sufrimos las mujeres en los cuerpos, Deleuze dice que un poder es aquello  que siempre separa  un cuerpo de su potencia de actuar. Sea micro o macro-poder, todo poder se ejerce en última instancia sobre los cuerpos, desde ahí debemos responder a los desafíos de este tiempo. La disciplina de la biopolítica, hoy llevada al extremo del confinamiento, se propone obtener cuerpos útiles en lo económico y dóciles en lo político. Desobedezcamos ese mandato.

Busquemos la potencia de actuar sin por ello dejarnos guiar por convergencias anticapitalistas nostálgicas del pasado y de falsos universalismos que invisibilizan la multiplicidad de situaciones de opresión y dominación. Potencia de actuar, pero no guiadas por una globalidad abstracta sino por acciones concretas en situación: esos aplausos del personal médico al personal de limpieza, de consumidoras a dependientas de supermercado y tiendas de productos de alimentación, de mujeres que proporcionan salud a mujeres vulnerables. Esa solidaridad potencial debería encontrar el camino para transformarla en grupos de trabajadoras, consumidoras, cuidadoras de primera línea que junto con los otros sectores vulnerables de esta crisis sanitaria y económica (población de mayor edad, migrantes, trabajadores despedidos y precarizados, personas racializadas, etc.) nos lleve a ocupar el espacio público vacío por el confinamiento (aunque vigilado por los cuerpos policiales) y lo hagamos nuestro como espacio antiautoritario de protesta y rebeldía.

 Laura Vicente




[1]Utilizo género como categoría analítica que me facilita un vocabulario y me permite identificar las normas que pautan la vida social. Cuestiono, sin embargo, el carácter fijo del género como referencia o pauta porque entra en contradicción con la fluidez de la vivencia humana que permite a toda persona vivenciar tránsitos afectivos, sexuales, de comportamiento y sociales mucho más libres. Esta reflexión la tomo de Rita Segato (2018): Contra-pedagogías de la crueldad. Buenos Aires, Prometeo Libros, p. 28.
[2] Convendría hacer lo mismo con los cuerpos racializados y otros aspectos como los cuerpos en función de la edad, etc.

lunes, 13 de abril de 2020

CONFINAMIENTO, PANDEMIA, MUJERES…




Me cuesta mucho reflexionar sobre un acontecimiento cuando estoy inmersa en él, soy lenta, tengo la negativa impresión de que me encuentro en una «pecera» y solo veo lo que hay dentro de ella perdiendo la dimensión del exterior.

Las mujeres acostumbramos a estar muy pegadas a la realidad cotidiana, no porque nuestra biología lo marque así, sino por las normas ancestrales (los hilos con los que hemos sido tejidas),  impuestas por el patriarcado. Estas normas de control para que miremos corto, tienen una ventaja: difícilmente nos despegamos de tierra y cuando se produce alguna situación convulsa y desastrosa, acostumbramos a ver enseguida qué necesitamos para hacerle frente aunque sea con pocos recursos.

La Guerra Civil española nos proporcionó miles de testimonios de cómo las mujeres sostuvieron a las familias (incluida la familia de ideas) con sus «cuidados» y con sus trabajos precarios y, a la vez, participaron en la retaguardia y en la revolución con palabras y no con armas (entre otras cosas porque los hombres decidieron que la revolución no llegaba tan lejos como para cuestionar el monopolio masculino de las armas). Los campos y el exilio nos proporcionan muchos testimonios en la misma dirección.

Esta pandemia dicen que es una «guerra», lo dicen los líderes políticos (ya sabemos que hay pocas lideresas), lo dicen ufanos los militares (también hay pocas militaras), lo dicen los expertos y expertas. Una «guerra» especial, sin duda alguna, no vemos al «enemigo» y quizás por eso en lugar de movilizar a la población, como ha ocurrido en todas las guerras, nos desmovilizan, nos confinan y nos aíslan en casa.

El COVID.19, el temido «enemigo»,  ha desmantelado casi la separación en dos espacios en que se ha basado el discurso de la domesticidad impuesto por las revoluciones burguesas: el espacio público más masculino que femenino incluso hoy, el espacio privado (o doméstico) más femenino que masculino. De pronto, vemos con miedo y aprensión el espacio público, algo con lo que las mujeres estamos acostumbradas a vivir puesto que han tejido nuestros mimbres con la «cultura de la violación». Y en consecuencia el espacio seguro es el doméstico, no solo para las mujeres sino también para los hombres. Me parece que en ese espacio las mujeres nos movemos mejor que ellos (y no por esencialismos que me horrorizan, sino porque las normas de dominación impuestas a las mujeres nos han confinado históricamente en dicho espacio) porque los «cuidados» siguen estando mayoritariamente en nuestras manos. Dejo para otro día cómo es la convivencia en ese espacio, a veces muy pequeño, pero no puedo dejar de mencionar que ese espacio se ha convertido en una ratonera para las mujeres y otras personas que sufren maltrato.

El espacio público se ha reducido mucho pero en las calles se ha incrementado la presencia de las fuerzas de orden público (mayoritariamente masculinas), incluso fuerzas militares, que ahora sí, sin disimulo, nos vigilan y controlan. Y hemos descubierto que los «sectores esenciales» urbanos, en gran parte, están en manos de mujeres, la mayoría con sueldos y condiciones de trabajo precarias y con un componente relevante de mujeres racializadas, muchas veces sin papeles. 

El predominio de las mujeres entre el personal sanitario es clamoroso, sobre todo en las categorías inferiores. Feminizado está también el sector de limpieza (que espectacular ver a las mujeres que limpian las tribunas del Parlamento donde la mayoría de los que hablan son hombres). Mujeres son también las cajeras de supermercado, las reponedoras, las farmacéuticas y sus empleadas, muchas de las que están en los quioscos de prensa, las cuidadoras de ancianos y ancianas en las residencias, el servicio doméstico, la prostitución, etc. Otros sectores, en honor a la verdad, están en manos de hombres como es el caso del transporte y del sector primario.

¿Todo esto quiere decir que el patriarcado se derrumba? ¿Qué habrá un reconocimiento específico a estas mujeres mal pagadas y normalmente invisibilizadas, más allá de los aplausos de las 20 h.? No lo creo. Ojalá me equivoque.

La preeminencia universalmente reconocida a los hombres se afirma en la objetividad de las estructuras sociales y de las actividades productivas y reproductivas, esas estructuras de dominación son producto de un trabajo histórico de reproducción al que contribuyen unos agentes singulares (entre ellos los hombres, con unas armas como la violencia física y la violencia simbólica) y unas instituciones entre las que la familia y el Estado ocupan un lugar preeminente.

Para quien quiera (o pueda) ver, la división sexual del trabajo de producción y de reproducción, biológico y social,  confiere al hombre la mejor parte y la pandemia lo visibiliza. Pero a la vez, las dominadas aplican a las relaciones de dominación unas categorías construidas desde el punto de vista de los dominadores, haciéndolas aparecer como «naturales». De esta manera nos volvemos a meter en la «pecera» y las dificultades para ver lo que tenemos delante, como decía Orwell, son enormes y desvelan los problemas con que cuenta la rebelión contra los dominadores.

¿Esto quiere decir que esta rebelión es imposible? No, pero no resulta nada fácil que  las dominadas dejen de adoptar el punto de vista de los dominadores. Entre otras cuestiones hay que poner la mirada en desarticular el mantra de los dominadores de  reconocer como universal su manera de ser particular. Las normas con que se valora a las mujeres no tienen nada de universales, avanzaremos en la medida en que no colaboremos en su aplicación. La pandemia nos da una oportunidad para «ver» lo que tenemos delante, asumir los riesgos de que nos acusen de que justificamos el orden establecido e intentar desvelar las propiedades  por las cuales las dominadas y dominados (mujeres, clases trabajadoras, racializadas/os, ancianas/os etc.), tal y como la dominación los ha tejido, contribuyen a su propia dominación.

Para desmantelar esa contribución a la propia dominación, repaso algunos de los aspectos que veo delante de mí, a riesgo de dejarme otros muchos porque soy consciente de que reflexiono desde la «pecera» intentando ver más allá de sus paredes.

Me parece que como personas debemos prestar atención al nuevo totalitarismo que el COVID.19 está acelerando pero no ha creado, ya estaba en marcha. Y en esa línea, para resistir hay que enfrentarse a la tecnología que facilita llegar a la monitarización global), la tecnología puesta al servicio de las personas (si existe) ha de prestar un servicio previo de contrarrestar todos los pasos ya dados, y por llegar, en esa dirección.

Otro campo de acción está relacionado con cómo combatir el miedo y otras reacciones emocionales que van a agitar los gobiernos para la aceptación de la  monitarización global o similar. El miedo apabulla, abruma y paraliza, es un buen método para el control. Nos han preparado  para ver «enemigos» en otras naciones, en otras personas (migrantes, racializadas, etc.), en otras sexualidades, en las personas pobres, en las OTRAS en definitiva. Cuando el «enemigo» es un virus tendemos a reaccionar con esos mismos parámetros.

Tenemos que transformar el miedo en deseo de resistencia y para ello deberíamos encontrar y construir recursos de acción desde lo que tenemos a nuestro alrededor y contando con nuestras realidades cotidianas. Estos recursos de acción solo pueden ser expresión de un deseo vital para responder al desafío de esta época, algo que  surja de los cuerpos, mejor diría de las vísceras.

Desde mi parecer no deberíamos centrarlo en un futuro hipotético, en un «mundo nuevo» en el que el neoliberalismo, el capitalismo o el patriarcado se derrumben, algo que me parece improbable. Me parece mejor opción partir de lo que tenemos, del presente y no de un supuesto futuro emancipatorio, desechar las máquinas de esperanza en el futuro que tantas distopias nos han proporcionado y centrarnos en responder desde los deseos vitales, desde los cuerpos a los  desafíos actuales.

No parece una propuesta muy esperanzadora pero como feminista y anarquista es la que me resulta más atractiva para vincular mi compromiso a la lucha contra las sociedades de control, o «nuevo totalitarismo», que veo fuera de mi «pecera».

Laura Vicente

viernes, 3 de abril de 2020

LA NUEVE



Estamos ante un libro (1) sencillo pero cuya realización no ha debido ser fácil. Estamos ante un ejemplo más del olvido de unas personas que lucharon durante nueve años (la Guerra Civil española y la II Guerra Mundial) contra el fascismo, primero en España y luego en Francia. Unos hombres injustamente tratados y poco reconocidos pese a formar parte de una compañía, La Nueve, que formaba parte de la Segunda División Blindada del general Leclerc, y que fueron los primeros que liberaron París la noche del 24 de agosto de 1944.

Esta compañía tenía la originalidad de que estaba compuesta casi en su totalidad por españoles o de origen hispano (ciento cuarenta y seis de los ciento sesenta soldados que la integraban). Pero todavía la hacía más especial el hecho de contar con numerosos anarquistas, integraban en su totalidad la tercera sección del alférez Miguel Campos. Las otras secciones las integraban también republicanos y socialistas.

Estos hombres habían luchado durante la Guerra Civil española en las milicias y/o en el ejército republicano, tenían experiencia de combate y eran considerados hombres «difíciles» porque no reconocían fácilmente la autoridad de su oficial y necesitaban entender las acciones que les pedía que realizaran. Muchos de ellos, al menos los anarquistas, eran antimilitaristas y solo las circunstancias los habían llevado a coger las armas y combatir en dos guerras. Entre Leclerc y estos soldados tan atípicos se produjo según Mesquida una sorprendente simbiosis, hecha de confianza recíproca.

Sin embargo estos hombres, como todos/as las refugiadas fueron maltratadas por las autoridades francesas (y por parte de su población) cuando fueron ingresados en campos de concentración al pasar la frontera en la llamada «Retirada» (1939). La mayoría de los hombres que formaron posteriormente La Nueve, fueron considerados «extremistas peligrosos» e internados primero en la fortaleza de Colliure y después en campos disciplinarios como el de La Vernet. En este campo, situado en la región del Ariège a 80 Km. de la frontera franco-española, la casi totalidad de los anarquistas de la 26.ª División. También fueron construidos campos, algunos de ellos de castigo, en el norte de África en Argelia, Túnez y Marruecos. Se calcula que más de 30.000 españoles fueron encerrados en estos campos.

Mesquida nos explica las malas condiciones de vida (alimentación, higiene, trabajo) a las que fueron sometidos estos hombres, así como la dura disciplina, torturas y castigos que se les aplicaron. No es de extrañar que muchos de ellos aceptaran integrarse en la Legión Extranjera, Batallones de Marcha, Regimientos de Trabajadores Extranjeros o Cuerpos Francos de África. Tampoco tenían muchas opciones donde elegir, considerados «apátridas», podían ser devueltos a España y eso ya sabían lo que suponía.

La Nueve se hizo famosa por sus logros militares y su valor en el combate, quizás por ese motivo Leclerc alentó que fueran ellos los que entraran los primeros en París ante el alborozo de los muchos españoles/as civiles que vivían en esta ciudad como refugiados. Sin embargo, tras las aclamaciones recibidas, las nuevas autoridades francesas no debieron considerar muy digno para su país que fueran españoles los que liberaran la capital y olvidaron el hecho. Solo en fechas recientes se ha empezado a reconocer el papel de La Nueve, entre otros homenajes, en junio de 2015, con la presencia del rey de España y la alcaldesa de París Anne Hidalgo, la inauguración del Jardin des Combattants de la Nueve.

Un libro que nos conviene leer.
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(1) Evelyn Mesquida (2019): La Nueve. Los españoles que liberaron París. 2ª Ed., Barcelona, B de Bolsillo.