sábado, 15 de febrero de 2014

JORGE SEMPRÚN, El largo viaje.

La novela de Jorge Semprún tiene 241 páginas y el título está relacionado con el largo viaje que su autor realizó en 1943 por la campiña francesa durante la ocupación alemana. Dentro de ese tren, varios centenares de hombres se dirigían hacía el horror del campo de concentración de Buchenwald.



Jorge Semprún (Madrid 1923-París 2011) fue un político, escritor, intelectual, y guionista cinematográfico que escribió casi siempre en francés. Fue Ministro de Cultura en el gobierno de Felipe González (1988-1991). Con El largo viaje, Jorge Semprún rompía un largo silencio, en 1945 tras ser liberado de Buchenwald, decidió callar sobre sus vivencias en este campo de concentración hasta que, casi veinte años después, publicó, en 1963, en Francia El largo viaje (merecedor en 1964 del Premio Formentor y del Prix de la Résistance): había hallado el modo de escribir el largo camino hacia el horror.
Semprún consideró, mientras guardó silencio, que recordar era revivir, volver a sentir todos los sufrimientos padecidos en su reclusión e impedir que la memoria pudiera cicatrizar y olvidar para seguir viviendo. Si se olvida se puede rememorar sin revivir el sufrimiento extremo padecido.

La novela de Semprún no pretende relatar lo sucedido en Buchenwald, los nazis apenas están presentes en ella, su objetivo más bien es hacer un autorretrato de las víctimas viajando amontonados en un tren durante varios días y sin saber su destino.
Cae la noche, la cuarta; la noche despierta los fantasmas. En la negra turbamulta del vagón, los hombres se vuelven a encontrar a solas con su sed, con su angustia y su cansancio. Se ha hecho un silencio pesado, entrecortado por algunas quejas confusas y prolongadas. Todas las noches igual. Después vendrán los gritos enloquecidos de quienes creen que van a morir (p. 30).
En el vagón viajan enclaustrados partisanos y resistentes hacia un destino que saben terrible. Desde el recuerdo biográfico relata el viaje pero también rememora el antes e incluso el después del campo de concentración.
Tras un inicio un tanto confuso, pronto los recuerdos van encontrando su lugar y, con una prosa brillante, van encajando en su narración con un sentido preciso: no olvidar lo sucedido en esos espacios de horror que fueron los campos de concentración.


Semprún afirmaba que los alemanes que los veían pasar por los andenes de las diversas estaciones, los consideraban bandidos y terroristas y de ese modo…
…veían en nosotros lo esencial, lo esencial de nuestra verdad, esto es, que éramos los enemigos irreductibles de nuestras relaciones, el hecho de que fuéramos, ellos y nosotros, los términos opuestos de una relación indisoluble, que fuéramos la mutua negación unos de otros (pp. 140-141).
La columna de detenidos, y trasladados a los campos, de los que formaba parte Semprún:
No eran seres anodinos, grises, arramblados por casualidad en cualquier ciudad, sino combatientes. Su columna, por lo tanto, desprendía una impresión de fuerza, permitía leer en ella como en un libro abierto, una verdad densa y compleja de destinos comprometidos en una lucha libremente aceptada, aunque desigual (p. 234).
El autor describe un suceso que me ha parecido relevante. A los pocos días de liberar el campo de concentración llegó una visita inverosímil, dos coches con muchachas de “Misión France” que querían visitar el campo. Estas jóvenes iban riendo y cotorreando, según palabras de Semprún, y una de ellas se aventuró a afirmar: Pues no parece que esté tan mal (p. 73). Ante tal afirmación:
Hago pasar a las muchachas por la puertecilla del crematorio, la que conduce directamente al sótano. Acaban de comprender que no se trata de la cocina y se callan de repente. Les enseño los ganchos de donde suspendían a los compañeros, pues el sótano del crematorio servía también de cuarto de tortura. Les enseño los vergajos y las porras, que siguen en su sitio. Les explico para qué servían. Les enseño los montacargas que llevaban los cadáveres hasta el primer piso, justo frente a los hornos. Las muchachas ya no tienen nada que decir. Me siguen, y les enseño la hilera de hornos eléctricos, y los restos de cadáveres semicalcinados que han quedado en los hornos. (…) Las hago salir del crematorio al patio interior rodeado por una valla muy alta. Allí ya no les digo nada en absoluto, les dejo que miren. Hay, en medio del patio, un hacinamiento de cadáveres que alcanzará tal vez los cuatro metros de altura. Un apiñamiento de esqueletos amarillentos, retorcidos, los rostros del espanto.(…)Me vuelvo y ya se han ido. Han huido de este espectáculo. Por otra parte las comprendo, no debe ser divertido llegar en un bonito coche, con un lindo uniforme azul ceñido a los muslos, y caer sobre este montón de cadáveres poco presentables (pp.75-77).
El largo viaje es una novela muy especial puesto que se trata de un testimonio personal y, a la vez, colectivo. Es una vivencia que trata de trascender el dolor a través del olvido para poder contar lo sucedido y la calidad humana de las víctimas frente a los verdugos (también incluye a los que callaron y se escudaron en que no sabían nada.



2 comentarios:

  1. Un libro muy duro sobre unos hechos que debemos tener siempre presentes para evitar que sucedan de nuevo. Una reseña estupenda.

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