domingo, 3 de enero de 2016

SVETLANA ALEKSIÉVICH, El fin del “Homo sovieticus”.

¿Qué sentido tiene conocer la diferencia entre el bien y el mal cuando se paga un precio tan caro por ese conocimiento?
Dostoievski, Los hermanos Karamazov.

No estaba traducida todavía esta obra cuando supe de ella, poco antes de concederle el Nobel de Literatura, y tocó esperar su traducción que se ha acelerado porque el Nobel impulsa las traducciones y las reediciones.
Su título hace referencia al intento, por parte de Aleksiévich, de mostrarnos a través de entrevistas a las gentes que habían vivido en la URSS, constituyendo el denominado “Homo sovieticus”, antes de que desapareciera. Es un intento interesante: edificar la realidad sucedida a través de ese espacio minúsculo, el espacio que ocupa un solo ser humano (…) Porque, en verdad es ahí donde ocurre todo (10).


La autora parte de la convicción, por tanto, de que una sola vida es en sí misma apasionante y que cada persona esgrime una infinidad de verdades:
A la historia sólo parecen preocuparle los hechos, las emociones quedan siempre marginadas, no se les suele dar cabida en la historia. Pero yo observo el mundo con ojos de escritora, no de historiadora. Y siento una gran fascinación por el ser humano (14).

Y armada con su grabadora y mucha paciencia para saber escuchar y generar confianza en sus entrevistados/as, Aleksiévich nos muestra la condición humana con todas “sus” verdades, con sus luces y sombras, sus temores y sus ilusiones, sus creencias y sus decepciones. La autora lo que hace es combinar numerosas entrevistas, como si fuera un collage, a través de las cuales da una visión del ser humano en determinadas circunstancias, en este caso la desaparición de la URSS.
El fin del “Homo sovieticus” fue escrito en 2013 y se estructura en dos partes, la primera parte, “El consuelo del apocalipsis. Diez historias en un interior rojo”, transcurre entre 1991-2001, el momento de la desaparición de la URSS tras la era Gorbachov, el fracasado golpe de Estado de agosto de 1991 y el postcomunismo de los diez primeros años. La segunda parte, “El encanto del vacío. Diez historias en medio de ninguna parte”, avanza a lo largo de los diez años siguientes, 2002-2012. En total 21 intensos años de desmantelamiento del mundo soviético en los que, las diversas repúblicas que habían constituido la URSS, abandonaron el comunismo y una cierta manera de ser y de comportarse que constituyó el “homo sovieticus”. Ambas partes vienen precedidas por un subtítulo “El rumor de la calle y las conversaciones en la cocina”,  los espacios de donde Aleksiévich saca la información para construir la obra. La cocina hace referencia al espacio en el que los y las soviéticas hablaban con cierta libertad cuando la libertad de expresión era una quimera. Y ahí, la autora hace lo que más le gusta como escritora que es: descubrir cómo le apasiona una vida humana cualquiera y con ella la infinidad de verdades que esgrimen los hombres, cada uno la suya (14).

Precede a la primera parte un texto breve, apenas diez páginas, titulado “Apuntes de una cómplice” en el que la autora nos habla directamente, algo muy raro en el libro, para contarnos que ella conoce muy bien a ese “homo sovieticus” porque hemos pasado muchos años viviendo juntos, codo con codo. Ese hombre soy yo. Ese hombre son mis conocidos, mis amigos, mis padres (9). A partir de esta confesión que la honra, desgrana con brevedad algunas características de ese hombre/mujer de la era soviética que subsiste detrás de la mayoría de los pueblos que constituyeron la URSS. Entre algunos de estos rasgos que constituyen esa idiosincrasia rusa-soviética el ser un pueblo proclive a la guerra (10). Convirtieron la verdad en un enemigo como hicieron después con la libertad. Todos se sintieron víctimas, pero nadie se consideraba cómplice (13). ¿Qué deparará el futuro con una Rusia en la que cada día crece más la nostalgia de la Unión Soviética y de Stalin?


En la primera parte se van desgranando conversaciones sobre la URSS, el PCUS, la libertad, los libros, las ilusiones que despertaron Gorbachov y, especialmente, Yeltsin, la bebida, el Kremlin, Stalin y Lenin, los sufrimientos de los campos de trabajo o gulags, el hambre, etc. Destaca la resistencia de muchas personas a abandonar la idiosincrasia del homo sovieticus, especialmente por dejar de ser ciudadanos/as de una gran potencia y por la crítica a la propiedad privada, las desigualdades sociales y el consumismo. Muchas de sus reflexiones nos plantean la evidencia que, para muchas personas, la libertad es prescindible (los que seguían anclados con nostalgia en el comunismo), para otras se identifica con el consumismo y las posibilidades de acceso a una vida mejor aún a costa de la desigualdad. Un tercer sector, ilusionado con la libertad en un sentido más amplio, muestra su decepción ante las muchas ilusiones que nacieron en 1991, nos parecía estar en el umbral del reino de la libertad (82):
Nuestra fe era sincera, aunque ingenua… Creímos que en la calle nos esperaban los autobuses que nos conducirían a la democracia. Que íbamos a vivir en lindos apartamentos y abandonaríamos los grises edificios que levantó Jruschov, que una estupenda red de autopistas sustituiría nuestras calamitosas carreteras, que todos nos íbamos a convertir de golpe en gente simpática. Nadie buscaba argumentos racionales para justificar esas ilusiones. Tampoco los había. ¿Qué importaba? Creíamos con el corazón, ajenos a toda razón (80-81).

Cuando lees estos testimonios, cualquiera piensa que cómo es posible tanta ingenuidad, pues es posible, yo la he visto alucinada en Cataluña respecto a la independencia y eso que, en este caso, no se viene de un sistema totalitario sino democrático.
La autora narra sin ninguna piedad, sin modular nada, la dureza que significa que las víctimas del estalinismo fueran fervientes estalinistas y patriotas o el inicio de la guerra en Georgia con Abjasia y Osetia del sur. O los pogromos de los musulmanes azeríes contra los armenios en 1988 y de estos contra aquellos después. El hambre, la violencia, la guerra siempre presentes y, aparentemente, condicionando el “alma” rusa.
La segunda parte no es menos dura que la primera, habla de cómo las mafias y la violencia se apoderaron de Rusia. Las multitudes manipuladas cumplieron su papel:
Las multitudes son monstruos y el hombre que forma parte de una multitud ya ha dejado de ser aquel con el que charlabas en la cocina, bebiendo vodka o té.

El testimonio habla de los años de Yeltsin y de los sucesos de octubre de 1993. No sabe qué fue aquello exactamente, si estábamos defendiendo la democracia o participando en un golpe de Estado. Lo que sí sabe es que hubo cientos de muertos (390) y que se aprobó una nueva Constitución que incrementó los poderes del presidente y las dificultades económicas provocaron un descenso dramático del nivel de vida de los y las rusas que desembocaron en las cartillas de racionamiento.

Los atentados terroristas en Moscú (hubo en los años 2000, 2001, 2002, 2003, 2004, 2006, 2010 y 2011) son otro aspecto recogido a través de testimonios. La guerra en Chechenia era el trasfondo de estos atentados, las responsabilidades de esta y otras guerras, un aspecto que englobaba otros muchos, por ejemplo las responsabilidades del stalinismo:
“¿Quién convirtió a Stalin en Stalin?”. Y ahí se enfrentan al problema de la culpabilidad…
Sostienen que no solo hay que juzgar a quienes fusilaron o torturaron, sino también a:
-los que denunciaban;
-los que delataron a los parientes que habían dado cobijo a los hijos de los “enemigos del pueblo” y propiciaron así que los encerraran en los orfanatos;
-los conductores de los vehículos que llevaban a los arrestados;
-las empleadas de la limpieza que fregaban el suelo de las celdas en las que torturaban a los detenidos;
-los responsables de los ferrocarriles que tenían a su cargo el despacho de los trenes de carga llenos de presos políticos hacia las tierras del Norte;
-los sastres que cosían las chaquetas que llevaban los guardianes de los campos;
-los médicos que les arreglaban la dentadura o les miraban el corazón para asegurarse de que permanecieran perfectamente aptos para el cumplimiento de su deber;
-los que callaban cuando, en las reuniones, otros gritaban: “¡A los perros démosles muertes de perros!” (484).

Aleksiévich plantea múltiples temas que dibujan esa alma rusa que tanta relevancia tiene en la literatura rusa: el amor, la amistad, la rebelión, la sumisión, el alcohol, el sexo, la libertad, el racismo, el antisemitismo, el maltrato a los inmigrantes procedentes de Tayikistan, y tantos otros que van tejiendo un tapiz con las múltiples caras de lo ocurrido entre 1991 y 2012. Un libro excepcional que impresiona por su autenticidad, que entristece por la manipulación que sufrió la población que creyó luchar por la democracia, que enfurece por el empobrecimiento y los abusos que sufren la mayoría de la población, mientras una minoría se ha enriquecido y monopoliza el poder haciendo resurgir un patriotismo, nunca muerto, que justifica el militarismo intervencionista de Putin en la actualidad.

Una magnífica obra para reflexionar sobre el ser humano y sobre esa infinidad de verdades que es capaz de mostrar.

6 comentarios:

  1. Interesante... y duro caleidoscopio humano.
    'Cada día es una VIDA en miniatura'.

    Besos y abrazo!!

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    1. Así es, cada día es una vida en miniatura, tendemos a olvidarlo ¿no?

      Una autora a la que hay que leer.

      Besos y abrazo!!

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  2. En cada libro que presentas o que leemos sobre los sucedido durante el último siglo encuentro amargos paralelismos de rabiosa actualidad y reconozco algunos aspectos humanos que tildaría de pecaminosos, si no fuera porqué ese concepto me parece a su vez también contaminado por una doctrina. Un beso.

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    1. Pecado no es palabra que me guste, pero el ser humano repite actitudes que nos ofrecen pocas esperanzas sobre nuestra especie y su futuro. Lo malo es que no aprendemos ¿de qué sirve la historia?

      Un beso.

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  3. Había apuntado el libro hace ya unas semanas y tus líneas no hacen más que reforzar mi decisión de hallarlo y leerlo.
    Particularmente llamativa me resultó la frase 'Todos se sintieron víctimas, pero nadie se consideraba cómplice', tan aplicable a geografías diversas y momentos diferentes...
    Gracias por traernos tan importante testimonio y permitirnos conocer tus apreciaciones al respecto.
    Un beso.

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    1. Una autora muy recomendable, ¿quizás puedas encontrar otras obras anteriores?

      Esa reflexión es clave, explica el porqué de la existencia de dictaduras que se prolongan en el tiempo y de las que, cuando desaparecen, nadie se considera responsable. Esa falta de reflexión al respecto es la que me preocupa. Y eso podemos extenderlo a la democracia y a la corrupción que vivimos hoy en España, por poner un ejemplo.

      Gracias por tu comentario.

      Un beso.

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