martes, 13 de diciembre de 2016

IMRE KERTÉSZ, Kaddish por el hijo no nacido

El kadish es uno de los rezos principales de la religión judía, se trata de una plegaria que se reza solo en público. Existen varias clases de kadish según la ocasión, pero el que ha alcanzado más relevancia es el kadish de los huérfanos, la plegaria en memoria de los muertos. Es con esta acepción con la que más se conoce.
Kertész escribe en esta breve e intensa obra de 147 páginas una auténtica plegaria por el hijo no nacido en la que tienen cabida otros temas relevantes sobre la vida (mejor la supervivencia), la escritura, el amor, el matrimonio y, como no, su condición de judío. Se trata de un texto exigente porque apenas hay puntos y aparte, su lectura exige concentración, tiempos largos de lectura (una nunca sabe dónde dejar de leer por la continuidad del texto) y lentitud.
Estamos ante un texto sin concesiones, austero, brutal incluso, en el que al utilizar el estilo testimonial (un hombre nos habla de sí mismo, se confiesa literalmente),  resulta de una honestidad descarnada, desgarradora.


El libro empieza con un ¡No! contundente, sin titubear y de manera como quien dice instintiva (7). Un ¡No! que alcanza su verdadera dimensión en su negativa a tener hijos cuando se lo plantea su pareja:
“¡No!”-- nunca podré ser padre, destino, dios de otra persona,
“¡No!”-- nunca podrá ocurrirle a otro niño lo que me ocurrió, la infancia (112).
Y partiendo de esta negativa rotunda empieza a contarle a su mujer, o tal vez a sí mismo, la historia de su infancia, con toda la obsesión y prolijidad, sin inhibirse, durante días, semanas, de hecho la sigo narrando, aunque ya no a mi mujer. Su niñez marcada por el padre, por la autoridad incontestada, por Auschwitz. Una niñez que relata en busca de la lucidez que es lo mismo que decir la autoliquidación consciente…, palada a palada Kertész cava su propia tumba en las nubes (23) (…) en los vientos, en la nada (145).
Sobre su condición de judío, el autor afirma que él y su familia no eran verdaderos judíos, eran no-judíos, judíos urbanos, judíos de Pest. Es decir, no eran practicantes de oración por la mañana, por la noche, antes de comer, oración con el vino, como comprobó en su infancia que lo eran sus tíos con quienes le enviaron unas vacaciones de verano. Sin embargo, inesperadamente, su condición de judío se hizo relevante por cuanto tal condición implicaba en general la sentencia de muerte. Y así aprendió a hacer las paces con la idea de su ser judío, igual que lo hace con otras ideas desagradables (32).
Pero Kertész descubre también en su monólogo porqué escribe. Afirma que escribía porque tenía que escribir (39); quizás consideraba la escritura como una huida (…) y hasta una salvación, la salvación de mí mismo y, a través de mí, de mi mundo material y (…) espiritual (40).
Y en el camino hacia la lucidez, descubre que:

(…) escribir sobre la vida equivale a pensar sobre ella, que pensar sobre la vida equivale a cuestionarla, y que solo cuestiona su propio elemento vital aquel a quien este elemento asfixia o quien de alguna manera se mueve en él de un modo contrario a la naturaleza. Descubrí que no escribo para buscar la alegría sino todo lo contrario: que por medio de la escritura busco el dolor, el dolor más intenso, casi insoportable, seguramente porque la verdad es dolor, y la respuesta a la pregunta sobre qué es el dolor, escribí, es muy sencilla: la verdad es lo que consume, escribí (104).

Y todas estas reflexiones acaban en Auschwitz. Y la constatación de que el totalitarismo ha existido (y puede volver a existir) porque las personas contribuyen a que exista con la esencia de sus vidas y hasta con su mera conservación en tanto que se aferran a conservar sus vidas. Hay por ello una rebelión del autor hacia la idea de que Auschwitz no tiene explicación, por el contrario Kertész piensa que el mal siempre tiene una explicación racional y que lo que no la tiene es el bien (53), porque para que el bien actúe es precisa la libertad, es decir, aquello que no debía hacer y que ninguna persona en sus cabales espera del ser humano. Por fortuna el mundo es nuestra quimera llena de sorpresas inconcebibles (60).
Su posición está teñida del pesimismo de una vida basada en su inconcebible supervivencia. Y un pronóstico desgarrador y desolador:

(…) aunque obviamente nada sea idéntico a nada ni nadie idéntico a nadie, también es evidente que, tras el fugaz interludio de una generación, todo vuelve a ser igual e incluso cada vez más igual (114).


Kertész mereció un Nobel en 2002, su valía como escritor crecerá con el paso del tiempo, estoy segura.

2 comentarios:


  1. Parece muy dura esta lectura por distintos motivos...

    Besos!!

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  2. Es muy dura, pero a la vez es una lectura que vivifica.

    Besos!!

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