« (…) los movimientos no se reducen a pedir cosas, sino que son también instancias creadoras de nueva realidad, nuevos valores, nuevas relaciones sociales, nueva humanidad (…)»
Amador
Fernández-Savater, Habitar y gobernar, p.
95
Esta
es una reflexión que quiere plantear un esbozo de otras maneras de entender la
lucha, la protesta, la resistencia, partiendo de la propia potencia de la lucha
cuando estalle. Potencia que no nacerá libertaria, ni armoniosa, ni mucho menos coherente. Pese a
ello, debemos estar ahí, en ese espacio de creación de posibilidades, sin estar
seguras de cómo se desarrollará, interviniendo desde la incertidumbre de los
acontecimientos, desde «la potencia de las situaciones, aquí y ahora»[1]
Estamos en un momento de cambio cultural o de paradigma, en un momento de transición
entre la modernidad (industrialización, mercantilización, racionalización
de la economía y la sociedad, democracia) y la postmodernidad (tecnologías de la inteligencia y sus
consecuencias en la producción, la dispersión de las unidades de producción, la
fragmentación del proceso de producción y
la gestión de manera descentralizada de enormes conglomerados de
producción y de distribución). Este cambio de paradigma que se viene
produciendo desde mediados del s. XX tiene efectos sobre la industrialización,
sobre el sindicalismo, sobre la relación con el conocimiento, sobre el trabajo
como factor de rentabilidad económica, etc.[2].
La pandemia
del Covid lo está acelerando y está haciendo
más fácil su aceptación entre la población condicionada por el miedo:
precarización galopante, teletrabajo, biopolítica[3] con
sus mecanismos reguladores y sus dispositivos de
seguridad[4],
sus restricciones de libertades, etc.
El panorama económico-social, aquí y ahora, es desolador allí donde
miremos, sin embargo los responsables políticos hablan poco de estos temas, les
interesan otros. La realidad y los problemas que viven quienes gobiernan y quienes somos gobernados/as
es abismal, la desafección de la gente de la calle es palpable y ellos/ellas
parecen no darse cuenta de nada. Trágico.
El problema social tiene también una dimensión psicológica desconocida y
cuyas dimensiones son difíciles de valorar. Las personas que ya estaban en
tratamiento antes del inicio de la pandemia están sufriendo un impacto
importante que lleva a que los tratamientos que antes funcionaban ahora no lo
hagan. Me pregunto también por el impacto en personas que no estaban en
tratamiento y, según grupos de edad y sexo, ¿cómo les está afectando? Un
campo por explorar que se me escapa por completo. Sí que veo a mi alrededor
pesimismo, cansancio, desesperanza…, la edad, y con ella la vulnerabilidad,
influye mucho. Noto en la gente que me rodea, que esta segunda ola nos pilla
cansadas respecto a la primera, decepcionadas o directamente enfadadas con
quienes llevan los mandos de la pandemia (los gobiernos), con menos miedo e
inocencia puesto que nos ha dado tiempo a evaluar lo sucedido y lo que están
haciendo.
En la cabecera de mi blog, «pensar en el margen»[5],
hay unas palabras de G. Orwell que siempre tengo en cuenta: «Ver lo que se tiene delante exige una
lucha constante». Es difícil ver lo que tenemos delante porque nos cuesta mucho
cuestionar lo que nos parece «natural» y «evidente» dando por sentado que es
así y no puede ser de otra manera. Estamos educados/as para vivir dentro de la
normatividad, apenas somos capaces de
concebir pensamientos y acciones que desmonten el discurso dominante. Y
todo esto sin olvidar la labor de zapa de los «comisarios políticos del
pensamiento» de nuestro propio campo.
La protesta (pensando posibilidades)
Escribía el pasado 23 de octubre, en mi blog,[6]
un texto titulado «La disputa de la calle» en el que planteaba que había que pelear
la calle, el espacio público, a la extrema derecha y añadía que:
«Las
calles no sirven solo para canalizar el descontento y la indignación, las movilizaciones sociales son momentos de
reinvención de estrategias y prácticas políticas para discutir la centralidad
del poder y tensar los límites de la política representativa, horadando y
ampliando el imaginario de lo político».
Una semana después de publicar ese texto, se
produjeron diversos actos de protesta en numerosas ciudades (30/31 Octubre 2020). No soy muy optimista respecto a la posibilidad de que
se produzca un estallido social, pero que algo haya emergido ya me parece
relevante.
Sobre el contenido y los/las protagonistas de estas protestas se han
producido muchas interpretaciones entre las que destaca la opinión de Pablo
Iglesias y otras personas del entorno político (por ejemplo, Xavier Domenech)
que rápidamente las han catalogado como protestas de la extrema derecha.
Efectivamente,
Podemos (y sus diversas variantes por comunidades autónomas) se
ha puesto nervioso, debe ser
difícil aceptar que haya protesta fuera del sistema porque eso evidencia dónde
se ubica esta formación política y cuál es su contribución al Gobierno.
Instalarse en el Gobierno les ha hecho recaer en una vieja terminología (¡que
poco recuerdan del 15 M!) con el uso de adjetivos descriptivos para caracterizar
movimientos que consideran amenazadores para la sociedad y la nación. Esta
adjetivación es crucial en su planteamiento populista: la homogeneización de
movimientos de protesta apunta a la mentalidad maniquea entre amigo y enemigo,
derecha e izquierda (deberían recordar aquel lema del 15 M que la cuestionaba y
que debieron corear: «no hay derecha e izquierda sino arriba y abajo»). Quizás
se han desubicado al ascender hacia arriba…
Me parece que
las protestas del siglo XXI son, y serán, mestizas, es decir, no estarán claramente
definidas ideológicamente (algo de esto ya hubo en los movimientos de 2011, en
el movimiento de los «chalecos amarillos» en Francia, en las movilizaciones en
Hong Kong, etc.). Actuar en alianza, dice J. Butler[7], no
significa actuar en perfecta conformidad, habrá personas que se expresen en
sentidos diferentes e incluso contrapuestos.
Las protestas
serán explosivas, espontáneas, convocadas vía internet por grupos informales,
habrá que ganarlas en la calle, exponiendo el cuerpo porque su base será la
precariedad de los cuerpos (comida, vivienda, sanidad, control y vigilancia,
etc.).
Ganarlas en
la calle significa encaminar la protesta hacia objetivos de justicia social, de
cuestionamiento de la precariedad de los cuerpos para vivir una vida que sea
vivible, de defensa de la libertad cuestionando los dispositivos de control y
vigilancia. Cuando se construya un «nosotros/as» estará representado en la
reunión de cuerpos, en sus gestos y movimientos, en sus manifestaciones y en
sus formas de actuar conjuntamente.
Más que
pensar estrategias de lucha, creo que hay que estar abiertas a reconocer la
potencia de lucha cuando estalle y estar allí con nuestra manera de entender
las cosas y sin dirigir nada sino sumándonos a esa potencia de lucha. Podemos
aportar nuestra manera de hacer las cosas sin dirigismos, siempre
defendiendo la horizontalidad organizativa. Debemos acostumbrarnos a ese sube y
baja de la potencia: hoy no hay nada y mañana, sí, vuelve a bajar la ola y
vuelve a subir.
Las gentes del entorno libertario, los anarquismos, deben preguntarse ¿cómo
organizarse? Y la respuesta es que, para saber cómo organizarse, hay que
saber ¿para qué se quieren organizar? No podemos estar ajenas a las protesta
espontaneas que se puedan producir.
Dice Foucault que allí donde hay poder, hay resistencia[8]. Pero
esos resquicios, esas grietas, esos puntos débiles, esa resistencia, no están
afuera, están dentro del entramado del poder porque este hay que entenderlo
como una relación de fuerzas, como la relación entre una acción y otra acción.
Una acción actuante y una acción que responde. Por eso la potencia de la lucha
es mestiza, lo ha sido siempre aunque en el pasado se construyeran relatos
emancipadores sin fisuras, forma parte de un entramado en el que poder y
resistencia se mezclan, se responden, se contestan con un resultado incierto.
¿Hay colectivos, grupos de afinidad, sindicatos, grupos feministas, etc.
dispuestos a construir líneas de resistencia a medida que se van levantando
líneas de intervención de poder?
Laura Vicente
[1] Amador Fernández-Savater (2020):
Habitar y gobernar. Inspiraciones para
una nueva concepción política. Ned Ediciones, p. 107.
[2] Tomás Ibañez (2001): Municiones para disidentes. Realidad-Verdad-Política. Barcelona, Gedisa, p. pp. 98-101. En este libro se puede encontrar la explicación de este proceso de cambio de paradigma.
[3]
Me gusta esta forma de entender la biopolítica: «(…) poderes que
organizan la vida, o que incluso disponen de las vidas exponiéndolas de manera
diferenciada a la precariedad , lo cual forma parte de una gestión más amplia
de las poblaciones a través de medios gubernamentales y no gubernamentales, y
que establece medidas destinadas a una valoración diferenciada de la vida». En Judith Butler
(2017): Cuerpos aliados y lucha política.
Hacia una teoría performativa de la asamblea. Barcelona, Espasa, p. 198.
[4]
Para este tema de la biopolítica resulta
interesante el libro de Laura Bazzicalupo (2016): Biopolítica.
Un mapa conceptual. España, Melusina.
[5] http://pensarenelmargen.blogspot.com
[6] http://pensarenelmargen.blogspot.com/2020/10/la-disputa-de-la-calle.html
[7] Judith Butler, Cuerpos aliados y lucha política, p.
160.
[8] Tomado de Tomás Ibañez Municiones, p. 135.
HAY INTUICIONES QUE SE PUEDEN DESARROLLAR, DETALLES QUE NOS PERMITEN VER MEJOR LO EVIDENTE, TENGO QUE AGRADECER A DIANA SU CAPACIDAD PARA DETECTAR POTENCIAS EN UN DIÁLOGO FRUCTÍFERO Y LLENO DE ENERGÍAS CONMUTABLES.