¿Qué es, para Ranciere, la política?
Un fenómeno que apareció, por primera vez, en la Antigua Grecia ,
cuando los pertenecientes al demos (aquellos sin un lugar claramente
definido en la jerarquía de la estructura social) no sólo exigieron que su voz
se oyera frente a los gobernantes, frente a los que ejercían el control social;
esto es, no sólo protestaron contra la injusticia (le tort) que padecían y exigieron ser oídos, formar parte de la esfera pública en
pie de igualdad con la oligarquía y la aristocracia dominantes, sino que,
ellos, los excluidos, los que no tenían un lugar fijo en el entramado social,
se postularon como los representantes, los portavoces, de la sociedad en su
conjunto, de la verdadera Universalidad[1].
Este planteamiento resulta extremadamente clarividente puesto que postula que
la nada, en el sentido de lo que no
cuenta en el orden social, puede llegar a conformar un nosotros que se oponga a aquellos que solo defienden sus propios
intereses y privilegios.
Por tanto, el conflicto político designa la tensión
entre el cuerpo social estructurado, en el que cada parte tiene su sitio, y la
"parte sin parte", que desajusta ese orden en nombre de un vacío
principio de universalidad. La verdadera política, por tanto, trae siempre
consigo una suerte de cortocircuito entre el Universal y el Particular: la
paradoja de un singulier universel, de un singular que aparece ocupando
el Universal y desestabilizando el orden operativo "natural" de las
relaciones en el cuerpo social. Esta identificación de la no-parte con el
Todo, de la parte de la sociedad sin un verdadero lugar (o que rechaza la
subordinación que le ha sido asignada), con el Universal, es el ademán
elemental de la politización, que reaparece en todos los grandes
acontecimientos democráticos, desde la Revolución francesa (cuando el Tercer Estado se
proclamó idéntico a la nación, frente a la aristocracia y el clero), hasta la
caída del socialismo europeo (cuando los "foros" disidentes se
proclamaron representantes de toda la sociedad, frente a la nomenklatura del
partido) (Zizek, 2007: 26).
En este sentido, "política" y
"democracia" son sinónimos: el objetivo principal de la política
antidemocrática es la despolitización, es decir, la exigencia innegociable de
que las cosas "vuelvan a la normalidad", que cada cual ocupe su lugar.
Por eso la palabra populismo la utilizan los
expertos para condenar todas las formas
de secesión respecto del consenso dominante, sin que respondan a la afirmación
democrática o a los fanatismos raciales o religiosos. (…) Populismo es el
nombre cómodo bajo el cual se disimula la exacerbada contradicción entre legitimidad
popular y legitimidad erudita (…). Este nombre oculta y revela a la vez la gran
aspiración de la oligarquía: gobernar sin pueblo, es decir, sin división del
pueblo; gobernar sin política[2].
Por ello se considera que un movimiento es democrático
cuando pone en su centro la cuestión
política fundamental: la competencia de
los “incompetentes”, la capacidad de quienquiera para juzgar las relaciones
entre los individuos y la colectividad, entre el presente y el futuro (Rancière,
2006: 120).
La lucha
política debe conseguir hacer oír la propia voz y que sea reconocida como la
voz de un interlocutor legítimo. Cuando los "excluidos" protestan
contra la élite dominante, la
verdadera apuesta no está en las reivindicaciones explícitas (aumentos
salariales, mejores condiciones de trabajo...), sino en el derecho
fundamental a ser escuchados y reconocidos como iguales en la discusión.
Rancière habla de política-ficción cuando esta inventa
un nombre o personaje colectivo que no aparece en las cuentas del poder y las
desafía. Ese nombre no es de nadie en particular, en él caben todos los que no
cuentan, no son escuchados, no tienen voz, no deciden y están excluidos del
mundo común. La ficción política hace tres operaciones simultáneas:
Crea un nombre o personaje colectivo que no expresa ni refleja un sujeto previo, sino que
es la creación de un espacio de subjetivización (esto es, de transformación de
los lenguajes, las percepciones y los comportamientos) que no existía antes.
Produce nueva realidad porque redefine el mapa de lo posible, no solo
modifica lo que se puede ver, hacer, sentir y pensar acerca de la realidad,
sino también quién puede hacerlo.
Interrumpe la realidad que hay, es un poder de desclasificación y un poder de creación[3].
Un ejemplo es la aplicación que hace Fernández-Savater al movimiento 15-M:
las plazas fueron espacios de apertura constante para invitar a que otras
personas se incorporaran, consignas de respeto, lo que une y no lo que separa;
indignados como término indica que puede serlo cualquiera, no remite a una
identidad; el término personas identificaba como iguales a todo el mundo,
recogía al mismo tiempo la confianza en lo personal; Somos el 99%, Sol, 15-M
(es un clima, es decir, no es solo un movimiento o una estructura organizada
compuesta de asambleas y comisiones, sino también otro estado mental y otra
disposición colectiva hacia la realidad, marcada por la experiencia
empoderadora de las plazas y diseminada por la sociedad entera) (Amador
Fernández-Savater, 2012: Interferencias)
.
En los libros de Rancière hay diversos ejemplos históricos que clarifican
la noción de ficción política como
el hombre-ciudadano de la Revolución Francesa; el proletariado que conformó el
movimiento obrero desde el siglo XIX; o el eslogan “todos somos judíos
alemanes” de Mayo del 68.
La política, por tanto, no pasa
por adquirir un saber que nos falta y la ciencia posee, ni tampoco por
encontrar una conciencia propia, correcta y adecuada a la propia identidad,
sino por desidentificarse de una cultura y una identidad dadas mediante un proceso
de subjetivización. El saber que emancipa no es tanto el que describe la
realidad, como el que redescribe la experiencia común. La identidad política es
un espacio que se inventa, es una identidad no identitaria, sino abierta,
inacabada, en construcción permanente, o sea, lo que hemos llamado ficción (Amador
Fernández-Savater, 2012: Interferencias).
Las dos primeras fotografías son de JURE KRAVANJA. El cartel es mío y sigue colgado de la pared de la habitación donde trabajo.
[1] Asi lo interpreta Slavoj Zizek (2007): En defensa de la intolerancia. Sequitur, Madrid, pp: 25-26.
[2] JACQUES RANCIÈRE (2006), El odio a la democracia. Amorrortu, Buenos Aires, pp. 114-115..
[3]
Amador Fernández-Savater (30-11-2012):
“Política Literal y política literaria (sobre ficciones políticas y 15 M).
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