jueves, 23 de noviembre de 2017

MUJERES LIBERTARIAS DE ZARAGOZA

El día 17 de noviembre tuve la gran suerte de rodearme de compañeras y amigas (Lola Vicioso, que presentó el acto, Carmen Gracia, Ana Carrera, Pilar Lerín y Nieves Pina) para presentar el libro: Mujeres Libertarias de Zaragoza. El feminismo anarquista en la transición. La presentación se hizo en la librería La Pantera Rosa. 
Este texto recoge mi intervención en la presentación.


Este es un libro especial para mí:
  • Por adentrarse en una época reciente (la Transición) en la que casi es imposible trabajar desde el punto de vista de la historia por la cercanía a los hechos.
  • Por haber formado parte activa de lo que se describe en el libro, algo que nunca imaginé que haría.
Por ese carácter especial que tiene, me tomaré la licencia de montar mi intervención en esta presentación como un puzle, en cierta manera caótico, con aspectos que quiero resaltar, sacrificando una exposición más convencional, más ordenada y completa.


La primera pieza del puzle
Hace referencia a algo sobre lo que he pensado mucho y tengo claro que no conviene confundir: memoria e historia. Este libro se basó, en gran parte, en un ejercicio de despertar la memoria del pasado reciente para poner fechas y orden cronológico a la existencia de Mujeres Libertarias de Zaragoza. Todas nos dimos cuenta en ese intento de recuperar la memoria personal (que hicimos en dos mañanas de sábado de 2016) de su fragilidad. Por mi parte, comprobé una vez más que la memoria es tan solo un conjunto de recuerdos individuales y de representaciones colectivas del pasado, por ello en la introducción escribí estas palabras inspiradas en el historiador Enzo Traverso:
La memoria es en realidad una representación del pasado que se construye en el presente, resulta de un proceso en el que interactúan varios elementos, cuyo papel, importancia y dimensión varían según las circunstancias. Las personas cambian, sus recuerdos pierden o adquieren importancia nueva según los contextos, las sensibilidades y las experiencias acumuladas[1].
La memoria, por tanto, aporta elementos vitales a la historia, “el aliento de vida”, pero como tal es siempre subjetivo, necesita ser contrastado con otras fuentes que le otorguen más objetividad.
Y es la Historia la que tiene que aportar el discurso crítico sobre el pasado, es decir, una reconstrucción de los hechos y acontecimientos pasados tendente a su examen contextual y a su interpretación.
Este librito intenta humildemente, desde la memoria y otras fuentes documentales, hacer historia, o mejor microhistoria, ya que trata de estudiar  la actividad de un grupo feminista durante un breve, pero intenso, periodo histórico.


La segunda pieza del puzle
Hace referencia a la genealogía que durante cien años (década de 1830 a la de 1930) construyó el feminismo anarquista.  Los seres colectivos siempre son más de lo que son puesto que llevan en sí fuerzas de tiempos anteriores, de esta forma no se trata de verlos desde fuera sino desde dentro, desde lo que somos podemos evaluar mejor lo sucedido en el pasado. Así lo expresa el escritor y poeta Jean Tardieu, en una bella metáfora de la genealogía de las clases trabajadoras, cuando dice:
Si con una llave, golpeo los hierros que él golpeaba, escucho todavía, en su sonido que permanece puro, brotar del fondo de los siglos criminales el grito de su esfuerzo y de su triunfo[2].

Yo llevo mucho tiempo golpeando los hierros que ellas golpeaban y escuchando el sonido puro de sus esfuerzos, de su activismo, de sus ideas, de sus lágrimas, de sus emociones, de sus vejaciones, de sus vidas…
El feminismo anarquista forma parte, por tanto, de una ascendencia de largo recorrido que fue el resultado de la diversidad, la apertura de miras y la evolución a lo largo del tiempo. El nacimiento de los grupos de “Mujeres Libertarias /Libres” durante la Transición democrática (1975-1982) intentó vincularse con esa genealogía de cien años que arrancó con las utópicas de la década de 1830, paso por las republicanas, las internacionalistas, las librepensadoras, las pioneras que definieron el feminismos obrerista anarquista (las “dos teresas”) y que floreció en la II República con Mujeres Libres ya iniciada la Guerra Civil. Pero esa genealogía feminista quedó truncada violentamente por la Dictadura franquista, que sin duda tuvo una dimensión de género, produciéndose un vacío que no fue fácil llenar en la Transición.


La tercera pieza del puzle
Es la constatación, hoy, de que el activismo se nos comió y un aviso a navegantes para que no vuelva a suceder. Pocas mujeres (por el grupo pasaron algo más de treinta personas) abarcaban mucha actividad en el terreno de la lucha en perjuicio de la reflexión y de la construcción de teoría. Se leyeron libros, se elaboraron ponencias, pero no se construyó, desde mi punto de vista, las bases de un feminismo anarquista sólido. Esto no quiere decir que no tuviéramos una personalidad libertaria definida y diferenciada de los otros feminismos. Cualquier tema (el militarismo, la sexualidad, las relaciones de pareja, el trabajo, la cultura, la educación, etc.) incidía en la opresión que sufrían las mujeres y que hacían necesaria una rebelión entendida como subversión de los valores más profundos y enraizados en cada persona, eliminando los prejuicios basados en la cultura autoritaria del franquismo. La defensa de la libertad, clave para las libertarias, se fundamentó en la búsqueda de la independencia psicológica y de la autoestima, poniendo en valor la llamada “emancipación interna”, que ya defendía Emma Goldman, para que las mujeres se convirtieran en sujetos de su proceso de liberación.
Todo esto fue tremendamente positivo y lo tradujimos en ideas, organización, reivindicaciones y luchas (tres de los cinco apartados que estructuran el capítulo 4 dedicado al grupo), pero la falta de tiempo nos impidió adaptar el feminismo anarquista heredado del pasado a los años ochenta.


La cuarta pieza del puzle
Hace referencia a la constatación de que el feminismo no afectaba solo a lo político, a lo público, sino que incluía lo personal. Ese descubrimiento fue revelador para muchas de nosotras: el poder, la autoridad, la subordinación… no estaban solo en lo exterior (religión, Estado, ejército, lugar de trabajo, etc.) los teníamos en casa, en nuestra pareja, en las relaciones sexuales. Lo impregnaba todo, hasta lo más íntimo. Y empezamos a hablar de lo que vivíamos, de cómo era nuestra sexualidad, de nuestras parejas, del sexismo, cuando no paternalismo, que sufríamos en las propias organizaciones libertarias.
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[1] Enzo Traverso (2012): La historia como campo de batalla. Interpretar las violencias del siglo XX. FCE, Buenos Aires, Argentina, p. 286.
[2] De Jean Tardieu: La Part de l’ombre, citado en Colson, Daniel: Pequeño léxico filosófico del anarquismo. De Proudhon a Deleuze. Buenos Aires: Nueva Visión, 2003.

lunes, 13 de noviembre de 2017

IDENTIDADES Y LIBERTAD


Un libro lleva a otro y este a otro más y así se va construyendo una cadena de muchos eslabones que ayudan a pensar y a definir con fineza las ideas y las emociones.

En los últimos textos  he ido tejiendo una red de consideraciones sobre el nacionalismo que muestran, a la vez que mi manera de ver el nacionalismo catalán, las lecturas que me han proporcionado el hilo para tejer dicha red. Aunque reflexiones y lecturas se remontan mucho más lejos, como se puede comprobar en la etiqueta de nacionalismo de este blog, algunos de los últimos son: Timothy Snyder, Albert Camus, Tony Judt, Víctor Klemperer, Noam Chomsky, Amin Maalouf y, por último, Isaiah Berlin.



Que Berlin[1] sea un hombre con pluralismo de identidades y en la introducción, Ángel Rivero, haga en su nombre un “examen de identidad” (p. 10) como tuve el atrevimiento de hacer yo misma en el texto “Identidad(es)”, resulta una de esas causalidades (que no casualidades) que siempre me sorprenden. Dice Berlin:
(…) el pluralismo (…) me parece un ideal más verdadero y más humano (…). Es más verdadero porque (…) reconoce el hecho de que los fines humanos son múltiples, son en parte inconmensurables y están permanentemente en conflicto (…). Es más humano porque no priva a los hombres (…) de aquello que se les ha hecho indispensable para su vida.
En cambio, la identidad primordial alimenta una verdad única que destruye a las personas concretas para superar el pluralismo de sus valores, creencias y fines. El nacionalismo es una de las ideologías, no la única (también las religiones o el comunismo), interesada en uniformizar y desterrar las identidades plurales que son líneas que fracturan la verdad monolítica de la “unión sagrada” de la nación, llamando al sacrificio de la pluralidad en aras de un ideal abstracto (nación, dios, utopía comunista).

En “Dos conceptos de libertad”, Berlin hace una reflexión interesante sobre la libertad, diferenciando libertad “negativa” de libertad “positiva”. La primera hace referencia a la ausencia de obstáculos (creados por el ser humano) a la acción de las personas. Una tendrá más o menos libertad en función de la ausencia de tales obstáculos. La libertad “positiva” hace referencia al ejercicio del poder político, a quién manda, quién es el jefe. Soy más libre, en este sentido, si no tengo que obedecer a otra persona. La primera está en la base de las instituciones liberales (democráticas) con la perversión del liberalismo económico y de la explotación extensiva que se dio desde el siglo XIX en los países industrializados y desde el colonialismo hasta la actualidad en el mundo pobre. La segunda está en la base de la mayor parte de los despotismos.

Berlin considera que es la libertad negativa la que ha tenido un rendimiento histórico más fructífero. Se esté de acuerdo con él o no, resulta interesante comprobar cómo el debate sobre la libertad y sus muchas lecturas es importante para no caer en mitificaciones como la que el nacionalismo catalán ha llevado a cabo en los últimos cinco años.

Esta reflexión de Berlin sobre la libertad me ha permitido comprender algunos aspectos importantes del proceso que ha protagonizado el nacionalismo catalán:

1º Que la impotencia para alcanzar un fin, no indica falta de libertad política como el nacionalismo (y el “exiliado” Puigdemont desde Bruselas) repite hasta la saciedad. Solo se carece de libertad política cuando son seres humanos los que me impiden alcanzar un fin. El nacionalismo catalán se empeña en no reconocer, y en mentir, respecto a un hecho repetidamente demostrado: que no cuenta ni siquiera con el 50% de la población catalana para su proyecto.

2º Que si mi libertad (o la de mi nación), depende de la imposición sobre la mayoría o provoca miseria económica para los sectores más desfavorecidos de la sociedad catalana, el sistema que promueve esto es injusto e inmoral. Por mucho que una parte importante de la población esté dispuesta al sacrificio en aras de un ideal abstracto como es la nación.

3º Hay nacionalistas de izquierda como la CUP que caen en una aberrante paradoja: parten de la afirmación de que el nacionalismo que propugna la independencia es bueno para la “clase obrera” o “clases populares” (ambos conceptos acostumbran a utilizar), aunque dichos sectores no lo sepan. De su conocimiento superior concluyen que actúan en nombre de dichos sectores populares como si ellos mismos lo hubieran elegido aunque no lo hayan hecho de forma consciente (e incluso demuestren –a través del voto y de manifestaciones- que han elegido permanecer unidos al resto de España). Esta monstruosa suplantación consiste en hacer equivalentes lo que las “clases populares” habrían elegido si fueran alguien que no son, o al menos no son todavía, con lo que esos sectores populares de hecho buscan y eligen.

El concepto libertad, o democracia, está en boca de todos/as, su abuso por parte de los nacionalismos resulta peligroso, especialmente si se produce un enfrentamiento de identidades únicas que reducen el espacio de la política (no hago referencia a la política institucional, sino a la política entendida como res publica) en aras de las creencias irreductibles.



[1] El libro que inspira esta reflexión es: Isaiah Berlin (1958, 2014): Dos conceptos de libertad. El fin justifica los medios. Mi trayectoria intelectual. Alianza, Madrid.

viernes, 3 de noviembre de 2017

IDENTIDAD(ES)


Hay momentos en que una palabra que apenas era relevante en nuestras vidas, pasa a serlo sin que sea el resultado de una decisión personal. En mi caso esa palabra es identidad nacional. Como Amin Maalouf[1], desconfío de palabras que bajo una apariencia sencilla son traicioneras, identidad lo es puesto que su significado es ambiguo.

La identidad personal es única e irreemplazable para cada persona puesto que se va construyendo y transformando a lo largo de nuestra existencia. En ese camino de construcción de nuestra identidad personal influyen las circunstancias de nuestra vida y la relación con los demás. Como identidad compleja no hay dos iguales y eso no tendría interés alguno para definir a un colectivo puesto que habría puntos en común pero también múltiples diferencias. Dada la imposibilidad de generar una identidad común en miles (o millones) de personas, siempre habrá quien nos quiera convencer de que hay una identidad primordial (superior a las demás), simplificando la complejidad de nuestra identidad personal, para construir movimientos colectivos movidos exclusivamente por esa única identidad (religiosa, nacional, étnica, lingüística, de clase, etc.).


Soy partidaria de desconfiar de identidades primordiales y responder siempre desde mi identidad compuesta (múltiple), el resultado es el disgusto de quienes no están dispuestos a asumir dicha complejidad y nos presionan para que elijamos la que consideran esencial y superior a las otras. Negarse a elegir significa quedarse fuera de la “tribu”, en esa “tierra de nadie” de la que hablaba hace unos días en este mismo espacio: "Cuando el nacionalismo pone las emociones en el centro del debate".

Siguiendo la recomendación de Maalouf resulta instructivo hacer un “examen de identidad”, rebuscando en la memoria el mayor número de componentes de mi identidad para combatir la tentación de simplificar y revelar una sola para definirme. Por tanto, no rechazo las identidades contradictorias que me sitúan en la frontera entre dos pertenencias enfrentadas sino al contrario.

Vengo de una familia que es originaria del medio rural aragonés, mi familia ha sido pobre, sin tierras en propiedad o con pequeños corros de tierra para la subsistencia. Católicos de religión y de cultura, algunos de ellos participaron del anticlericalismo del siglo XIX, principios del XX por el posicionamiento de la Iglesia en favor de los más ricos. El ateísmo de una parte de la familia (la masculina) ha convivido, de mejor o peor manera, con la religiosidad de la parte femenina. Aunque minoritaria, una parte de las mujeres de la familia (por cierto, me llamo Laura por dos de ellas) mostró signos de rebelión ya en la ciudad (Zaragoza) con un resultado más bien negativo puesto que los estereotipos de género y el franquismo cerraron en seco dichos atrevimientos. Pese a ello la semilla persistió y mi madre estaba convencida de la necesidad de que yo estudiara y pudiera acceder a la autonomía económica, esa habitación propia de la que hablaba Virginia Woolf y a quien mi madre nunca ha leído.

Formar parte de una comunidad católica me une a todos los católicos que hay en el mundo, ser atea por elección personal me une a otra comunidad no menos internacional. Nacer en España determina mi nacionalidad y mi lengua, otro elemento que me ha unido a millones de castellanohablantes en todo el mundo y a compartir una rica cultura que adopta formas literarias, artísticas, de costumbres, culinarias, etc., muy variadas.

Nací en un barrio obrero de Zaragoza en el que compartí juegos en la calle con niños y niñas que eran hijos/as, como yo misma, de obreros de la construcción, del metal (como mi padre) o de otras ramas productivas y de trabajadoras en casa (como mi madre que era modista) o fuera de casa para poder hacer frente a una vida difícil y dura para quienes dependían de un salario. En mi barrio forjé un carácter rebelde, batallador, orgulloso e independiente que me ha ayudado mucho a lo largo de mi vida, además siempre me he considerado dentro de la clase trabajadora aunque mi trabajo como profesora de secundaria me ha situado más cerca de la clase media que de la clase obrera de la que procedo.
La obstinación de mi madre me llevó al instituto de secundaria primero y luego a la Universidad (fui la primera persona de mi amplia familia que accedió a los estudios superiores) y allí se abrió para mí un mundo de lucha estudiantil en plena etapa de Transición Democrática tras la muerte de Franco (1975). En la Universidad descubrí mi auténtica pasión: la investigación histórica, pero mi rebeldía me llevó a descartar quedarme en la Universidad y preparar unas difíciles oposiciones que al ganarlas cambiaron mi residencia a Cataluña.

Mi llegada a Cataluña no fue fácil, ni feliz, dejé unos espacios de sociabilidad bien constituidos y tan sólidos que aun los conservó en parte. En Zaragoza deje un grupo de amistades, mi familia, mi pareja, un espacio político dentro del mundo libertario vinculado a la ecología y el feminismo y un espacio físico (mi barrio y mi ciudad) en el que me sentía cómoda. En Cataluña solo tenía el trabajo, mi autonomía económica tan deseada.

El traslado de mi pareja tres años después de instalarme en Cataluña, la enseñanza de la historia que siempre me ha gustado y la lectura de la Tesis Doctoral junto con su publicación dieron lugar a una cierta acomodación al nuevo espacio. Allí encontré algunas amistades, unos referentes culturales entre los que destacaba una nueva lengua, encontré acomodo dentro de los espacios de protesta libertarios y tuve dos hijos que ayudaron a arraigarme a Cataluña. Fui partidaria de que mis hijos se integraran en su lugar de nacimiento y hablaran las dos lenguas con igual soltura, yo misma lo hice y pude dar las clases en ambas lenguas con parecida solvencia. Nunca me integré en la cultura folclórica catalana porque no me llamó la atención, igual que no lo hice en Zaragoza, pero sí lo hicieron mis hijos.


¿Más detalles sobre mi identidad? No quiero hacer largo este texto, solo añadiré que nunca me planteé con seriedad marcharme de Cataluña y volver a Aragón. Mi pareja encontró, tras diversos intentos, un trabajo que le gustó y mis hijos iban creciendo arraigados a su ciudad de nacimiento.

Desde hace cinco años, se ha despertado a mi alrededor un afán por destacar una sola pertenencia que ha invadido la identidad entera de gentes muy cercanas a mí (amistades, compañeros/as de trabajo, el ámbito libertario…). He observado con sorpresa y aprensión como los que comparten esa identidad esencial se sienten solidarios, se agrupan, se movilizan, se dan ánimos entre sí y arremeten contra “los otros”. He sufrido con estupor como se ha construido un “nosotros” que recuerdan con precisión agravios, incluso históricos, y un “los otros” que se perciben como extraños y peligrosos. En definitiva he visto crecer la peligrosa concepción tribal de la identidad nacional catalana. La principal virtud del nacionalismo (español o catalán) es hallar para cada problema un culpable antes que una solución y así hemos llegado a la confrontación de la DUI y el 155.

Yo (y otros “yoes”) que nos hemos mantenido en nuestras identidades complejas no tenemos espacio (o se nos ha reducido mucho) en esta confrontación de identidades primordiales encerradas en su papel de víctimas y en su mentalidad de agredidos/as.

El resultado de esta situación es mi incomodidad y disgusto por vivir en este espacio físico que me agobia y me acerca a la amargura, la resignación, la pasividad, el miedo. Toda la vida soñando con la utopía y me tropiezo con una retroutopía nacionalista que se acerca a la nada en el sentido de la emancipación de los más desfavorecidos. Y pese a todo me revuelvo y me rebelo contra la tentación de la desesperanza sin ser capaz, hoy, de ver el camino.




[1] Es magnífico cuando un libro te da claves para entender lo que ocurre a tu alrededor, esta reflexión está inspirada y recoge ideas de Amin Maalouf (2016, traducción 1999, escrito en 1998): Identidades asesinas. Alianza Editorial, Madrid.