lunes, 3 de enero de 2022

LOUISE MICHEL, LA COMUNA «EN FEMENINO» Y SU INCIPIENTE FEMINISMO

 


La conmemoración del 150 aniversario de la Comuna de París trae a la memoria, en el recién acabado pandémico 2021, el protagonismo de las mujeres parisinas que quedaron reducidas a simples petroleras que, enloquecidas, se dedicaron a la quema de edificios. Nunca se comprobó su existencia siendo considerado como una leyenda para perseguir a las mujeres más activas y que costó la vida a cientos de ellas. Entre estas mujeres activas queremos destacar a Louise Michel, una mujer fundamental en la genealogía anarquista y feminista.

 


1)     1) Louise Michel

Resulta difícil sintetizar todo su perfil biográfico, así que nos centraremos en algunos aspectos relevantes de su trayectoria vital para poder recalar en su papel en la Comuna de París. Este acontecimiento fue clave en su vida, razón por la cual le dedicó un libro que resulta interesante leer[1] para acercarnos a su manera de entender la Comuna.

Louise Michel nació el 29 de mayo de 1830 en Vroncourt-la-Côte (Francia). Hija natural de una sirvienta, Marianne Michel, y del propietario del castillo de Vroncourt, Etienne-Charles Demahis. Se crio en el propio castillo y recibió una educación volteriana y republicana, aficionándose al piano y a la lectura. Esta formación explica su amor por la enseñanza, la literatura y la poesía.

Tras la muerte de su padre tuvo que abandonar Vroncourt y marchó en 1850 a Chaumont para obtener un diploma de maestra, comenzando a trabajar en escuelas libres en diversas poblaciones francesas a partir de 1853 (se negó a hacer el juramento a Napoleón III y no pudo acceder a la enseñanza pública).

En 1856 marchó a París ampliando sus horizontes vitales, profesionales e ideológicos. Trabajó en una escuela en la que desarrolló una pedagogía racionalista y en su tiempo libre pudo escribir y empezar a publicar. Entró en contacto con los ambientes radicales parisinos y empezó a colaborar en la prensa obrera. Su ideología basada en planteamientos republicanos y en la empatía hacia la población más empobrecida, especialmente mujeres, la condujo a formar parte de asociaciones de ayuda a mujeres trabajadoras.

Participó en la creación de la Liga en favor de los derechos de las mujeres que se fundó en casa de André Léo y que contó con la familia Reclus, Maria Deraismes, Pule Mink y Julie Toussaint. Esta asociación llegó a tener 200 socias y contó con el apoyo de algunos hombres, entre ellos los hermanos Reclus. De las dieciocho mujeres que rubricaron el manifiesto programático, ocho eran obreras de la cooperativa textil, La Reivindicación. En su manifiesto se propugnaba la libertad religiosa, civil, política y moral, la igualdad legal del trabajo y del matrimonio, brindando por «el socialismo y el humanismo universalista»[2].

En estos ambientes entró en contacto con sectores revolucionarios blanquistas[3] en los que conoció, en 1870, a Theophile Ferré, que fue su pareja, y a su hermana Marie. La Internacional obrera y el movimiento librepensador se habían opuesto a la guerra franco-prusiana de ese mismo año, pero cuando París quedó sitiada en invierno Louise Michel, André Léo y otras mujeres se concentraron a las puertas del Ayuntamiento pidiendo armas para defenderse de las tropas prusianas. Estas mujeres viendo el panorama de hambre y miseria en sus barrios, se volcaron en organizar comedores populares, ambulancias y comités de barrio para el socorro de los más vulnerables[4]. Las mujeres como solucionadoras de problemas.

La participación de las mujeres en la Comuna, y la de Louise Michel en particular, fue muy destacada y por ese motivo, le dedicaremos más atención tras sintetizar su biografía.

En la represión sangrienta que acabó con la Comuna[5], 7.500 personas fueron deportadas. Entre estas últimas estuvo Louise Michel, deportada a Nueva Caledonia. Su experiencia en la Comuna y la influencia de Nathalie Lemel, también deportada, la condujeron a las ideas anarquistas.

En 1880 fue amnistiada, regresó a París después de casi diez años de ausencia. Se dedicó a pronunciar conferencias en clubes revolucionarios por todo el país, en defensa de la Comuna. Fue encarcelada en varias ocasiones y sufrió varios atentados. En 1890 participó en una revuelta anarquista en Vienne y fue detenida una vez más; puesta en libertad quisieron declararla loca para encerrarla en un internado. Es muy frecuente la psicotización constante de las mujeres; la locura, considerada detestable e indigna, era utilizada para desacreditarlas, castigarlas, vigilarlas y aislarlas.

Marchó a Londres en julio de 1890 y siguió con su labor propagandista además de enseñar en una escuela a los hijos/as de los exiliados/as. Allí conoció a Charlotte Vauvelle, hija de un pastelero anarquista (pertenecía a una familia de cinco hermanos/as) cuya familia se había exiliado como ella (también en Londres y en 1890). Ambas compartieron alojamiento en Londres entre 1891 y 1895.

 En 1895 regresó a París con Charlotte Vauvelle para editar con Sébastien Faure el periódico Libertaire (Libertario), vivieron juntas hasta su muerte en 1905. Vauvelle   participó en sus giras de conferencias por Francia y el extranjero y fue una compañera infinitamente devota de Louise, la organizadora del presupuesto y la «guardiana» de sus relaciones. Ella hacía las «entradas» en las conferencias de Michel, según André Lorulot. Las dos fueron iniciadas en la masonería el 13 de julio de 1904 en Marsella. Hasta su muerte, publicó artículos, dio conferencias y siguió realizando giras por distintas ciudades francesas y algunos países europeos.  

En junio de 1904, en una carta a Jean Grave, Louise Michel mencionó su mala salud y habló de congestión pulmonar. Murió en Marsella el 9 de enero de 1905. Charlotte Vauvelle, «mi compañera de 15 años», dice Louise, fue su albacea.

Su obra literaria cuenta con varias novelas, poemas, leyendas y cuentos, algunos para niños/as; escribió pocos ensayos teóricos y es recordada principalmente por su activismo. Su novela La miseria anticipó la crisis social de los suburbios de las grandes urbes francesas, a principios del siglo XXI. En reconocimiento a su labor docente, con frecuencia se pone su nombre a escuelas primarias y secundarias en muchas ciudades francesas.




2)     La Comuna «en femenino» (18 de marzo-27 de mayo de 1871)

En la noche y amanecer del 18 de marzo fueron los comités locales y los jefes de batallón de los distritos los primeros en organizar la resistencia contra las tropas del Gobierno republicano de Thiers, mientras el Comité Central no daba señales de vida. En estos comités las mujeres tuvieron gran protagonismo.

En Montmartre, uno de los barrios más activos durante la Comuna, las mujeres que acostumbraban a levantarse pronto para ir a buscar la leche avisaron a los hombres de lo que estaba ocurriendo y, poco a poco, se convirtieron en una marea humana en la que predominaban ellas. En la Plaza Pigalle se incorporó a la revuelta un nuevo elemento: el lumpenproletariado, formado por proxenetas, malhechores, trabajadores precarios que hacían «chapuzas» y prostitutas[6]. Fueron también mujeres las que por la mañana (18 de marzo) plantaron cara a las tropas taponando las calles y mezclándose con los soldados, a los que pedían que confraternizaran con la ciudadanía.

La jornada del 18 de marzo comenzó, por tanto, con la acción colectiva y anónima de las masas parisinas y entre ellas había una multitud de mujeres. Se fue formando comunidad, comunión entre los sectores populares[7]. Louise Michel y otras muchas mujeres pelearon como simples soldados (Michel en el batallón núm. 61 de Montmartre) vistiendo, como Guardia Nacional, ropa, masculina. Las ambulancieras y camilleras que atendían a los heridos crearon sus propios batallones de apoyo a quienes combatían y se las distinguía por su atuendo: pantalones o sayas acortadas, cinturón rojo en la cintura con un fusil Chassepot, una espada y una cartuchera[8].

A estas mujeres se las empezó a denominar «incendiarias» y «petroleras» porque en algunas calles se habían prendido teas o botellas con petróleo, parafina y líquidos inflamables para defenderse de las tropas enemigas. La literatura reaccionaria acusó a estas mujeres de agresivas y enloquecidas, pero la realidad fue que cundió la alarma cuando, tras suplicar a la tropa que no obedeciera a los jefes y que no dispararan contra el pueblo, criticaron abiertamente a los oficiales y los soldados empezaron a escucharlas.

En todos los distritos se habían formado comités de defensa cuyos delegados integraron el primer Comité Central, el de la Delegación de los Veinte Distritos. De ahí se pasó a la organización de la propia Guardia Nacional. Por tanto, enseguida se afianzó la tendencia a «estructurar» los movimientos locales y espontáneos por medio de comités centrales (de hecho, se multiplicaron). La palabra «central» lo que ponía de manifiesto era la necesidad de unidad ya que todas estas organizaciones se construyeron siguiendo el principio federativo.

La Jornada del 18 de marzo provocó ocho días después las elecciones (26 marzo) y la proclamación de la Comuna (28 de marzo) que actuó como un poder político. Pero había mucho más, en esos momentos se percibía que los sublevados/as tenían la impresión de haberse convertido en dueños de su propia historia, no tanto al nivel de las decisiones políticas «gubernamentales» sino en su vida cotidiana. La apropiación social del espacio, la ciudad de París, y la transformación de la vida cotidiana que conllevaba era la forma extrema de un conflicto político recurrente entre legalidad y legitimidad[9].

Dice Henri Lefebvre que en la Comuna había una voluntad fundamental, la de cambiar el mundo y la vida tal y como eran; una espontaneidad que albergaba la forma de pensamiento más elevada, un proyecto revolucionario total. Una apuesta vital y absoluta por lo posible y lo imposible[10].

Según este historiador se produjo una desestructuración que afectó de arriba a abajo a la sociedad existente y que coincidió con una nueva reestructuración de abajo a arriba cuyas bases y cuyos puntos de partida fueron la vida en los barrios, en los clubs y más aún en los batallones y las legiones de la Guardia Nacional y, en definitiva, la voluntad general de acción y de lucha que cimentaba, en el seno mismo de la desintegración de las formas y estructuras habituales, la existencia de la comunidad[11].

Quizás por esa existencia de la comunidad, París no quedó enclaustrada, al contrario, tenía una vida social intensa, con una efervescencia espontánea que tendía con toda naturalidad a volverse política. Las barreras y la separación habituales entre la vida privada y la vida social, entre la calle y la casa, entre la vida cotidiana y la vida política saltaron por los aires. Las mujeres empujaron a los hombres a la batalla en lugar de retenerlos; hombres y mujeres unidos en estas circunstancias actuaron y tomaron las riendas de sus asuntos. Estas formas se proyectaron en los clubs; los clubs vertían a la masa la semilla y los fermentos. Los comités se materializaron sobre esta base social: la efervescencia espontánea[12].

En la Comuna se usaron viejos símbolos como el gallo galo en la bandera roja (el color de París y de la Revolución), pero se puede constatar en la imaginería popular, como en las canciones y los poemas, que todo el simbolismo se toma de la feminidad. Se recurrió a alegorías femeninas: bellas y fuertes mujeres plenamente desarrolladas, con abundantes pechos, a menudo al descubierto, para simbolizar, según el contexto o las palabras que la acompañaban, la Libertad, la Patria, la República, París, la Revolución o la propia Comuna. Las mujeres hermosas y fuertes suscitaban deseo e indicaba la maternidad, pero la imagen no significaba que se llevara a cabo la liberación de las mujeres. El simbolismo femenino indicaba la aspiración de las mujeres a la vida social y a la libertad, más que el hecho de que se hubiera logrado. En los días de la Comuna, veremos a las mujeres invadir las calles, desarmar a los soldados del ejército regular, combatir a las tropas republicanas y tratar así de lograr en la practica una realidad que el simbolismo no conseguía conferirles[13].

El 10 de abril de 1871 las mujeres de París se organizaron a instancias de Louise Michel y de Élisabeth Dmitrieff, esta última enviada por K. Marx a París como representante del Consejo General de la Internacional. Se crearon comités locales, se colocaron carteles con un llamamiento a la lucha (con fecha 8 de abril): «Ciudadanos, el desafío está sobre la mesa: hay que vencer o morir». André Léo, amiga de Michel, y Benoît Malon, publicaron un manifiesto apelando a los trabajadores del campo para que apoyaran la Comuna. Su programa reclamaba la igualdad de remuneración entre hombres y mujeres, exigían un cambio en la educación en las escuelas de niñas, reclamaban guarderías y ayudas a las madres solteras para evitar la prostitución. Establecieron la autogestión en el trabajo, el reconocimiento de las uniones libres, el divorcio, el rechazo a llamar a los hijos «ilegítimos», la separación de la Iglesia y el Estado en la enseñanza y los hospitales[14].

El 11 de abril en sesión pública se creó la Unión de Mujeres para la Defensa de París y la Ayuda a los Heridos[15], cuyo Consejo Provisional estuvo formado por siete obreras, en esta sesión se aprobaron sus estatutos. La Unión pretendía movilizar a las mujeres de París para defender la Comuna, cuidar a los heridos, abastecer a los combatientes, etc.

El 6 de mayo, la Unión de Mujeres publicaron un manifiesto animando a la resistencia porque «Hoy la conciliación sería una traición. Supondría renegar de todas las aspiraciones obreras». Ellas animaban a resistir y a seguir luchando, pero la Comuna prácticamente había dejado de existir[16].

Con la derrota, el pueblo, y mucho más las mujeres, fue arrojado de nuevo a la nada y al silencio. La represión fue muy dura tanto para hombres como para mujeres. Aunque las mujeres se beneficiaron más de los sobreseimientos de las causas, entre las personas condenadas, las mujeres tuvieron sentencias más duras: el 13% de las mujeres condenadas lo fueron a muerte, frente al 0,9% de los hombres; el 13% fueron condenadas a trabajos forzados y otro 13% a la deportación, mientras que esas cifras son del 2,3% y el 11% para los hombres. Y es que las mujeres lo transgredieron todo, transgredían el orden de los sexos saliéndose del lugar reservado para ellas y entrando en política por la vía revolucionaria[17].

La importancia de la Comuna ha sido innegable, veamos algunos aspectos destacados:

1º La sublevación del 18 de marzo y los días posteriores fueron la apertura sin límites al futuro y a lo posible, sin reparar en obstáculos ni imposibilidades que pudiesen bloquear el camino. Hubo una espontaneidad de base que cribaba los elementos que llevaban siglos sedimentándose: el Estado, la burocracia, las instituciones, la cultura muerta. Ante esos elementos negativos creadores de la sociedad existente, la práctica social pretendió ser libre y se liberó, desprendiéndose de los pesos que la lastraban. En un instante, se transformó en comunidad, en una comunión en el seno de la cual el trabajo, la alegría, el placer y la satisfacción de necesidades no se separaban.

2º Dejó de existir la función política como función especializada. La Comuna puso lo social y a la sociedad por encima de lo político. La cotidianidad se transformó en una fiesta porque existió la voluntad entre los sublevados/as de convertirse en dueños de su propia vida y de su historia; no solo en lo relativo a las decisiones públicas, sino también en su existencia. Las mujeres fueron protagonistas de la vida pública, hicieron manifiestos, se organizaron en clubs, lucharon con las armas y murieron en los enfrentamientos callejeros. Esa utopía entró durante unos cuantos días en el terreno de los hechos y de la vida. La Comuna, por este motivo, se confunde con la idea misma de revolución, entendida no como una idea abstracta, sino como la idea concreta de la libertad. Las masas parisinas, al aparecer, al invadir las calles, ampliaron el horizonte. La Comuna anticipó en acto, lo posible y lo imposible[18].

3º Durante la sublevación del 18 de marzo y hasta que la Comuna acabó, los héroes y heroínas fueron colectivos. La Comuna no tuvo grandes líderes, eran hombres y mujeres de barrio, conocidos, estimados y respetados por sus vecinos/as. Se hicieron cargo de los grandes organismos públicos personas que simplemente contaban con sentido común y con la experiencia de la vida, por eso no nos encontramos en el plano de las ideologías elaboradas, sino en el plano de una conciencia social insertada directamente en la práctica[19].

4º La Comuna fue el gran intento de destruir el poder jerarquizado, fue la práctica subversiva que exponía el mundo existente para destruirlo y sustituirlo por otro, por un mundo nuevo, tangible, sensible y transparente[20].

 

3)     Su feminismo

Desde 1860 el feminismo organizado se había extendido en París y nacieron los Comités de Mujeres y entre las mujeres que se integraron en ellos estuvo la treintañera Louise Michel. Casi todas procedían de la burguesía (la situación de Michel ya sabemos que era especial), pero habían abandonado su clase para permanecer libres y militar por la liberación de las mujeres. Muchas trabajaban de institutrices, maestras (como ella misma), encuadernadoras, etc. Dedicaban la noche a reuniones, conferencias y a la creación de comités.

Antes de la Comuna, el feminismo de Louise Michel se inscribía en el conjunto de su lucha a favor de la libertad y la igualdad, no solamente de género, sino social y política. Podríamos denominarlo feminismo republicano y librepensador. Estas feministas se adhirieron a la Comuna porque la mayoría de ellas nada tenía que perder y sí algo que ganar. Su condición queda magistralmente descrita por Víctor Hugo:

El hombre puso todos los deberes del lado de la mujer y todos los derechos del suyo, cargando de manera desigual los dos platillos de la balanza… Esta menor, según la ley, esta esclava, según la realidad, es la mujer.

En su libro sobre la Comuna, Louise Michel escribió un capítulo titulado: «Las mujeres del 70»[21] al que vamos a dedicar atención por su interés respecto a su concepción feminista. En este texto afirmaba que «a las mujeres les gustan las revueltas. No valemos más que los hombres, pero el poder no nos ha corrompido aún». Con estas palabras enunciaba algo importante y que ha sido una constante en el posterior feminismo: las revueltas en las que pensaban las mujeres no presuponían la toma del poder, ni eran revueltas modelizadas en las que se debía dar cumplimiento a un movimiento histórico conducido hacia un objetivo final previamente diseñado. Esa concepción de las revueltas y de la revolución implicaba la existencia de un plan que trazaba una línea política para conseguir el modelo al que se aspiraba (Utopía) poniendo el foco en aquello que respondía a esta concepción lineal de la revolución y de aquellos acontecimientos que reflejaban el plan previamente fijado. Es un tipo de revolución protagonizada mayoritariamente por los hombres.

La «revolución en femenino» no se centraba tanto en la transformación económico-social o política, sino que se planteaba como mutación cultural que implicaba un cambio vital, una revolución de la existencia. Efectivamente, la revuelta de las mujeres en la Comuna fue una revuelta de mujeres fuertemente arraigadas a la realidad y con poca ideología (más propia de la revolución modelizada), una revuelta de la vida y desde la vida, de ahí la enorme trascendencia subversiva de sus empeños. Con sus actuaciones quisieron redefinir la realidad, más que cambiarla de raíz, por eso se dedicaron a gestionar la vida y a ser solucionadoras de problemas y preservadoras de la vida en el cotidiano.

Se ocuparon de organizar sociedades de socorro a las víctimas de la guerra[22], dice L. Michel: «se socorrió (…) con el fin de aliviar un poco todos los sufrimientos, y con ello alentar (…) el compromiso de no rendirse». Como sabemos montaron hospitales de campaña, ambulancias, recaudaron fondos para dotarlos de todo lo necesario, formaron parte de los comités de vigilancia, de los talleres de las alcaldías e, incluso, de la Defensa Nacional. Organizaron la «marmita revolucionaria» durante todo el asedio para evitar que la gente muriese de hambre, se ocuparon de las personas indigentes, de los orfelinatos, de los asilos y trataron de solucionar un sinfín de problemas cotidianos, por eso Ana Muiña afirma que fueron «las cuidadoras del pueblo en armas»[23].

Su revolución de la vida buscaba una transformación de largo recorrido para cambiar las formas de vida, las relaciones personales y de pareja (la petición del reconocimiento de las uniones libres, el divorcio o el rechazo a llamar a los hijos «ilegítimos» iban en esta dirección), el trabajo (el mismo salario que los hombres y la reclamación de guarderías) y otros aspectos, como las ayudas a las madres solteras para evitar la prostitución, que cuestionaban la dominación patriarcal. Fuera de grandes proyectos las comuneras se centraron en solucionar problemas: las «mujeres no se preguntaban si una cosa era posible, sino si era útil, y entonces lograban llevarla a cabo». Un programa sencillo, poco heroico, pragmático…, una auténtica revuelta contra la realidad.

Pese a las aportaciones de las mujeres, las comuneras no tuvieron acceso al Comité Central, a la Comisión Ejecutiva, ni al Comité de Salud Pública; el general comunero Dombrowski rechazó la participación de las mujeres en el frente. Ellas estaban haciendo política, estaban armadas y combatiendo, estaban en las barricadas combatiendo a los versalleses, cuidaban y gestionaban la vida de los y las comuneras, pero la mayoría de los revolucionarios no las querían como sujetos activos y autónomos en la revuelta.

 

Tras la Comuna, con todo este bagaje de experiencia y conocimiento práctico de la revolución, se declaró anarquista. Su incipiente feminismo anarquista se aprecia en:

1.     Las formas organizativas horizontales y anti jerárquicas que defendió.

2.     La interseccionalidad de la emancipación femenina y la emancipación de clase, llegando a ambas desde la experiencia vivida más que desde la teoría. Michel insistió siempre sobre el hecho de que la Revolución no se podía hacer sin las mujeres, pero también que la emancipación de las mujeres no podía hacerse sin Revolución.

3.     La defensa de la libertad personal y social y su afán de autonomía que se manifestaron en la práctica del amor libre y en el hecho de que su última compañera fuera una mujer.

4.     Cuestionó los antagonismos entre los sexos por ser una de las bases del poder de las clases dominantes.

5.     Quiso ser tratada siempre en igualdad de condiciones a sus compañeros, despreciaba profundamente los pocos privilegios que le otorgaba su condición de mujer. Esa fue la razón de ser de su famosa intervención ante el consejo de Guerra tras los sucesos de la Comuna:

Pertenezco enteramente a la revolución social y declaro asumir la responsabilidad de mis actos. Lo que reclamo de vosotros… que os pretendéis jueces… es el campo de Satory donde ya han caído mis hermanos. Puesto que, al parecer, todo corazón que lucha por la libertad no tiene derecho más que a un poco de plomo, yo reclamo mi parte. Si me dejáis con vida, no cesaré de gritar venganza. Interrumpida por el presidente, Luisa Michel replica: Si no sois unos cobardes, matadme.

6.     Rechazó la intervención en política y consideró importante que el hombre no fuera el propietario de la mujer[24].

Para concluir, el espacio anarquista y libertario tenía rituales de afirmación colectiva entre los que destacaba la participaban en la celebración de conmemoraciones, actos de homenaje y de confraternización marcados por un calendario laico propio que recordaba a los apóstoles de la Idea, a sus mártires, sus santos laicos, sus sabios, artistas y científicos. Una de estas conmemoraciones fija fue el 18 de marzo (Comuna de París).

La Comuna fue un legado que se expandió como polvo de estrellas dándose a conocer y generando posibilidades para que otras mujeres, en otros países, construyeran un feminismo vinculado al anarquismo. Un feminismo que ni siquiera reclamaba el término desconfiando de su apariencia de orden, de clase media, de mujeres blancas leídas que buscaban su espacio en la sociedad en la que habían nacido. Ahí no cabía un feminismo proletario, de obreras analfabetas, de mujeres autodidactas, de rebeldes fabriles, de activistas defensoras del amor libre, de mujeres agnósticas y ateas.

La Comuna y Louise Michel, un acontecimiento y una discreta protagonista entre otras muchas mujeres y hombres de los sectores populares que vivía en un barrio de París. Ese ha sido el punto de partida para indagar una genealogía alimentada por otros acontecimientos y otras mujeres.

 



[1] Louise Michel (2016, 2ª edición): La Comuna de París. Historia y recuerdos. Madrid/La Laguna, La Malatesta/Tierra de Fuego.

[2] Ana Muiña (2021): André Léo. Del socialismo utópico a la Comuna de París. Madrid, La Linterna Sorda, p. 48.

[3] El blanquismo fue un movimiento doctrinario y activista a favor de la república y con planteamientos comunistas, tuvo influencia sobre todo en medios estudiantiles e intelectuales. Se caracterizó por su férrea disciplina combativa revolucionaria. Debe su nombre al activista político revolucionario Louis Auguste Blanqui.

[4] Ana Muiña: 2021, p. 52.

[5] Murieron alrededor de 20.000 personas, 44.000 fueron detenidas, de las cuales 23 fueron condenadas a muerte

 

[6]Henri Lefebvre: 2021, p. 281.

[7] Henri Lefebvre (2021): La proclamación de la Comuna. 26 de marzo de 1871. Pamplona, Katakrak, pp. 267 y 269.

[8] Ana Muiña: 2021, p. 54.

[9] Henri Lefebvre: 2021, pp. 15-16.

[10] Henri Lefebvre: 2021, p. 37.

[11] Henri Lefebvre: 2021, p. 201.

[12] Henri Lefebvre: 2021, p. 203.

[13] Henri Lefebvre: 2021, pp. 149-150.

[14] Ana Muiña, “Las ‘communardes’, esas desconocidas que defendieron la Comuna hasta morir”. Rev. Trasversales, 56, septiembre 2021, p. 24.

[15] Ana Muiña señala en su libro que esta organización se creó en marzo y que estuvo formada por 311 revolucionarias entre quienes estaban André Léo, Noémi Reclus, Elisabeth Dmitrieff, Nathalie Lemel, Maria Verdure y Ana Sapia (p. 53).

[16] Henri Lefebvre: 2021, p. 409.

[17] Yohann Emmanuel entrevista a Mathilde Larrère, “Las mujeres y la Comuna”, Rev. Trasversales, 56, septiembre 2021, p.30.

[18] Henri Lefebvre: 2021, pp. 417-418.

[19] Henri Lefebvre: 2021, pp. 145 y 420.

[20] Henri Lefebvre: 2021, pp. 423-424.

[21] Louise Michel, La Comuna de París, se trata del capítulo 9, pp. 117-120. Todos los fragmentos entrecomillados están extraídos de este capítulo.

[22] Se formó la Unión de Mujeres para la Defensa de París y la Ayuda a los Heridos, cuyo Consejo Provisional estuvo formado por siete obreras.

[23] Ana Muiña: 2021, p. 54.

[24] Paule Lejeune (2002): Louise Michel. L’indomptable. París, L’Harmattan, p. 288.

2 comentarios:

  1. Interesante texto y se agradece que saques a la luz una mujer casi desconocida.
    La Comuna fue un movimiento sugerente, pero como todos los movimientos sociales más o menos espontáneos pecó de exceso de improvisación y de entusiasmo. Al menos supuso una reafirmación de una sociedad igualitaria no segmentada por clases o identidades.
    Un abrazo. Feliz Año Nuevo aunque estemos a 9

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    1. La espontaneidad, frente a la planificación y programación revolucionaria, es lo que tiene, que es improvisada y plena de vida y de entusiasmo. Es en lo único que confío.

      No estaba segmentada pero las mujeres estaban marginadas pese a su presencia muy activa en la revolución. En el pasado no había segmentación porque simplemente se consideraba que había un sujeto importante (la clase obrera) y el resto era secundario y prescindible. No añoro esa falsa unidad en torno a un solo sujeto entendido como universal cuando no lo es.

      Abrazos y buen año.

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