domingo, 23 de diciembre de 2018

JOSEP MARIA ESQUIROL, La penúltima bondad. Ensayo sobre la vida humana.


Una vida sin pensamiento es posible, pero no logra desarrollar su esencia; no solo carece de sentido, sino que además no es plenamente viva. Los hombres que no piensan son como sonámbulos. Hannah Arendt, La vida del espíritu.


Este ensayo es una obra peculiar por su contenido, trata de la vida, del pensamiento y del afecto; también lo es por el estilo del autor. No es una obra filosófica al uso, plantea su “tesis” desde la primera página y a partir de ahí va desgranando sus ideas en un orden aparentemente caótico.
Esquirol insiste mucho en que no existe una sociedad ideal al final del camino que nos dará la felicidad:
No nos han expulsado de ningún paraíso. Siempre hemos estado fuera. En verdad, y por suerte, aquí el paraíso es imposible. Nuestra condición es la de las afueras.
(…)  Aquí en las afueras, vivir es sentirse viviendo (7).
Anarquía topológica (90), es un concepto atractivo que sirve al autor para afirmar que no hay centro, solo afueras en las que no existe un núcleo que se adueñe de la significación principal. Esto crea un  problema que siempre ha tenido la concepción de la anarquía: el miedo a pensar siquiera que el ser humano es capaz de vivir sin gobierno. El centro siempre es un punto de referencia organizador que, sin embargo, no existe en las afueras.
Puede que la anarquía no coincida con el caos, sino más bien con el ayuntamiento (91).
A partir de este punto de partida, Esquirol alaba lo sencillo y alerta a la sociedad de los efectos negativos si desconecta de esta. Valora mucho la generosidad, la comprensión y la fraternidad, aspectos básicos de la bondad.
Toda revolución empieza por comprender (24).
Jamás ha existido el paraíso terrenal, ni va a existir; el imaginario que trabaja en esta dirección  acaba siempre por estrellarse y por dar pie a lo contrario de lo que aspiraba (10).
Si el “paraíso” está en la misma tierra se ha de confiar en otros conceptos y en otra manera de  entender la comunidad que, según el autor, vive, dice “nosotros”, no por la homogeneidad o la semejanza, sino por la fraternidad y la diferencia. No “nosotros los iguales” sino “nosotros los diferentes” que, sin embargo, formamos una comunidad. Nosotros “nos y otros”; nosotros está constituido por la alteridad. Por eso quizás afirma con rotundidad que:
Saber recibir es una virtud (19).
El desagradecido tiene atrofiada su capacidad de sentir. Vive poco la vida, denota incapacidad para generar y falta de vitalidad. El desagradecido es egoísta, en lugar de crear comunidad, la mina.
Quien piensa y ama no solo vive, sino que es capaz de vida. Y justamente ahí radica la excelencia de lo humano (181).

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