La guerra civil española, y la revolución social,
que se desencadenó en julio de 1936 tuvo muchos componentes: social, político,
cultural, militar, etc. En ese “etc” se encuentra el componente de género que
estuvo presente en el conflicto bélico y también en el proceso revolucionario
que el anarquismo puso en marcha en España. Las mujeres, que habían mejorado
con lentitud su situación de marginación y subordinación sistemática (mejora acelerada
en el aspecto jurídico durante la II República), se jugaban mucho en el proceso
de guerra-revolución y se lanzaron decididas a no permitir el retroceso que
supondría la victoria del bando insurrecto.
Mujeres Libres, tanto la revista en mayo, como la
organización entre julio y septiembre de 1936, nació en guerra, nació en revolución.
Las mujeres que formaron parte de esta red
de cordialidad (Lucía Sánchez Saornil, Mercedes Comaposada, Amparo Poch, Soledad Estorach, Pepita Carpena,
Concha Liaño, Pilar Granjel, Nicolasa Gutierrez (Nic), Apolonia y Felisa de
Castro, María Cerdán, Elodia Pou, Áurea Cuadrado y otras muchas), como la llamó Lucía Sánchez, se lanzaron a contribuir
al éxito de la emancipación social y de género. Partiendo de las
dos primeras agrupaciones, la de Madrid y la de Barcelona, la organización se extendió y llegó a tener alrededor
de 20.000 afiliadas y 147 agrupaciones con incidencia especial en el Centro (15
agrupaciones más 13 en barriadas de Madrid) y en Cataluña (40 agrupaciones más
las 6 en barriadas de Barcelona), seguidas de Aragón (14 agrupaciones de las
que solo se han localizado 5), Valencia (28 agrupaciones) y Andalucía (dos
agrupaciones: en Granada y Almería).
“Mujeres
Libres”, que se expresó a través de la revista del mismo nombre, fue la única
organización que en la década de 1930 se propuso luchar por la liberación de la
mujer con autonomía de su propio entorno libertario y con objetivos de género
propios a los que no renunció por ganar la guerra o por ganar la revolución,
conscientes de que sin la liberación de género no habría victoria posible.
Muy pronto
quedó claro que la guerra no sería breve, y que requería el sostén
de la retaguardia y el concurso de las
mujeres, nadie dudó de la necesidad de que se movilizaran, especialmente en las
zonas donde la revolución acompañó a la guerra. Las mujeres accedieron al
espacio y a las responsabilidades públicas y se produjo una inversión de los
roles tradicionales.
El conflicto
bélico constituyó una experiencia de
libertad y de responsabilidad sin precedentes para las mujeres. La mayor parte
de las trabajadoras tomaron conciencia de sus capacidades y valoraron su nueva
independencia económica. Sabemos poco de la naturaleza íntima de la guerra pero
sí conocemos que se produjo un crecimiento de las tasas de ilegitimidad durante
el conflicto. Y es que la gran novedad fue que la mujer tenía que vivir sola,
salir sola y asumir las responsabilidades familiares sola, algo que siempre se
había considerado imposible y peligroso. Las mujeres conquistaron la libertad
de movimientos y de actitud en la soledad y el ejercicio de responsabilidades:
libres del corsé, de los vestidos largos y ajustados, de los sombreros molestos
y, a veces, de los moños y las trenzas, aparecieron los peinados de las mujeres
masculinizadas, el uso del pantalón con el que el cuerpo femenino podía moverse,
podían salir solas, explorar la sexualidad y, a veces, decidir la vida propia. Lucía
Sánchez es el ejemplo más claro de esta ruptura de estereotipos en esa imagen
en la que camina al lado de Emma Goldman con el pelo corto, pantalones y
corbata, pero no es un caso único. En Barcelona las mujeres de los ateneos,
antes de la guerra, eran tachadas de prostitutas por atreverse a llevar
pantalones -incluso pantalones cortos- y
cortarse el pelo.
Su
grado de conciencia feminista llevó a estas mujeres a cuestionar el sistema
patriarcal y a vincular la emancipación femenina con la transformación
revolucionaria. Con una gran modernidad de planteamientos asentaron la libertad
femenina a partir del desarrollo de la independencia psicológica y de la
autoestima, solo factible poniendo en valor, además de la lucha social, la
lucha individual, la llamada “emancipación interna” de la que hablaba la
anarquista Emma Goldman. De este modo, las mujeres se convertían en sujetos de
su proceso de liberación, que no solo se basaba en la independencia económica,
sino en el empoderamiento y la afirmación de la personalidad femenina.
Liquidada
la revolución y perdida la guerra, el triunfo del bando insurrecto propició una
dictadura con rasgos fascistas que supuso una derrota de género de grandes
dimensiones unida a la derrota política, social, económica y cultural. El nuevo
régimen fue un duro correctivo para estas mujeres que, o marcharon al largo exilio,
o vivieron un auténtico exilio interior intentando mantener una lucha constante
por negar la sumisión femenina impuesta por el franquismo.