viernes, 23 de octubre de 2015

HOLOCAUSTO. IMRE KERTÉSZ, Un instante de silencio en el paredón. El holocausto como cultura.

Mejor que una pequeña biografía de Imre Kértesz, nacido en Budapest en 1929, prefiero darle la palabra con estos dos estupendos fragmentos que él mismo recoge en este libro sobre sí mismo:

Nació en el primer tercio del siglo XX, sobrevivió a Auschwitz y pasó por el estalinismo, presencio de cerca, en tanto habitante de Budapest, un levantamiento nacional espontáneo, aprendió, como escritor, a inspirarse exclusivamente en lo negativo, y seis años después del final de la ocupación rusa llamada socialismo –o, si se quiere, del siglo XX desde un punto de vista histórico-, encontrándose en el interior de ese vacío voraginoso que en las fiestas nacionales se denomina libertad y que la nueva constitución define como democracia –aunque también lo hiciera la anterior, la socialista- se pregunta si sirven de algo sus experiencias o si ha vivido del todo en vano (29).
 
(…) basta con analizar mi propia identidad político-social para desorientar a mis oyentes de igual manera que a mí mismo: soy judío, pero apenas conozco las tradiciones judías y lejos de mi está el nacionalismo judío; me considero un hombre de convicciones conservadoras, pero políticamente me hallo en el lado liberal; apuesto por la democracia, pero no creo en la igualdad de los seres humanos, me resisto a aceptar el principio de la mayoría y me repugnan las masas, la manera en que se las suele dirigir, tener a raya y divertir, así como la amenaza inherente a ellas, que en el fondo pone en peligro las ideas más elevadas de quienes en todas las épocas han sido pocos, ideas que siempre han creado los valores humanos (39).

Tras diversos premios literarios le fue concedido el Premio Nobel de Literatura en 2002.


Diez ensayos, con formato de conferencia y artículo, retratan la frágil experiencia del individuo frente a la bárbara arbitrariedad de los acontecimientos que ahogaron a Europa en una verdadera matanza, especialmente en las llamadas “Tierras de sangre”, en el Este, siguiendo la denominación del historiador Timothy Snyder.
Nuestra mitología moderna empieza con un gigantesco punto negativo: Dios creo el mundo y el ser humano creó Auschwitz (18).
Estos breves ensayos muestran a un Kertész debatiéndose entre su querencia por Hungría y, especialmente, por su ciudad de origen Budapest, y el desarraigo de su país que viene condicionado por la “experiencia negativa” de los campos de concentración en los que estuvo siendo apenas un adolescente. Una experiencia que se tradujo en cientos de miles de muertos de la “solución final” y que su país, Hungría, todavía no ha considerado como una pérdida. El desarraigo lo asumía como una forma de existencia espiritual  basada en la experiencia negativa, que acabó siendo una fuerza creadora de valores que hizo realidad la solidaridad enraizada en la vida individual, capaz de organizar la vida con independencia del poder… (26).

¿Y cómo no iba a sentirse desarraigado?, como dice en el primer ensayo, “Patria, hogar, país”, siempre sintió extrañeza hacia su país puesto que enseguida fue considerado, por las autoridades comunistas, como enemigo interno por su sintonía con lo que dichas autoridades llamaban intelectualidad cosmopolita y ecléctica, apátrida y desarraigada (20). De esta forma su país acabó siendo más cárcel que hogar (20). Kertész no puede sentirse integrante de su patria mientras Hungría no reconozca la experiencia negativa vivida y su fuerza creadora de valores, en especial hacer realidad la solidaridad enraizada en la vida individual, capaz de organizar la vida con independencia del poder… (26).
Pese al desarraigo, Kertész afirma, en el “El intelectual superfluo”, que es propio del ser humano el deseo de instalarse en su mundo  como en un hogar y aferrarse a algo que le haga olvidar su soledad y transitoriedad. Con este objeto, la ideología le ofrece un mundo completo, si está dispuesto a transigir. Es un mundo artificial, bien es cierto, pero protege al hombre del peligro que más lo acecha: la libertad (116). El mundo cerrado del pensamiento ejerce una atracción fascinante y no basta la duda para intentar salir de él (117). Fue su “experiencia negativa” la que lo expulso de ese mundo cerrado y seguro, quedando expuesto a la libertad siempre vigilada del estado comunista húngaro.
Dentro de ese mundo cerrado, de esa ideología que nos “regala” una narración completa del mundo para que no tengamos que pensar por nosotros mismos, Kertész cuestiona el nacionalismo y el capitalismo. Respecto al primero, afirma que en este siglo (escribe estos ensayos en la década de 1990) todo el mundo busca la identidad, demostrando así la profunda inseguridad de los seres humanos, pero también la coacción exterior, deseosa de meter a los hombres en cualquier tipo de jaula. El sentimiento nacional provocó en su día revoluciones, creó estados nacionales, inspiró a poetas y artistas, es decir, demostró ser una idea creatriz. Sabemos muy bien que es hoy en día, no es más que una de las múltiples caras de la destrucción, un rostro tan repelente como los diversos fundamentalismos o como los diferentes intentos de salvar el mundo (40).

Respecto al capitalismo y tras el hundimiento de uno de los dos mundos posibles (capitalismo y comunismo) solo queda un mundo real, el mundo triunfante del economicismo, del capitalismo, de la pragmática ausencia de ideales, carente de alternativa y, en todo caso, de trascendencia, desde el cual ya no hay camino alguno hacia la tierra, según como se mire, maldita o prometida. Se ha roto algo en el ser humano sin que se sepa exactamente qué: si el ethos de la resistencia o si cierto tipo de esperanza. Aquí estamos ahora, triunfantes, vacíos, cansados, desilusionados (45).


Nacionalismo, capitalismo y, por supuesto, el totalitarismo por él  sufrido en sus dos peores modalidades del siglo XX, son cuestionados sin piedad. Como intelectual denuncia el totalitarismo ideológico, tanto del nazismo como del comunismo, porque mata la creatividad, solo las obras que lo describen desde su lado absurdo o desde la perspectiva de las víctimas pueden tener alguna importancia y credibilidad. El totalitarismo, según Kertész, es la gran novedad del siglo XX, es la experiencia terrorífica que hizo temblar sus cimientos. ¿Los cimientos de qué? De nuestras ideas racionales habituales, responde Kertész. El totalitarismo expulsa de sí mismo y pone fuera de la ley al ser humano. Esta situación fuera de la ley, provoca la mayor arbitrariedad, dejar a millones de personas despojadas de la columna básica de su cultura y de su existencia, la ley (70). Y sobre esa situación de indefensión del ser humano, Kertész introduce otra cuña letal al señalar la facilidad con que los regímenes dictatoriales totalitarios disuelven la personalidad autónoma y con que el ser humano se convierte en pieza constituyente, sumisa y perfectamente ajustada del dinámico engranaje estatal. Esta afirmación espanta porque no es mera especulación sino constatación de lo ocurrido en el contexto de la II Guerra Mundial, y nos espanta que podamos caer nosotros mismos en ese engranaje y que nuestro ser racional no pueda, después, reconocerse en esa posibilidad (35).

Retrocediendo a esa “experiencia negativa” de los campos de concentración, vivida por Kertész y por millones de personas más, reflexiona, por ejemplo en el “Ensayo de Hamburgo”,  sobre  el Holocausto. Dice el autor que ante un fenómeno como Auschwitz no llegaremos muy lejos con la lógica, ya que en este caso la razón fracasa. Cuanto más hincapié hacemos en su carácter irracional, tanto más apartamos de nosotros el fenómeno, tanto menos lo comprendemos, tanto menos queremos comprenderlo, porque ha sido declarado incomprensible. Traslucen la voluntad de apartar de nosotros la comprensión del simple hecho de la cosa real (31).

Auschwitz  fue la culminación de la anticultura nazi, la gran prueba:

La convivencia humana civilizada se basa, en definitiva, en el tácito común acuerdo de que el hombre no debe ser despertado para constatar que su nuda vida vale más, mucho más, que cualquier valor profesado hasta entonces. Cuando esto se descubre –porque el terror lo obliga a una situación en que debe tomar conciencia de ello (…)-, ya no podemos hablar, en rigor, de cultura por cuanto todos los valores se han venido abajo frente a la supervivencia; esta supervivencia, sin embargo, no constituye un valor cultural: no lo constituye por ser nihilista, de ser una existencia dedicada no a los otros, sino al perjuicio de los otros (33-34).

¿Qué tiene de excepcional el Holocausto, puesto que sabemos que el exterminio de seres humanos se ha producido antes de Auschwitz y en la actualidad? Kertész da una respuesta muy clara: la eliminación de seres humanos se produjo durante años de forma sistemática y convertida así en sistema mientras trascurría a su lado la vida normal y cotidiana; esto sumado al hecho de habituarse a la situación, de acostumbrarse al miedo, junto con la resignación, la indiferencia y hasta el aburrimiento. Lo nuevo es que está aceptado. Se ha demostrado que la forma de vida del asesinato es posible y vivible: por tanto, puede institucionalizarse (42). Todo se ha desenmascarado en el siglo XX:

El soldado se convirtió en asesino profesional; la política, en crimen; el capital en una gran fábrica equipada con hornos crematorios y destinada a eliminar seres humanos; la ley, en reglas de juego de un juego sucio; la libertad universal, en cárcel de los pueblos; el antisemitismo, en  Auschwitz; el sentimiento nacional en genocidio (41).

Auschwitz es un símbolo universal que lleva el sello de lo perdurable, que encierra en su mero nombre todo el mundo de los campos de concentración nazis y la conmoción del espíritu universal ante ellos (56). El holocausto no separa, une porque la universalidad de la vivencia se manifiesta cada vez más (69). No se puede, por tanto, degradar Auschwitz a un simple asunto entre alemanes y judíos, prescindir de la anatomía política y psicológica de los totalitarismos modernos o no concebir Auschwitz como una experiencia universal. Cualquier descripción que se haga de los campos no puede dejar de lado sus amplias consecuencias éticas, al igual que remarcar que el ser humano no puede salir intacto de Auschwitz. Por último, cualquier descripción debe pasar por comprender que existe una relación orgánica entre nuestra forma de vida deformada y la posibilidad del holocausto, es decir cualquier descripción tiene que incluir el hecho de que el holocausto no es algo ajeno a la naturaleza humana y no se lo puede expulsar del ámbito de experiencias del hombre (92).




¿Hay esperanza para el ser humano tras el holocausto? Las propuestas de Kertész están desperdigadas como pequeñas “miguitas” de pan que nos marcan un complicado camino en su sencillez.

El ser humano debe encontrar el camino de vuelta a sí mismo, debe convertirse en persona e individuo en el sentido radical de existencia que tiene esta palabra. El ser humano no nace para desaparecer en la historia como pieza desechable, sino para comprender su destino, para arrostrar su mortalidad y (…) para salvar su alma (49).

Solo el saber puede elevar al ser humano por encima de la historia; en la época desalentadora y desesperanzante de la historia total, el saber es la única salvación digna, el único bien (49).

En el ensayo titulado “La vigencia de los campos”, se plantea que la historia no ha sido capaz de ofrecer una explicación e incluso no ha sido capaz de concebir los acontecimientos de los campos. Y su respuesta puede ser otra clave: no lo ha sido porque no dispone de un punto de vista universal y ordenador, es decir, de una filosofía (54). Y es que la historia se basa en la razón y esta se convirtió en humo y cenizas (54). Un cuestionamiento de la historia como disciplina que me afecta especialmente y en la que es necesario meditar.

La realidad irreparable de Auschwitz debe hacer surgir la reparación: el espíritu, la catarsis. Su fuente de inspiración puede ser la Sagrada Escritura y la tragedia griega, dos fuentes de la cultura europea. Y aquí es donde disiento puesto que no veo la fuerza de esas dos “fuentes” para lograr esa reparación.


Otra posibilidad la representa el arte, en el ensayo “El intelectual superfluo”, plantea que la tarea del arte es oponer el lenguaje humano a la ideología, recuperar la capacidad de imaginación y recordar al hombre su origen, su verdadera situación y su destino humano. Por eso la opción del arte solo puede ser radical (121).

Pese a la desilusión que nos puede embargar tras el holocausto, Kertész no cierra todas las posibilidades:

(…) la desilusión es el principio de la edad adulta, que la desilusión guarda fuerza e iluminación (111).
 
Solo el recogimiento de cada persona en sí misma, el retorno a la esencia de la existencia humana, a los fundamentos del propio ser, de las condiciones individuales y sociales, pueden significar la curación de la ceguera que reina en el mundo de hoy (112).
 
Pero este relativo optimismo, o como me apunto un amigo historiador, escepticismo realista, Imre Kertész, cuyo país ha estado en el centro de la noticia por el cierre de sus fronteras a los refugiados sirios, no se despega de su maleta por si debe recoger sus cosas y marchar a sus 86 años. Concluye así su libro:

Soy un emigrante que sigue aplazando el momento de ir a buscar sus documentos de viaje. De hecho, no es tan urgente. Mientras, por qué negarlo, me he instalado aquí con bastante comodidad. Tengo un estudio donde trabajo, y un par de ojos azules acompañan mi vida. Obligado a confesarme, admito: soy feliz. Pero no está mal tener la maleta siempre preparada en la habitación, al menos como advertencia (139).
 

6 comentarios:


  1. Me quedo con los dos últimos fragmentos (112 y 139).

    Besos!!!

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  2. Y de Diario de una galera, extraigo íntimos razonamientos de plomo que afianzan los cimientos de la individualidad activa en, y frente, al arte y la literatura. Refugios seguros contra los horrores del error. Un gran pensador que me enseña estos días a reflexionar sin miedo a la consecuencias. Un beso.

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    1. Tengo esa obra esperando para ser leída. Este libro de ensayos me parece de lo mejor que he leído en mucho tiempo.

      Un abrazo!!

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  3. Siempre he creído que el totalitarismo no es posible sin la complicidad de una ingente masa social (algo que ya denunciaba Étienne de la Boétie…en 1548!), a la que considero aniquilida (o contaminada) culturalmente, porque el totalitarismo lo primero que hace, aparte de usar la violencia, es usurpar a la cultura la representación del mundo y crear un diseño ad hoc de la realidad que se ajuste a los deseos del tirano.
    Una realidad que, como bien apunta Kerstész, toma visos de normalidad y, “por tanto, puede institucionalizarse”.

    Por eso muchos intelectuales, en el sentido más humanista del concepto, fueron un objetivo prioritario, eran esas mentes que el poder no podía contaminar, doblegar, etc, así que debían eliminarlos, encarcelarlos, etc.
    Kerstész, defensor honesto de sus convicciones, fue uno más de los “cazados”.
    Su obra literaria tiene un valor que va mucho más allá de la literatura, pues ha sido testigo directo de esa ignonimia, al haber sufrido en sus carnes el horror que narra.

    Y el libro que presentas ha de tener, sin duda, ese efecto en la conciencia que se extiende más allá de la mera lectura.
    Tomo nota, amiga Laura.
    Abrazo!

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    1. Qué coincidencia, estoy leyendo Los ensayos de Michel de Montaigne y justamente ayer empecé a leer el capítulo XXVII del Primer Libro que se titula "La amistad", en él habla justamente de la amistad con constantes referencias a su amistad con Étienne de la Boétie.

      Totalmente de acuerdo en lo que señalas respecto a los totalitarismos y su persecución de mentes libres. Una pena que haya muerto pero nos deja sus obras y el recuerdo de su postura de dignidad ante los totalitarismos.

      Un abrazo!!

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