martes, 3 de septiembre de 2019

POSANARQUISMO


MICHEL ONFRAY (2018): El posanarquismo explicado a mi abuela. El principio de gulliver. Madrid, Editorial Nueva.


Empezaré por decir que no acabo de entender la primera parte del título: ¿por qué explicado a mi abuela? Si con abuela quiere decir mujer que entiende poco, que es simple… me parece inadecuado totalmente. Aprovecho para comentar que hay opiniones encontradas sobre su actividad intelectual, hay sectores del anarquismo que consideran que explota el movimiento anarquista para su provecho personal. Que copia trabajos sin citarlos y que aspira a ser una estrella en los medios de comunicación.
Pese a ello, me arriesgo a publicar esta reseña.
Michel Onfray parte de dos ideas claves: la primera, la necesidad de deshacerse del anarquismo clásico con su carga trascendente, romántica y utópica (entendido como proyecto imposible) para reivindicar lo inmanente. La segunda idea, la configuración de un posanarquismo del siglo XXI que se centre en lo cotidiano dando lugar, no a una gran revolución que lo cambia todo, sino a microrrevoluciones del día a día.
Sin descartar del todo las aportaciones del anarquismo clásico, plantea desechar sus planteamientos ingenuos y/o resentidos, aprovechando además aportaciones de teóricos no anarquistas.
El libro empieza con una especie de autobiografía propia, titulada: «Autoretrato con bandera negra» de la que destaco el inicio que comparto con él:
«La genealogía del anarquista se esconde en sus vísceras. No se accede a ella a través de los libros, sino que uno la siente antes como una evidencia, que solo después viene a confirmar el papel. Y es que existe en primer lugar, una rebelión instintiva frente a la autoridad» (p. 31).
Resulta interesante este recorrido vital que nos va aclarando algunos planteamientos que luego desarrollará en la segunda parte del libro. Destaco por su relevancia en su posicionamiento dentro del llamado posanarquismo, las dos tradiciones dentro del anarquismo que considera relevantes: la tradición de genealogía hegeliana (Stirner, Bakunin, Kropotkin…) y la tradición menos preocupada por la negatividad dialéctica que por la positividad constructiva (esta procede de La Boétie, con hombres como Ryner, Faure, Reclus, Proudhon…) (p. 58).
Onfray se inscribe en la segunda tradición, la de la «anarquía positiva» que rechaza caer en los callejones sin salida de la anarquía del resentimiento o de la anarquía de la utopía, que quiere realizar el paraíso sobre la tierra. Esta tradición no ensalza la crítica, la negatividad , la deconstrucción, el resentimiento, el deseo de venganza, la sed de odio, etc., sino que crea soluciones, anuncia salidas (81). Desde su encuadramiento en la tradición que procede de La Boétie, considera que no hay que conformarse con el corpus canónico del anarquismo y que «inventar, añadir, crear hoy nuevas posibilidades de pensamiento libertario [no anarquista al parecer]» (p. 60).
¿Qué conservar del anarquismo clásico? Repasa algunas lecciones interesantes de Godwin (desear una comunidad dichosa basada en una autoridad inmanente, elegida, contractual y libremente consentida), Proudhon (el pragmatismo libertario), Stirner (construir una fuerza por la «asociación de egoístas» que multiplique la potencia del Único), de Louise Michel (la justicia como una visceralidad motriz del pensamiento y de la acción), de Fourier (construcción de microcomunidades libertarias), de bakunin (desconfiar del poder y de quienes lo ejercen), de Kropotkin (desarrollar la solidaridad que existe entre los animales y en el hombre), y así de muchos otros como Thoreau, Reclus, Faure, Jacob, d’Axa, Pouget, Armand, anarcosindicalistas, Makhno, Pelloutier, Volin, Malatesta, Ryner, Devaldès, Goldman, Lecoin. Por cierto, solo dos mujeres.
Plantea también el papel genealógico de una corriente anarquista que ha prosperado fuera de la anarquía histórica con personas como: Georgel Orwell, Simone Weil, Jean Grenier y Albert Camus. Así como muchos otros pensadores franceses: Foucault, Bourdieu, Deleuze, Guattari, Lyotard, o Derrida. Y destaca el Nietzscheanismo libertario que ha sembrado el pensamiento anarquista.
Vivir la anarquía es un elemento clave de su posanarquismo: «La anarquía es menos una ideología que vociferar que una práctica que encarnar» (p. 63). En este sentido habla de la experiencia de la Universidad popular de Caen (creada en 2002) o la inspiración de las ateneos en España desde el siglo XIX, lugares en los que la cultura funciona como instrumento de emancipación ética y política.
En la segunda parte del libro pasa a hablar del posanarquismo, un planteamiento que «no es para mañana, sino para ahora mismo» (p. 68). El término posanarquismo, arraigado en Estados Unidos, caracteriza un pensamiento que:
« (…) inscrito de manera dialéctica en la historia, conserva un cierto número de los ideales del anarquismo clásico, si bien los sobrepasa en beneficio de la construcción de un pensamiento extremadamente rico en potencialidades libertarias contemporáneas» (p. 71).
Descarta aspectos del corpus canónico del anarquismo como el Estado entendido como el «mal absoluto», puesto que aprecia virtudes como la «redistribución de manera igualitaria y libertaria, equitativa y justa, de los frutos de los impuestos» que realiza el Estado [¿de dónde habla Onfray?, no será de su país…], también considera revisable la participación en las elecciones, o la posibilidad de un capitalismo libertario. Aspectos todos ellos polémicos y poco y mal argumentados.
Otros elementos del corpus canónico a descartar y con los que personalmente estoy de acuerdo son: la interposición del modelo cristiano en la construcción de la mitología anarquista (p. 79), las tesis rousseaunianas de la buena naturaleza humana y de la maldad de la sociedad, o la revolución como hecho deseable que resuelve todos los problemas (p. 80).
Sus propuestas (pp. 95-108):
-Un socialismo libertario que rechace con la misma determinación el liberalismo y el comunismo, con una recusación radical de la tesis criminal según la cual el mercado hace la ley. El socialismo libertario pone la economía al servicio de los hombres, reorganiza la producción en el sentido del reparto más igualitario y justo.
-Una república inmanente que rechaza toda teocracia laica y es partidario de contratos bilaterales perpetuamente renovados. Se abole el reino del Concepto y promulga el tiempo del nominalismo en política.
-Una política nominalista que rechaza la Idea, el Concepto, sobre lo real.
-Una ética consecuencialista: pensamiento y acción son dos universos que se alimentan mutuamente.
-Un pensamiento alimentado de acción, que se construya incluso algo pequeño.
Partiendo de La Boétie rechazar la sumisión, la servidumbre y la dominación con el fin de devenir libres. Para ello se debe poner fin a la macropolitica que ha fracasado de manera lamentable (por ejemplo con el marxismo) en favor de micropolítica. Llama principio de Gulliver a la nueva lógica, más modesta, más humilde, de menor relumbrón, pero que termina con el modelo mesiánico y religioso (p. 107).
La revolución no se hará por lo alto, con violencia, sangre y terror, impuesta por el brazo armado de una vanguardia sin dios ni ley, sino por lo bajo, de manera inmanente, contractual, capilar, rizomática, ejemplar.
Las propuestas de Onfray resultan interesantes pero simplificadoras, pero quizás es solo porque se las explica a su abuela.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Tus comentarios siempre aportarán otra visión y, por ello, me interesan.