La proclamación de la República
La Genealogía de cien años que floreció a partir
del mismo 14 de abril de 1931, cuando se proclamó la II República, había unido a las mujeres españolas de manera ininterrumpida por eslabones de
sororidad. Fue el magma a partir del cual, minorías adelantadas a su tiempo,
propiciaron los avances jurídicos y
políticos, que se dieron a partir de 1931.
El ambiente de fiesta popular, que caracterizó los primeros días de fervor
republicano en abril de 1931, fue acompañado por la presencia de las mujeres en
las calles. Presencia que fue importante numérica y simbólicamente: una de las
imágenes que más vivamente evoca aquellos días de abril es la de los grupos de
modistas en Madrid, paseando cogidas del brazo y engalanadas con gorros frigios
y escarapelas tricolores. Esta novedosa libertad femenina, la confusión de
fronteras entre lo público y lo privado y el abandono del espacio doméstico
para invadir la calle y hacerse presente en los reductos de la masculinidad,
incluido el Parlamento, pasaron a representar la apertura del nuevo régimen,
pero también la amenaza que podía suponer para otros sectores de la población.
La República significó, para las mujeres que luchaban por la emancipación, la
esperanza de que los gobiernos recogerían las propuestas en favor de un nuevo
estatus para la mujer que implicase una cultura igualitaria en el plano
jurídico que tuviera repercusiones en el ámbito laboral, cultural y educativo. El
nuevo régimen desarrolló, por primera
vez en la historia de España, elementos políticos definitorios de la modernidad del Estado como son la
democratización, la laicidad y la igualdad de sexos. Analizar el significado de
la República en la vida de las mujeres supone analizar la mezcla de cambios y
continuidades que caracterizaron a la condición femenina en este breve periodo de
tiempo, así como la evolución del sistema de género escindido entre tradición y
modernidad.
Los políticos republicanos fueron sensibles a la situación de desigualdad
jurídica vivida por las mujeres, conscientes de que la mejora de la condición
femenina era un elemento indispensable de la modernidad del nuevo régimen. Por
tanto, el Gobierno Provisional (abril/junio 1931) de la República y después las
Cortes Constituyentes (junio/diciembre 1931) y luego ordinarias, aprobaron
leyes y decretos tendentes a su integración en la sociedad civil. Estas leyes
resultaron, a veces, contradictorias y paternalistas, por ejemplo las del
mundo laboral (las bases de trabajo elaboradas por los Jurados Mixtos prohibían
expresamente la actividad laboral de las mujeres en algunos sectores para
evitar el paro masculino; la reclamación del salario familiar para que las mujeres
no tuvieran que trabajar fuera de casa defendido por la UGT y el PSOE).
CLARA CAMPOAMOR
Otras resistencias
a modificar el sistema de género se manifestaron claramente cuando se trató de plasmar
en el texto constitucional la igualdad de los dos sexos y, concretamente, el
derecho al sufragio. Clara Campoamor, que luchó denodadamente para que se
aprobara el voto para la mujer, se expresó así cuando se estaba debatiendo el tema
(encontrándose con la oposición de las diputadas del Partido
Radical-Socialista, Victoria Kent y la socialista Margarita Nelken) y temió que
no fuera aprobado:
El primer artículo de la Constitución podría decir que España es una República democrática y que todos sus poderes emanan del pueblo; para mí, para la mujer, para los hombres que estiman el principio democrático como obligatorio, este artículo no diría más que una cosa: España es una república aristocrática de privilegio masculino. Todos sus derechos emanan exclusivamente del hombre.
Con la adopción del sufragio femenino se puede hablar por primera vez de
sufragio universal, de ciudadanía femenina y de una verdadera República
democrática.
Además del sufragio femenino, en el artículo 43 se aludía al modelo de
familia y se establecía un modelo de matrimonio civil, laico e igualitario,
además de recogerse la posibilidad del divorcio. Se equiparaba en derechos a
los hijos/as habidos dentro y fuera del matrimonio. Pese a estos avances, el modelo
de familia seguía siendo el de la familia tradicional puesto que el Código
Civil seguía considerando al marido como representante legal de la esposa.
En resumen, pese a las
resistencias al cambio, se favoreció
la participación de las mujeres en la “res publica” y el asociacionismo
político femenino creció de forma exponencial. Además, apareció el interés
de los partidos hacia las mujeres, convertidas en potenciales votantes y, por
tanto, también su interés hacia temas que las atañían directamente. Lo que
marca este periodo, por tanto, es la ocupación por parte de las mujeres de
un espacio nuevo, el espacio público, en el que se desarrollaron
posibilidades inéditas para la sociabilidad femenina.
Asociaciones y organizaciones
femeninas
Como hemos dicho, la entrada de las mujeres en la arena política provocó un
afloramiento sin precedentes de asociaciones y organizaciones femeninas.
Algunas que ya existían
incrementaron notablemente su número. Era el caso de la ANME, el Lyceum Club, la
Cruzada de Mujeres Españolas o las Agrupaciones Femeninas Socialistas.
En lo que respecta a las nuevas
organizaciones de carácter republicano, algunas nacieron de un impulso
individual como la Unión Repúblicana Femenina, creada por Clara
Campoamor o la Asociación Femenina de Educación Cívica, de María
Lejárraga, fundadas recién iniciada la República.
Otras organizaciones nacieron del contacto con
movimientos de carácter internacional como el filocomunista Comité Nacional
de Mujeres contra la Guerra y el Fascismo (1933), sección española del
Comité Mundial, con sede en París, que posteriormente cambió su denominación
por la de AMA (Agrupación de Mujeres Antifascista). Esta organización,
adherida a la Tercera Internacional, reunió a un amplio espectro político (desde
comunistas a republicanas y católicas).
Desde el obrerismo, CNT y UGT
sirvieron de espacio para que miles de mujeres se organizaran sindicalmente y
batallaran junto a sus compañeros por mejorar su situación laboral, fueron para ellas auténticas
escuelas de militancia en las que intentaron moverse sin dejarse amilanar por
los hombres. Este fue el origen de “Mujeres Libres”, ya que su germen se dio en ciudades industriales de Cataluña antes de
acabar la Dictadura de Primo de Rivera y eran grupos procedentes de los
sindicatos, especialmente del textil, que se reunían para preparar previamente
las reuniones mixtas. Cuando se creó en Barcelona, en 1934, el “Grupo Cultural
Femenino”, las mujeres que lo componían, que procedían de la CNT, tenían ese objetivo de fomentar la
solidaridad entre ellas y adoptar un papel más activo en los sindicatos y el
Movimiento Libertario.
MERCEDES COMAPOSADA
En Madrid, Lucía Sánchez Saornil y Mercedes Comaposada,
constituyeron el grupo “Mujeres Libres” y emprendieron una tarea similar pero
no idéntica ya que tenían objetivos más centrados en la cultura que en el
sindicalismo. No fue hasta principios de 1936 cuando los dos grupos supieron de
la existencia del otro y empezaron a reunirse conjuntamente. “Mujeres Libres” no
tuvo como base el oficio sino una organización
autónoma, de clase y anarquista. Se organizaron en agrupaciones de pueblo o de barriada, en las ciudades,
que constituían un Comité que se coordinaba por provincias, regiones y
finalmente a través de un Comité Nacional.
Llama especialmente
la atención la actividad organizativa y propagandista desplegada por las mujeres católicas y conservadoras, una
actividad paradójica si tenemos en cuenta que esta agitación y activismo iba en
contra de sus propios principios que postulaban el hogar y el espacio privado
como el lugar apropiado para la mujer. La derechista Acción Femenina
Nacional, que posteriormente cambió este adjetivo por Popular, cuyo lema
era “Religión, Patria, Familia, Propiedad, Orden y Trabajo” contaba en 1931 con
8.000 afiliadas. La sociedad “Aspiraciones” con 3.000 afiliadas en 1932
era antirrepublicana, antilaica, antisemita y admiradora de Hitler. En 1934
apareció la Sección Femenina de Falange de ideología fascista. Pero las
más activas en los inicios de la República fueron las mujeres católicas, en
particular pertenecientes a la Acción Católica de la Mujer. Los ataques
republicanos a los privilegios de la Iglesia, así como las reformas que
afectaban a la familia, a la educación y a la condición femenina eran
interpretados por el sector católico como ofensas a la propia “personalidad
femenina”. Animadas por la propia jerarquía eclesiástica se movilizaron para
luchar contra la laicización y la supuesta destrucción de la familia.
La victoria del centro derecha
(1933-1936) y el consiguiente cambio de rumbo
ideológico, con la formación del Gobierno Lerroux, marcó un crecimiento en
la toma de conciencia política de las mujeres de centro izquierda, que se
acentuó a raíz del movimiento revolucionario de Asturias en 1934. En un contexto de radicalización
social y política, las organizaciones femeninas tendieron a unirse con las
masculinas y las posiciones se hicieron más definidas y enconadas entre las
izquierdas y las derechas. En definitiva, entre 1934 y 1936, se produjo una
intensa movilización de las organizaciones femeninas de centro izquierda
repartida entre acciones a favor de los presos, huelgas y manifestaciones. Fue
un momento de extraordinaria actividad política en el que las mujeres recibían
responsabilidades y eran llamadas a participar en la lucha por parte de los
hombres.
En
lo que respecta a las mujeres conservadoras, el proceso es en cierto
modo el inverso y se detectó un retraimiento en el activismo anterior, un
cierto “regreso a lo privado”, promovido por la Iglesia y los dirigentes
políticos de derechas que estaban ahora al frente del Gobierno.
Debates
feministas durante la Guerra Civil
Al
producirse el alzamiento militar, miles de mujeres irrumpieron en el escenario
público en defensa de la República y/o de la revolución social. Durante la
guerra las mujeres alcanzaron una visibilidad y un reconocimiento jamás logrado.
FEDERICA MONTSENY
Algunas llegaron a desempeñar responsabilidades políticas como fue el caso de
la anarquista Federica Montseny primera mujer ministra en España al detentar la
cartera del recién creado Ministerio de Sanidad y Asistencia Social. Montseny nombró como colaboradoras a la Dra. Mercedes Maestre
(UGT) en Sanidad y a la Dra. Amparo
Poch (“Mujeres Libres” y CNT) en Asistencia Social, cuando esta se
trasladó en el otoño de 1937 a Barcelona fue directora del Casal de la Dona
Treballadora dedicado a la capacitación de la mujer obrera. En los pocos
meses que Montseny fue ministra (nov. 1936-mayo 1937) elaboraron, entre otros
proyectos, uno de Despenalización del Aborto, inspirado en el que había
aprobado el Conseller anarquista de la Generalitat, García Birlán. Otras
mujeres de renombre fueron la socialista y posteriormente comunista Margarita
Nelken o la conocida dirigente comunista Dolores Ibarruri, Pasionaria.
DOLORES IBARRURI, PASIONARIA
No se produjo una identificación unitaria en torno a
un proyecto común entre las mujeres que se
movilizaron por la causa republicana, divididas ellas, como las organizaciones
mixtas, entre partidarias de la revolución social y contrarias.
La AMA llegó a aglutinar a más de 60.000
afiliadas, comunistas, socialistas, republicanas y católicas vascas. Su agenda
de actuación se centró en la lucha antifascista, la defensa de la paz, la
cultura y la libertad. Al actuar bajo la tutela del PCE, rechazó cualquier
iniciativa de transformación revolucionaria y su actividad se vio absorbida por
la lucha antifascista.
“Mujeres
Libres” y el Secretariado Femenino del POUM se
diferenciaron de la AMA al participar en la revolución social puesta en marcha en
julio de 1936 junto con la guerra civil. “Mujeres Libres” movilizó a más de
20.000 mujeres, mientras la capacidad de movilización del POUM fue mucho menor.
AMPARO POCH
“Mujeres Libres” demostró un grado de
conciencia feminista muy desarrollado al cuestionar el sistema patriarcal y
vincular la emancipación femenina con la transformación revolucionaria, es
decir, uniendo lucha de género y lucha de clases. Con una gran modernidad de
planteamientos asentó la libertad femenina a partir del desarrollo de la
independencia psicológica y de la autoestima, solo factible poniendo en valor
la lucha individual, la llamada “emancipación interna” de la que habían hablado
Teresa Claramunt y Emma Goldman. De este modo, las mujeres se convertían en
sujetos de su proceso de liberación, que no solo se basaba en la independencia
económica, sino en el empoderamiento y la afirmación de la personalidad
femenina.
“Mujeres Libres”, a diferencia de la AMA si
luchó por su autonomía dentro del Movimiento Libertario que no fue bien aceptada por éste, desarrollándose sus
relaciones en un ambiente de considerable tensión. “Mujeres Libres” pagó un
alto precio por su autonomía: nunca tuvo los fondos o el apoyo organizativo que
deseaban. Les fue negado el acceso a las discusiones y a los debates sobre
tácticas políticas en curso, limitación que intentaron superar solicitando, a
través de un Informe (con información
detallada sobre la organización femenina) en el Pleno Regional del Movimiento
Libertario (octubre de 1938), su incorporación autónoma al Movimiento
Libertario. La solicitud fue rechazada.
El fin de la guerra civil,
que tuvo, como se ha visto, un componente de género, dio lugar al franquismo
que cortó de tajo violentamente una genealogía femenina de más de cien años y
con ella el camino de la emancipación femenina que la II República había
acelerado en el aspecto jurídico y político.
DERROTADAS PERO NO VENCIDAS...
Una de las muchas mujeres
olvidadas, poeta, activista feminista, lesbiana y anarquista, decía poco antes de acabar la guerra:
Por muy derrotados que estemos no nos consideramos vencidos; y desde nuestra miseria física aún podemos mirar con desprecio la miseria moral de un ultraderechismo (…). No nos importa. El antifascismo español siente la dignidad de su misión; sabe que ha realizado una obra; que ha escrito en la historia, para ejemplo del mundo, una página cuya profunda y luminosa huella no pueden borrar los inmundos escupitajos de la chusma fascista.
Lucía Sánchez Saornil, “Indomables”, Nosotros, 9 de marzo de 1939