Tomás
Ibáñez lleva años pensando cómo el anarquismo puede «estar en el mundo» del
siglo XXI. Su último libro es una pieza más del puzle
que tan laboriosamente está construyendo casi siempre a través de artículos en
la prensa libertaria que luego une en una auténtica labor de orfebrería. En
2006 se publicó su primera compilación de artículos: ¿Por qué A? Fragmentos dispersos para
un anarquismo sin dogmas; la segunda compilación fue publicada en 2017: Anarquismos
a contratiempo; la tercera en 2022: Anarquismos
en perspectiva; y, acaba de salir este último libro: Anarquismo no
fundacional.
Los títulos de esta colección de textos escritos a lo largo del tiempo
indican mucho de por dónde va la indagación de Tomás Ibáñez desde una «extraña
fidelidad» al anarquismo que él mismo reconoce. Una de las maneras de estar en
el mundo de Tomás Ibáñez es adentrándose, como decía Mercier Vega, en una auténtica
selva de signos de interrogación. Haciéndose preguntas, leyendo y reflexionando, ha ido avanzando hacia un
enfoque minimalista del anarquismo consistente en depurarlo de todos aquellos
elementos que pudieran lastrar su compromiso con la no reproducción de la
dominación.
Fue
Amedeo Bertolo quien afirmo que el anarquismo del siglo XXI era obsoleto, que había que podar sus ramas conservando el
núcleo duro del viejo (porque sin ese núcleo no hay anarquismo) envuelto de una
pulpa de pensamiento y de acción flexible, adaptable, experimentable,
discutible, absolutamente no dogmática, inventando un anarquismo cambiante y
multiforme. Tomás Ibáñez ha colaborado en la poda de ese tronco y basándose en «el
menos es más» plantea reducir al anarquismo a sus rasgos más básicos, aunque
eso suponga algo tan arriesgado como privarle de lo que ha constituido su
atractivo y su riqueza y que confieso, a mí me incomoda.
¿Qué ramas quiere podar el autor en su
propuesta de anarquismo no fundacional? En palabras suyas, aquellas
imperfecciones capaces de suscitar deseos que conllevan trazas de dominación:
expulsar las utopías, el sueño de una sociedad libertaria, la ilusión de
multitudes en las organizaciones libertarias, la fraternidad de una identidad
común, erradicar el poder, etc. Sin embargo, la necesidad de cambio es
impotente sin deseo de cambio. Las imperfecciones son claves para prestar
atención a las posiciones de deseo, los cambios de ánimo, los estados anímicos.
El capitalismo lo sabe muy bien cuando fabrica a un ser humano con vínculos con
los demás y con el mundo, por lo que podemos considerarlo como un capitalismo
existencial que produce formas de vida deseables.
Pero Tomás Ibáñez tiene razones de peso
cuando propone un anarquismo no fundacional y nos centraremos en ellas. No
quiero alargarme en exceso en esta reseña, tiempo habrá para debatir, resolver
dudas, incluso hacer propuestas que arropen el minimalismo de este anarquismo.
Los puntos 1 y 2 los voy a pasar casi por alto porque son puntos que tienen
importancia, pero son periféricos y me centraré en los puntos 3 y 4 que es
donde establece el autor las condiciones de posibilidad de la emergencia de
este anarquismo no fundacional en las esferas simbólica y material.
Antes que nada, quiero señalar la
capacidad de Tomás Ibáñez sintetizando
su planteamiento y hacerlo accesible a cualquier persona que desee (de nuevo
los deseos) leerlo con calma y meditar sus propuestas (el libro tiene 106
páginas más la bibliografía).
Los puntos 1 y 2 los dedica a clarificar
las características de la etapa de formación del anarquismo refiriéndose a las
condiciones históricas en las que nace y se desarrolla (aproximadamente, desde finales
del siglo XVIII hasta mediados del siglo XX). El autor demuestra cómo el anarquismo
quedó impregnado por postulados ideológicos que
conformaron la ideología de la Modernidad. Son justamente los cambios que
se producen a partir de la segunda mitad del siglo XX (punto 2) lo que provoca
el agotamiento de la onda expansiva de la Revolución Francesa y la extinción
del llamado «siglo obrero», con una nueva vuelta de tuerca en lo que va del
siglo XXI en la que el proletariado tiene menos relevancia transformadora y el
anarquismo pierde su base obrera.
El acierto de las críticas a la
Modernidad desde el postestructuralismo las agrupa el autor en tres grandes
bloques: en el primero, los valores relacionados con la centralidad del sujeto,
la perspectiva de la emancipación, la naturaleza humana, los procesos de
subjetivación y el esencialismo. El segundo bloque se centra en la crítica de
la perspectiva totalizante que subyace en el concepto de revolución. Y, por
último, la crítica a la esencialización del poder.
Centrándonos ya en el punto 3:
«Aproximaciones al concepto de anarquismo no fundacional» (esfera simbólica) y
4: «La inserción del anarquismo no fundacional en la sociedad del siglo XXI»
(esfera material), el autor señala que este anarquismo está en fase de
gestación, es «uno de los muchos riachuelos de donde puede beber el pensamiento
anarquista». Con este matiz importante, veamos cuál es la propuesta.
En primer lugar, el autor se centra en
clarificar en qué consisten las «fundaciones», de dónde provienen y cuáles son
sus efectos. Para ello parte del concepto de arkhé que el anarquismo
político contempló como poder, pero que tenía otra cara que ignoró y que hace
referencia al principio fundacional del mundo cuyo origen se sitúa en Grecia
que estableció, sobre todo con Aristóteles, la necesidad de referir el mundo a
un principio primero que permitiese entender su constitución. Ese principio
instaura de facto una cadena de mando, una jerarquía sin la cual
imperaría el desorden o anarkhé (anarquía). Al ignorar este segundo
aspecto el anarquismo político sustituyó el principio soberano por el principio
de razón, dejando intacta la exigencia de que siempre debe haber un principio
rector. No alteró, por tanto, la lógica propia del arkhé y se limitó a
sustituir un principio por otro que consideró más adecuado.
¿Qué sentido puede tener un anarquismo
carente de fundaciones y de principios que lo guíen?, se pregunta el autor.
Para ello se adentra en dos aspectos muy relevantes: el concepto del a
priori práctico a partir del cual afirma la importancia de la práctica
sobre la teoría y el énfasis puesto sobre la resistencia frente a cualquier
forma de poder. El anarquismo debería ser incompatible con cualquier
participación en lo que representa su antítesis, es decir, constituirse a sí
mismo como una modalidad de poder opuesta al poder vigente.
Si se arranca desde las prácticas de las
luchas para extraer principios y concepciones teóricas (que el autor no niega
que puedan intervenir en las prácticas), estas están desprovistas de los
principios primeros porque no se aplican desde fuera de las prácticas, sino que
nacen de forma contingente en su seno. Si el anarquismo rehúye constituirse
como una modalidad de poder, promoverá la condición de ingobernabilidad y de
mantener la resistencia en el seno de cualquier modelo de sociedad impulsando
una ética de la revuelta más que una épica de la revolución.
Algo que me inquieta sobremanera es que
parece que los análisis y planteamientos suelen corresponder con las
características materiales y culturales de la sociedad en la que vivimos. Por
un lado, parece lógico que así sea, pero, por otro lado, ¿podemos escapar a
quedar impregnadas de los postulados ideológicos que conforman la ideología del
poder de la sociedad en la que vivimos? He aquí la selva
de signos de interrogación en la que nos
adentramos de la mano del autor.
En el punto 4, la esfera
material, Tomás Ibáñez se pregunta por el «ser de la técnica», por la propia
naturaleza de la técnica que busca asegurar al ser humano el pleno dominio de
su entorno. El problema no está tanto en las técnicas concretas sino en el tipo
de relación entre el hombre y el mundo instaurada por la esencia de la técnica.
El «ser de la técnica» encuentra el terreno más favorable en el capitalismo,
por lo que debilitar a este es debilitar el «ser de la técnica». Una de las
formas más eficaces de debilitar al capitalismo es renunciar al modo de vida
que nos ofrece viviendo de otra forma, dejando de desear (de nuevo el deseo) lo
que nos ofrece, algo que se va complicando cada vez más.
Aun cuando los artefactos
técnicos sumados al «ser de la técnica» desestabilizan y quiebran las
fundaciones, la informatización del mundo está creando las condiciones para un
totalitarismo de nuevo tipo temible por su capacidad de control que se pueden completar
con técnicas de intervención respecto a transgresiones y disfuncionamientos.
Esto hace cada vez más difícil el enfrentamiento con el Estado que acostumbra
además a contar con la aceptación social. Un ejemplo a tener en cuenta es el
paradigma de la prevención basada en los riesgos globales o locales que
implican la vigilancia permanente y la intervención preventiva [iba leyendo y
pensando que en el punitivismo asimilado por una parte importante de los
feminismos hay algo de este trasfondo ideológico].
¿Hay cierta posibilidad
de oponerle resistencia a este nuevo totalitarismo, que me atrevo a afirmar no
es un proyecto exclusivo de la derecha sino también de la izquierda
institucional? ¿Hay posibilidades de ser ingobernables, de no hacer lo que el
poder quiere que se haga? ¿Podemos inmunizarnos contra los discursos del poder
y distanciarnos de su lógica? Y de nuevo la selva de signos de interrogación.
La respuesta solo puede
emerger de las propias prácticas de resistencia, nunca de una teoría que nos
indique cómo resistir. No hay más fórmula que las prácticas de lucha y las
formas de vivir diferentes, solo de ahí saldrán nuevas formas de resistencia.
Para concluir, el autor
en el Epílogo trata de deshacer entuertos que quizás no quedan claros en el
desarrollo del libro. Interesantes entuertos que he pensado leyendo el libro y
que son elementos de debate para quienes quieran adentrarse en el anarquismo no
fundacional. Tras el Epílogo, una Adenda que más que apéndice me parece una
buena síntesis de lo tratado en el libro.
Y no me queda más que recomendaros la lectura del libro de Tomás
Ibáñez si deseáis adentraros en una
selva de signos de
interrogación, en una propuesta innovadora
para concebir «una manera de estar en el mundo» frente a la manera
que nos cautiva del capitalismo del siglo XXI, acompañado por el nuevo
totalitarismo, que ni siquiera nos deja desobedecer porque no requiere la
obediencia para realizar sus designios.
Laura
Vicente