domingo, 23 de junio de 2019

UNA VUELTA DE TUERCA AL ESTUDIO DEL EXTERMINIO JUDÍO EN POLONIA



Estamos ante un libro de historia especial [1]. Su contenido lo es: relata cómo fue exterminada la comunidad judía de una población polaca de nombre impronunciable, Jedwabne. La manera de plasmar los resultados de la investigación también es especial: un Índice sencillo que muestra los entresijos del estudio al dar a las fuentes la entidad de capítulo (de hecho dos capítulos), el planteamiento de un capítulo en forma de interrogación («¿Es posible ser a la vez víctima y verdugo?») que se acercan más al ensayo que a la historia o cuestionando la historiografía al uso en Polonia sobre el tema de la comunidad judía polaca.
El libro es breve: 158 páginas que alcanzan las 236 con fotografías, documentos, mapas y notas. En realidad el episodio histórico que relata es breve en el tiempo y localizado en una comunidad pequeña, sin embargo la dimensión de lo que revela es de una gravedad extraordinaria y sus dimensiones son mundiales. Lo sucedido en Jedwabne desvela algo terrorífico: que las diferencias de identidad pueden acabar en graves confrontaciones, en asesinatos colectivos y en exterminio.
El exterminio anida en comunidades que conviven con aparente normalidad, las personas que asesinan son gente corriente, personas normales, son tus vecinos y los míos. No son tropas especiales, ni grupos definidos y encuadrados ideológicamente, no, son gentes que nunca hubieran pensado seguramente en matar al vecino con el que hablaban cada día, con el que se cruzaban camino del mercado, al que le compraban el pan o al que le proporcionaba trabajo.
Jedwabne muestra cómo mil quinientas personas mataron, o vieron como lo hacían otros sin hacer nada, a otras mil quinientas personas en julio de 1941 durante la ocupación alemana. La matanza duró un día, no la hicieron con armas especiales que contuvieran gran capacidad para matar, lo hicieron con «armas» que tenían otros usos en una comunidad rural: palos, navajas, ganchos, hachas y fuego, especialmente, fuego. Los nazis no intervinieron, no ordenaron la matanza, solo la permitieron y la fotografiaron.
Lo único que diferenciaba a las víctimas de los verdugos era que las primeras eran judías y los verdugos, católicos. Todas las personas eran polacas y llevaban conviviendo cientos de años.
Esta localidad polaca quedó en la Alemania comunista durante la posguerra. La interpretación que se dio a los hechos de Jedwabne servían para todo el territorio: fue el nazismo hitleriano el culpable del exterminio, no solo contra personas de religión judía o etnia gitana sino contra la propia población polaca no judía ni gitana. La investigación de Jan T. Gross mostró que en Jedwabne los victimarios eran personas de la propia localidad, eran polacos, eran vecinos de las víctimas.
Solo una familia polaca católica ofreció asilo en su casa a siete vecinos/as judías. Arriesgaron sus vidas y mostraron que era posible pensar y salirse de la corriente mayoritaria que creyó justificado asesinar a sus vecinos. Los colectivos identitarios son capaces de las mayores atrocidades amparados en «sus» razones que creen a pies juntillas, en este caso por pensar que toda la comunidad judía era culpable de las desgracias de la otra parte de la comunidad. Los colectivos identitarios se definen tanto por lo que creen tener en común como por lo que creen que les diferencia de otros colectivos. El antisemitismo llevaba muchos años campando por Europa y justificando pogromos periódicos que causaban el terror entre los colectivos judíos.
La ética es una cualidad individual, los integrantes de la familia Wyrzykowski lo demostró al dar refugio a sus amigos y vecinos, no es una cualidad colectiva como se obstina en defender el nacionalismo de nuestro propio país. No hay naciones buenas y malas, no hay territorios superiores éticamente o víctimas de la historia. El libro de Gross demuestra que hay personas que tienen que tomar decisiones individuales cuando los colectivos identitarios se dejan arrastrar, en condiciones que lo facilitan, por la ira colectiva que lleva a cabo exterminios domésticos.
Cuando digo «en condiciones que lo facilitan», me refiero a sistemas o a ambientes totalitarios en que se justifica la violencia, no digamos en caso de guerra. En Jedwabne coincidían ambas circunstancias: un sistema y un ambiente totalitario propiciado por las ocupaciones, soviética primero y nazi después (el cambio se produjo en 1941 cuando Alemania rompió el pacto de no agresión con la URSS y la atacó), y un contexto de guerra que potenció los resentimientos e incitó a actuar bajo los peores instintos a la población polaca no judía. Estas situaciones nos advierten sobre la condición humana y hasta dónde pueden llegar los seres humanos en condiciones que facilitan lo peor.
Los estratos superiores de la sociedad polaca influyeron en las masas populares imbuidas de su tradicional antisemitismo, el clero reaccionario católico venía sembrado el odio a los judíos por haber crucificado a Jesucristo y, además, existía el deseo de apoderarse de la riqueza que tenían algunos judíos, tres aspectos que influyeron en el colaboracionismo que una parte importante de la población polaca prestó a los nazis. Fueron, en definitiva, incentivos que las personas encontraron en un régimen totalitario.
Es posible, por tanto, ser víctimas y verdugos. La población polaca no judía padeció la represión nazi, pero una parte importante de dicha población colaboró voluntariamente con los nazis y se convirtieron en verdugos de la población judía y gitana. Esa es la cruda realidad que hoy siguen sin querer aceptar. Este libro tiene el mérito de dejar al descubierto esa verdad tantos años ocultada para mayor gloria de los protagonistas de dicho colaboracionismo en el exterminio. La propia historiografía ha estado contaminada, según Gross, por el antisemitismo, convirtiendo temas de estudio relacionados con la historia de los judíos en Polonia en materias prohibidas.
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[1] JAN T. GROSS, Vecinos. El exterminio de la comunidad judía de Jedwabne


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