viernes, 11 de abril de 2025

TERESA CLARAMUNT CREUS. 94 años de su muerte

 


He escrito y he hablado mucho sobre Teresa Claramunt Creus (TC), en los últimos años algo menos. Mi libro sobre esta mujer tan apasionante salió a la calle en 2006 publicado por la Fundación Anselmo Lorenzo, pronto hará veinte años. Diecinueve años son muchos años y seguramente ahora rectificaría algunas cosas de ese libro, pero nada sustancial. Aquella investigación marcó mi manera de acercarme a la historia y la vida de esta sindicalista, feminista y anarquista sigue muy presente en mí.  Escribí en mi último texto que un acontecimiento lo es desde nuestra mirada, que no está en la cosa en sí, esta mujer es un ejemplo de tal afirmación.

El origen de mi interés por TC se sitúa en los años en los que realicé la Tesis Doctoral sobre el sindicalismo zaragozano en los años veinte del pasado siglo y buscaba las primeras sociedades obreras que formaron parte de la CNT, allá por 1910 y 1911. Encontré a esta mujer de cuarenta y ocho años en la prensa con una salud deteriorada por sus estancias en prisión. Había sido deportada a Huesca, como tantos otros, por su relación con los sucesos de la Semana Trágica (julio 1909). Pocos meses después se instaló a vivir en Zaragoza, en parte como consecuencia de la separación de su compañero también deportado, Leopoldo Bonafulla, con el que había convivido los últimos ocho años y con el que no volvió a compartir su vida.

La encuentro, por primera vez, participando en un mitin organizado por la Sociedad de Obreros de la Madera que apoyaban a los huelguistas de la fábrica de Cardé y Escoriaza, en octubre de 1910. En este mitin participaba otra mujer: Antonia Maymón (nacida en Madrid de familia aragonesa y pronto instalada en Zaragoza) que presidía la Agrupación Femenina “La Ilustración de la Mujer”. Los puntos en común con esta maestra racionalista eran muchos: ambas mujeres eran propagandistas y activistas en los medios ácratas y ambas estaban preocupadas por la cuestión femenina. De hecho, en este mitin T. C. habló del tema sindical y también de poner en marcha una «revolución de las costumbres, empezando por nuestros hogares». Una idea, la de la revolución doméstica, que no debía ser fácil de digerir en los ambientes sindicalistas, predominantemente masculinos.

La vuelvo a encontrar, de nuevo con Antonia Maymón, en un mitin en septiembre de 1911 en el que se trataba de ratificar el acuerdo de huelga general en solidaridad con los carreteros de Bilbao y contra la guerra de Marruecos adoptado por la recién constituida CNT (octubre/noviembre de 1910). Tras el mitin se produjeron carreras y cruce de disparos con las fuerzas de orden público (murieron dos sindicalistas) y tras los incidentes hubo registros domiciliarios y numerosas detenciones, entre las que se encontraba Claramunt, Maymón y otros muchos. Claramunt acabó juzgada por un tribunal militar e ingresó en la cárcel hasta la amnistía aprobada por el gobierno en 1913. Esta estancia en la cárcel, de poco más de un año y medio, fue fatal para su salud ya de por sí deteriorada desde su estancia en Montjuïc en 1896.

De nuevo volví a encontrar a TC a raíz del asesinato del Cardenal Soldevila (Zaragoza nunca más ha vuelto a tener cardenal desde este atentado en junio 1923), ya que prestó declaración y su domicilio fue registrado por su posible relación con los autores de la muerte del Cardenal (Francisco Ascaso y Rafael Torres Escartín). El propio Manuel Buenacasa (El movimiento obrero español) afirmó que Claramunt fue la inspiradora del atentado, también Federica Montseny afirmó en una entrevista con Antonina Rodrigo que había alguna relación entre Claramunt y Ascaso y que ella le escondió la pistola con la que había llevado a cabo el atentado. La realidad es que nada se pudo demostrar y que no fue ni tan siquiera detenida.

No me sorprendió la presencia de Claramunt en Zaragoza, llamada «la perla negra» del anarquismo, ya que había en esta ciudad una pequeña colonia catalana [se deportaba a la gente a 300 Km. de donde vivía]. Existió, durante estos años, una estrecha relación entre los sindicalistas y anarquistas zaragozanos y barceloneses. Como explicó Pere Gabriel en un artículo titulado «Propagandistas confederales entre el sindicato y el anarquismo», no era sólo una relación de publicistas y propagandistas que iban de una ciudad a otra, sino del elevado número de aragoneses que pasaron a formar parte de las cúpulas dirigentes de la CNT de Cataluña y las repetidas vueltas a tierras aragonesas. El caso paradigmático fue el de Manuel Buenacasa, pero la lista fue muy larga: Miguel Abós, Felipe Alaiz, Ramón Acín, Arturo Parera, etc. También se instalaron catalanes en Zaragoza como la propia Claramunt, García Oliver, Vicente Segura, Luís Riera, Pedro Fuste, y otros.

Estas fueron las breves pistas que encontré sobre esta mujer mientras investigaba el sindicalismo zaragozano y que, aunque no olvidé, tampoco le pude dedicar más atención. Acabé la Tesis trabajando yo misma en Cataluña y acabó publicada en forma de libro en 1993.

Pasaron más de diez años hasta que retorné a la investigación y decidí que sería sobre esta mujer en forma de biografía, un formato casi imposible por la escasez de datos, por no decir ausencia de datos, de los primeros veinte años de la vida de TC. Esta mujer no tenía relevancia, no era alguien digno de mención desde la perspectiva histórica, o dicho de otra manera, era una más dentro de la multitud anónima que carecía de interés histórico. Realizar la biografía de un trabajador o trabajadora del siglo XIX, parecía imposible.

Pero el vacío biográfico no implicaba que no se pudiera escribir sobre alguna individualidad, sino que había que hacerlo de otra forma. Siguiendo los planteamientos del antropólogo social Ignasi Terrades, (en Eliza Kendal. Reflexiones sobre una autobiografía) enfoqué su biografía desde lo que se hacía en contra de su vida, a su alrededor y sin contar con su vida. Por tanto, las condiciones de miseria material, sus carencias educativas, sus condiciones de vida, los espacios de sociabilidad o sus luchas para mejorar sus condiciones de trabajo, eran capaces de llenar en gran parte el vacío biográfico de una mujer anónima.

A partir de ahí, la investigación me condujo a desbrozar el camino para investigar a una mujer que actuó, luchó y vivió siempre desde el cuerpo, y desde luego, se hizo carne en ella esa afirmación de Spinoza de: «nadie sabe lo que puede un cuerpo». Teresa Claramunt empezó a trabajar en talleres textiles a los 10 años, sufrió carencias alimentarias, habitacionales, sanitarias y pobreza energética, a lo largo de toda su vida. Sufrió varios abortos y vio morir a sus criaturas en los primeros días o semanas de vida. Fue detenida y encarcelada numerosas veces y fue torturada en el castillo de Montjuïc.

Teresa Claramunt actuó desde el sentido común[1], es decir, desde la singularidad de los cuerpos y sus experiencias tomando como base una atmósfera construida por sus relaciones con su cultura, su historia individual y social. El sentido común puede manifestarse a través de opiniones (el anarquismo le proporcionó un marco teórico sencillo para entender lo que le rodeaba), pero de hecho proviene de procesos más profundos y encarnados. Refleja, como decía en su biografía, la experiencia vivida lo más fielmente posible. Fue dicha experiencia la que está en la base de su excepcional ruptura con los estereotipos de mujer en el paso del siglo XIX al XX. Igualmente excepcional fue su rebelión como obrera contra el proceso de disciplinamiento social al que fue sometida la clase obrera para someterla al régimen de producción capitalista. Esta práctica de rebelión continuada desde que apenas tenía veinte años fue lo que la individualizó y diferenció dentro de la multitud anónima y convirtió su vida en un acontecimiento a tener en cuenta tras 94 años de su muerte.

Laura Vicente 

 



[1] Miguel Benasayag y Bastien Cany (2022): Experiencia y sentido común. Repensar la separación que impuso la Modernidad. Buenos Aires, Prometeo, p. 40.

 

jueves, 3 de abril de 2025

LA ANARQUÍA (en realidad las personas anarquistas) SABE GESTIONAR

 



El motivo de este escrito es recuperar un acontecimiento que lo es desde nuestra mirada, posiblemente no lo sea para otras miradas. Un acontecimiento no está en la cosa en sí, por eso hay múltiples momentos de la historia que hoy consideramos acontecimientos y que no lo fueron durante cientos, incluso miles, de años.

Me llamó mucho la atención, hace unos años, el título de un libro de Peter Gelderloos: La anarquía funciona[1]. El autor se centraba en cuestionar la idea de que la anarquía son principios irrealizables como opina mucha gente, sino que ha habido (y hay) sociedades y propuestas que demuestran todo lo contrario. La «mirada» puede saltar por encima para borrar algo que podría ser digno de recuerdo para nuestro presente.

Fue el socialista Arturo Barea en su texto: Lucha por el alma española[2], quien afirmó que había que «aprender del hecho de que los anarquistas eran unos administradores y organizadores estupendos a pequeña escala». Desconozco qué entendía Barea con pequeña escala, en todo caso el anarquismo ha tendido a concebir la lucha en, por y para las situaciones que habitamos, situaciones territorializadas[3], y eso es muy difícil de lograr a gran escala sino es a través del Estado con todo lo que conlleva y que tanto repele a los anarquismos.

Cuando estalló la revolución el 19 de julio de 1936, Juan García Oliver, nombrado jefe del Departamento de Guerra del Comité Central de Milicias Antifascistas, pidió al Sindicato de Metalurgia de la CNT que le trajeran al hombre más disciplinado y mejor conocedor de la industria, el designado fue Eugenio Vallejo Isla[4]. Iniciada la guerra civil. la CNT enseguida proclamó abiertamente la necesidad de producir armamento. Sorprendentemente se produjo una sintonía entre la fuerza militar profesional leal al bando republicano que aportó conocimientos técnicos, la mano de obra de la industria mayoritariamente cenetista y la organización de ERC.

La Generalitat de Cataluña creó la Comisión de Industria de Guerra (CIG) el 7 de agosto de 1936, comisión que nunca hubiera podido funcionar sin la CNT. Además de Eugenio Vallejo Isla que trabajaba en Hispano Suiza, participaron dos cenetistas más: Manuel Martí Pallarés del ramo de química y Mariano Martín Izquierdo. Las diecisiete fábricas privadas que se orientaron a la industria de guerra fueron colectivizadas por la CNT

En sí esto que explicamos lo podemos considerar un acontecimiento puesto que no se ha repetido muchas veces que un sindicato anarcosindicalista colabore en organizar y administrar una industria de guerra y que todas las industrias privadas que se integraron en la CIG estuvieran colectivizadas. Sin embargo, quiero destacar otro hecho: el papel destacado que Eugenio Vallejo Isla, un obrero metalúrgico, tuvo en la CIG. Y es destacado, y mi «mirada» así lo extrae de muchos otros hechos destacados, porque una persona común, un obrero, personalizó el potencial de la inteligencia colectiva que mostró la capacidad de organización y administración del anarcosindicalismo. Simples trabajadores y trabajadoras, hombres y mujeres comunes, mostraron su capacidad para hacer funcionar fábricas y gestionarlas para reconvertirlas en industrias de guerra como es el caso. Son los y las ilustres desconocidas que encontramos descendiendo a lo ordinario, algo que nos permite singularizar a personas concretas como es el caso de  Vallejo Isla, un ser humano agenciado, articulado con su cultura, es decir, un todo territorializado.

Vallejo Isla (1901-1969)[5] formaba parte del comité obrero de Hispano-Suiza y fue el encargado bajo las órdenes de García Oliver de iniciar la designación de las fábricas que se iban a dedicar a la producción de armamento. Una vez que se incorporó a la CIG a principios de agosto de 1936 continuó en su tarea como responsable de la sección Metalúrgica hasta mayo de 1938, es decir, no se desvinculó del sindicalismo. Desde el primer día de la CIG hasta su disolución (agosto de 1938) tuvo una función de gestor de la producción de guerra en todas y cada una de las fases de su organización y fue la persona que acudió a más reuniones de la CIG.

Fue el eslabón entre los y las trabajadoras y la política de reconversión industrial y encuadramiento organizativo que la Comisión necesitaba al constituirse. No solo fue organizador sino mediador en asuntos político-sociales cuando se producían discrepancias. A principios de octubre de 1936, Vallejo se reunió con todos los comités de las empresas y fábricas sidero-metalúrgicas que trabajaban para la guerra y cuya mano de obra quedaba excluida de la instrucción militar.

También asumió funciones que podríamos denominar institucionales o de representación de la CIG: se entrevistó con ministros, participó en las conversaciones con Largo Caballero, Prieto y Negrín para coordinar los esfuerzos de Cataluña y los gobiernos de la República, actuando con plena autonomía y basándose en la autoridad que le daba la CIG.

Todo esto no le libró de la persecución comunista. En mayo de 1937, fue enviado a Francia para agilizar el envío de materiales adquiridos por la CIG, viaje que le acarreo la acusación por parte del PSUC que afirmaba que había huido de la zona republicana llevándose una gran cantidad de dinero. Fue desmentido a través del Comisariado de Propaganda de la Generalitat.

A partir de la reestructuración de mayo de 1938 Vallejo pasó, entre otras cosas, a ser director de una de las fábricas del ámbito público catalán donde se montaba el mosquetón Mauser. En su huida de España en enero de 1939, Vallejo fue a parar al campo de concentración para refugiados de Barcarés en el sur de Francia.

Concluyendo, podemos hablar de «momentos» anarquistas que se producen superando las ideologías doctrinarias y arraigándose a las situaciones que se producen y escuchando la realidad. Esa escucha facilita el descubrir la dinámica que en cada situación permite que se despliegue la potencia del actuar. En la práctica esta dinámica se expresa de diversas formas contradictorias. Compartimos con Benasayag y Cany que el único modo de acción posible en la complejidad es «pensar local y actuar local», reivindicando la potencia de los saberes comunes y de las experiencias situadas. Este acontecimiento nos puede permitir abrir múltiples debates y reflexiones en el presente que contempla el pasado, no como algo muerto y estanco, sino como un vínculo que nos permite pensar y acercarnos a los efectos que tiene sobre el presente.

 Laura Vicente

 



[1] Tengo la 2ª edición publicada en 2015, Madrid, La Neurosis o Las Barricadas Ed.

[2] Texto contenido en el libro Contra el fascismo, Madrid, Espasa Calpe, 2023.

[3] Un «estar siendo» como señala Miguel Benasayag-Bastien Cany (2024): Contraofensiva. Actuar y resistir en la complejidad. Buenos Aires, Prometeo.

[4] Javier de Madariaga (2008): Tarradellas y la industria de guerra de Cataluña (1936-1939). Lleida, Milenio, p. 19.

 [5] De Madariaga (2008): Tarradellas, pp. 87-93.