Dice Imre Kertész, en el ensayo “El intelectual superfluo”, que la tarea
del arte es oponer el lenguaje humano a la ideología, recuperar la capacidad de
imaginación y recordar al hombre su origen, su verdadera situación y su destino
humano. Por eso la opción del arte solo puede ser radical.
Ramón Acín (Huesca, 1888), representante del arte de vanguardia de los
años de entreguerras utilizó el arte de forma radical para denunciar la negra noche: la muerte, la falsedad de
la máscara, el clero y las creencias que conducen a la oscuridad del fanatismo,
la guerra, el maltrato animal o la violencia social aparecen en sus dibujos a
lápiz sobre papel con un lenguaje expresionista y lleno de emociones que
pretenden retornar a la armonía humanista.
La luz se expande a través de su opción radical por un arte como
antídoto frente a la violencia y a través del compromiso social e individual
con el anarcosindicalismo y con la libertad que conllevaba dicha opción
ideológica. Por eso el recorrido concluye con la posibilidad de la revolución
social, unir luz, vida y transformación, y para ello nada mejor que la
educación, la transformación de la persona a través del conocimiento.
Muchos pensadores y escritores como Kertész, Vasili Grossman, Primo
Levi, George Steiner o José Saramago consideran que la bondad es lo que en
última instancia, ante una grave situación de violencia como la vivida en los
años treinta y cuarenta, salva al ser humano y Acín era, por encima de todo, un
hombre bueno. Un hombre que hubiera encajado muy bien en la Internacional de la Bondad que Saramago
decía querer fundar si hubiera podido.
Acín soñaba con un mundo que suprimiera las injusticias sociales, un
mundo respetuoso con la naturaleza y los animales que la habitaban, un mundo
que permitiera el acceso de las clases populares a la educación y la cultura,
un mundo sin violencia, sin estado, un mundo libre. Su pensamiento de rebelde
ácrata lo sentenció a muerte un mes después del
golpe de Estado y del inicio de la guerra y la revolución. Diecisiete
días después fue fusilada también su compañera Concha Monrás y sus dos hijas,
Katia y Sol, quedaron huérfanas en una España en guerra. Muchos años después
Katia expresó todo ese horror plásticamente como puede apreciarse también en la
exposición que puede visitarse gratuitamente en la cuarta planta del IAACC
Pablo Serrano de Zaragoza.
ResponderEliminarNo lo conocía, pero me gusta especialmente el pensamiento, la intención que subyacen en su obra tal cual lo cuentas...
Besos!!
Me alegra darte a conocer a un anarquista de los muchos que nada tenían que ver con el estereotipo que el poder insiste en dar de ellos y ellas.
ResponderEliminarBesos!!