Quien
me conoce y/o me sigue en este blog sabe mi admiración por este autor del que
tengo todos sus libros publicados y, en gran parte, leídos (me quedan unos
pocos sin leer que voy dosificando para poder seguir sorprendiéndome con una
nueva lectura suya).
Aparentemente,
estas Cartas a Eva Haldimann era una
lectura menor por su pequeña extensión y por formar parte del género epistolar,
no ha sido así. Su lectura me ha hecho comprobar de nuevo la fina visión política
que tenía Kertész y cómo presintió de forma clarividente algunas situaciones y
comportamientos que hoy están en el candelero europeo respecto a su país de
nacimiento, Hungría.
La
correspondencia que se recoge en este libro de 153 páginas se produjo durante
más de veinte años (1977-2002) entre Kertész y Eva Haldimann, crítica y
traductora de origen húngaro que se trasladó en 1947 a Suiza para cursar
estudios universitarios. En 1951 se doctoró en literatura comparada
(inglés-francés) en la Universidad de Zúrich y trabajó hasta 1959 como
profesora de enseñanza secundaria. Empezó su carrera de crítica literaria a
principios de la década de 1960. Durante más de tres décadas presentó, como
colaboradora del Neue Zürcher Zeitung, casi
toda la literatura húngara contemporánea a los lectores/as alemanas.
La
publicación de una reseña en la mencionada revista sobre el libro de Kertész, Sin destino, inició el intercambio de
correspondencia que dio lugar a una auténtica amistad y a unas cartas que van
más allá de lo habitual, aspectos autobiográficos, para adentrarse en el
terreno del ensayo debido a las reflexiones y opiniones que vierte Kertész en las
cartas que aparecen en este libro (publicadas en 2009 en Alemania).
El
libro está formado por las cartas, un apartado de notas muy interesante donde se aclaran algunas referencias que
aparecen en las cartas y los apéndices
que complementan las cartas con textos mencionados en ellas y que son demasiado
largos para introducir en las notas.
Entrando
en el contenido de sus cartas, Kertész hace algunas reflexiones sobre la intelectualidad
húngara que, tras vivir mantenida en un
estado de dependencia infantil del padre, cuando se produjo la caída del comunismo, se
encontró perdida debido a que el sistema
de vida falso y la mentira ya no funcionan (carta de febrero de 1990, p.
12-13). Los cuarenta años de comunismo sumieron al país en una espantosa situación moral, espiritual y material y para
conseguir el poder, los manipuladores empezaron
a utilizar de nuevo el antisemitismo, un
juego feo y peligroso (carta de febrero de 1990, p. 13).
En
ese juego, el tema de la identidad húngara
se volvió a construir cuestionando a los
judíos y, hoy en día, lanzando el espantajo del peligro de las personas
refugiadas que pueden llegar a este país. Kertész reflexiona respecto a la
identidad afirmando su individualidad y que para él, que no tiene problemas de
identidad, tan absurdo es ser húngaro, como ser judío. Sin embargo, después de
Auschwitz, no fue fácil construir un
individuo a partir de los restos de mi personalidad pisoteada por las botas y
mantenerlo de manera continua a pesar de todo.
Y
añade como un grito de libertad:
No tolero que se me excluya de mi individualidad, no tolero que después de décadas carcelarias del totalitarismo me definan como perteneciente a “los judíos”, lo hagan judíos o no judíos.(…)
Yo no me he refugiado ni me refugiaré en ninguna identidad, sea racial, nacional o grupal; no he pedido a ninguna raza, nación o grupo la autorización para ser su portavoz, para excluir, juzgar, expulsar en su nombre (carta de octubre de 1990, p. 15-17).
Estos
fragmentos forman parte de la carta que Kertész escribió a la presidenta de la
Asociación de Escritores por las afirmaciones antisemitas del poeta y ensayista
Sándor Csoóri.
En
sus cartas, precisamente, se percibe la preocupación por el antisemitismo
creciente (especialmente por las amenazas que recibe de los Cruces Flechadas) y
se nota cómo su vida en Budapest se va enrareciendo por su implicación en el
recuerdo de la Shoah que revierte en menciones y en la participación en actos
relacionados con ella. Su cansancio provocó que le escribiera a Haldimann que
se iba a abstener de intervenir en asuntos húngaros porque esa gente probablemente tiene razón: soy un cosmopolita que se ocupa en
primer lugar de su arte y no de la llamada patria. Afirmando a continuación
que le han quitado las ganas de dedicarse
a la retórica… e incluso a la mera formulación de la verdad (carta de
diciembre de 1993, p. 56).
En
estas cartas resulta evidente que el tema básico de las obras de Kertész es la
cuestión de la determinación o de la libertad del individuo, así como hasta qué
punto el mundo del totalitarismo le impide desarrollarse. Sufrir la persecución
por “ser judío”, él que nunca se sintió como tal, le permitió vivir la experiencia universal de la vida humana
que se encuentra a merced del totalitarismo. De tal manera que transformar
en destino las fuerzas externas que
determinan la vida pasa a ocupar el centro de todo el esfuerzo de su
pensamiento (p. 126).
Para
concluir, en el apartado de apéndices, se
reproduce una entrevista de marzo de 1994 muy interesante en la que Kertész
señala aquellos aspectos que le preocupaban. Entre esos temas plantea que el
antisemitismo actual ya no es tan
solo un ataque contra los judíos sino
también contra cualquier Estado que no sea un Estado total; es más, significa
sobre todo esto.
Acusa
a su país de entender el Holocausto como algo que sólo afectó a los judíos, sin
tener en cuenta el devastador efecto
moral que supuso para Hungría el saqueo y el asesinato de seiscientos mil
cadáveres (…) y no afectara en absoluto a la población, que, se quiera o no,
fue espectadora, participante activa o pasiva de ese asesinato (p.
135-136).
Kertész
utiliza en esta entrevista el término “antisemitismo preventivo”, que consiste
en crear un ambiente disparando por adelantado al terreno de la razón, de la
racionalidad, donde podría crearse un diálogo social común y normal. Este
“antisemitismo preventivo” es un instrumento, un método, sirve para impedir el discurso razonable, para no arrostrar las
cuestiones turbias y en absoluto aclaradas del pasado. Por eso quieren crear de
entrada una idea de la historia que imposibilite iniciar aquí un autoanálisis
tendente a una verdadera autoliberación. Una excelente herramienta para ello es
el ruidoso antisemitismo (p. 138).
Un
recurso ruidoso, que hoy se reconvierte en la amenaza que proviene de las
personas refugiadas mayoritariamente musulmanas. Un recurso que se utiliza en
muchos otros países o territorios dentro de países para impedir ese discurso
razonable y veraz conduciéndonos a un terreno pantanoso de enfrentamiento
social.
Presentimientos
que tuvo Kertész y que tanto nos ayudan hoy a comprender el turbulento, sucio y
peligroso mundo que nos rodea. Un mundo de racismo, clasismo, machismo y
exclusión del otro que no sabemos
dónde nos puede llevar. Y es que, quizás, como dijo Thomas Mann: La época es fascista. Y aunque alguien
no lo sea de forma consciente, puede serlo en sus actos, en sus instintos, en
sus gestos involuntarios (p. 61).