sábado, 23 de mayo de 2015

LECTURAS ENLAZADAS


Hace tiempo que sé que hay conexiones entre las lecturas que realizamos, aunque no siempre seamos conscientes de ello. El primer hecho a destacar, hay muchos libros pero una sola lectora que individualmente elije los títulos a leer. Pero al margen de esta obviedad, que cualquiera puede constatar, existen otros vínculos que nos llevan de una obra a la siguiente ejecutando una especie de danza que, paso a paso nos reafirma los temas que nos preocupan y que nos van conduciendo de forma segura.

Ocurre que, muchas veces, nos dejamos despistar por tentaciones comerciales, por sugerencias de otras lectoras/es, por intuiciones fallidas o no, y abandonamos por un momento el camino de nuestras preocupaciones más íntimas. Por esa razón tengo muy presente esta afirmación de H. Thoureau: Es importante conservar la castidad de la mente, y busco el silencio para mirar, como dice Byung-Chul Han, con calma y paciencia, dejando que las cosas se acerquen al ojo y así educar a este para una profunda y contemplativa atención, para una mirada larga y pausada.

Las lecturas se enlazan, y se entrelazan, y nos sitúan frente a los libros imprescindibles por casualidad, por azar. Carezco de un plan previo de lectura y confío en las “voces” que me susurran posibles enlaces y que, necia de mí, no siempre sigo. Cuando tengo la fortuna de que los hilos del pensamiento aparecen claros y nada me despista para seguir el hilo de Ariadna que me guía, la navegación lectora resulta segura y gratificante.




La última lectura enlazada que he tenido la fortuna de componer y que, quizás, no ha concluido en el momento de redactar estas palabras, empezó con el libro de JAVIER CERCAS, El impostor. Sus reflexiones sobre la historia, sobre el pasado como dimensión del presente y sobre la relación entre historia y memoria, me llevaron al libro, recomendado por Cercas, de PRIMO LEVI, Si esto es un hombre. Hace un tiempo que guardaba turno en mi estantería de “pendientes de lectura”. Los días de reclusión de Levi en el lager de Auschwitz llenan sus páginas de recuerdos. Levi vivió en el infierno, en cuyo interior era fácil sucumbir, vaciarse de vida y de pensamiento. Levi me guio hasta EUGEN KOGON, El Estado de la SS, una descripción minuciosa del infierno elaborada recién acabada la II Guerra Mundial. Mientras leía este libro de historia, la novela de LEE JUNG-MYUNG, El guardia, el poeta y el prisionero, me presentaba, desde la ficción, la historia de los prisioneros coreanos encerrados en una cárcel japonesa durante la II Guerra Mundial y el de BOHUMIL HRABAL, Trenes rigurosamente vigilados, para contemplar el paso de los trenes que los nazis vigilaban debido a la importancia del cargamento, durante la ocupación de Checoslovaquia.




En una tentativa para escapar de las guerras y de la pura maldad que se instaló en Europa durante la primera mitad del siglo XX, elegí una nueva novela y una biografía que me situaron de nuevo sobre la misma pista lectora. La novela de JAUME CABRÉ, Yo confieso, ambientada en la Barcelona franquista recalaba en el mal, en la Alemania nazi, en Auschwitz y en ¡Primo Levi!: Fijate en Primo Levi. Escribir, igual que dibujar, es revivir. Finalmente una biografía me introdujo en un lugar seguro, lejos de los lagers nazis, sobre la Helvética Ginebra, 400 años antes de que apareciera el nazismo, se trata del libro de  STEFAN ZWEIG, Castellio contra Calvino. Conciencia contra violencia. Me equivoqué, el tema seguía siendo el mismo: libertad de conciencia, de pensamiento y lucha, la de Servet y Castellio, contra la violencia y la manipulación ejercida por el poder dictatorial de Calvino.

El hilo de Ariadna por el que voy uniendo un libro con otro -historia, ensayo y ficción- trata de la capacidad del ser humano para ejercer un poder totalitario que pretende encorsetar el pensamiento, aterrorizar a los heterodoxos (herejes en el siglo XVI), violentar la libre conciencia, y, de modo arbitrario, eliminar físicamente a quienes el poder considera necesario. Trata de la capacidad del mal para instalarse en una sociedad, de la capacidad del ser humano normal y corriente para causar daño a sus congéneres por ideales (dice Castellio: Matar a un hombre no es defender una doctrina, sino matar a un hombre), lo pernicioso que es dejarse arrastrar por las ideas dominantes en un momento histórico determinado y abandonar la capacidad de decidir en manos de las leyes de un Estado totalitario, refugiándose en su cumplimiento necesario, lo que HANNAH ARENDT en Eichmann en Jerusalén, llamaba la banalidad del mal. Trata del colapso moral general que fue capaz de provocar el nazismo en la culta Alemania y otros muchos países europeos ocupados por ellos en los que el colaboracionismo predominó. E incluso el colapso moral que produjo entre las víctimas para salvarse del exterminio incluso negociando con los criminales.
Por fortuna, porque si no la vida sería insufrible, en ese enlace de lecturas aparecen seres excepcionales que, perdidos en un océano de confusión, de muerte y de terror, supieron discernir lo más elemental del comportamiento humano y se mantuvieron internamente libres para discernir lo que estaba bien y lo que estaba mal. Seres excepcionales para actuar con normalidad en momentos excepcionales. Su existencia nos regala la esperanza en el género humano, ayer y hoy.

Y me parece que esta línea de pensamiento que llevo semanas tejiendo aún no ha acabado puesto que he empezado la lectura de CZESLAW MILOSZ, El poder cambia de manos.

miércoles, 13 de mayo de 2015

LIBERTAD


Es difícil conocer a alguien que rechace el sueño de ser libre, sin embargo, hay una teoría social que la convierte en una seña de su idiosincrasia, me refiero al anarquismo.
En la base del anarquismo hay una defensa radical de la libertad individual entendida como derecho absoluto de cada ser humano a actuar ateniéndose únicamente a los dictados de su propia conciencia  y de su propia voluntad. Por encima del individuo  no existe ningún tipo de construcción ideal o social (dios, rey, razón de Estado, organismo social, etc.) que justifique decisiones limitadoras de la libertad individual. Esta manera de entender la libertad provoca siempre un exceso de responsabilidad en la toma de decisiones (personales o de cualquier tipo), ya que nunca se puede apelar a la responsabilidad de “otros” y requiere una meditación seria sobre la mayoría de los actos de la vida que, a veces, resulta agotador. La responsabilidad en las consecuencias es total, nadie puede exculparnos o perdonarnos de los errores cometidos, salvo nosotros mismos.

Esta idea de libertad individual nos puede hacer pensar que se basa, por tanto, en el individualismo extremo. Aunque es cierto que  existe ese individualismo, la libertad no está enfrentada a la sociedad, sino a la autoridad. El individualismo no es una declaración antisocial, puesto que el ser humano desarrolla una sociabilidad natural, decía Ricardo Mella (Natura, 1905):
 “Cada uno es un todo para sí, pero es algo para los demás. En vez de limitarse cada uno de nosotros, ensancha su esfera de acción mediante las relaciones de igual a igual”.

La sociedad existe, por tanto, para bien de la libertad humana; en ella, y gracias a ella, ejerce el individuo su libertad y logra la expansión de su personalidad.
Por tanto, el individualismo se combina con el comunitarismo. Se debe saber combinar el extremo respeto a la libertad individual con la vida en común para resolver todo aquello que afecta al conjunto de la sociedad. Dentro de la sociedad, quien defienda ese respeto de la libertad, nunca aceptara que la autoridad coaccione y limite dicha libertad. Por eso la libertad se enfrenta a la autoridad (Estado, dios, capital, etc.) no a la sociedad. La cooperación ha de ser siempre voluntaria sin necesidad de autoritarismo.  Como señalaba Bakunin, "Libertad sin socialismo es privilegio e injusticia; Socialismo sin libertad es esclavitud y brutalidad".

Cada individuo es el único juez de sus derechos y libertades; sólo el respeto a la libertad de otro le limita y sólo la acción común y solidaria es garantía eficaz para mantener la libertad individual.

Sartre decía que estamos condenados a ser libres, la idea misma de libertad es hermosa, asumir plenamente su significado, a veces, provoca la renuncia a ella, el miedo a la libertad que señalaba Erich Fromm. La libertad según Fromm está íntimamente ligada al individualismo, se alcanza en la medida en la que somos capaces de renunciar a factores que nos protegen, implica  asumir la posibilidad de equivocarse. El  proceso de individualización, de aceptar la verdadera personalidad a costa de desligarse de la dirección de la sociedad, da miedo, el aislamiento moral que conlleva es muy duro. El miedo, base del nazismo, lleva a muchas personas a buscar que alguien (un líder), o las instituciones que votamos cada cuatro años, marquen nuestra vida y someternos a ellas. Otras formas de evadir ese miedo es la destructividad  (reaccionando de manera violenta contra aquello que creemos que nos impide realizarnos), o  la conformidad automática (integración en la sociedad, o en un grupo pequeño de ésta, perdiendo por completo la individualidad, y dejando que el conjunto decida por nosotros). Barry Schwartz señala también lo que él llama la paradoja de la libertad: el incremento de las opciones de elección en la sociedad de masas provoca mayor insatisfacción e incluso cierta angustia. 

domingo, 3 de mayo de 2015

HISTORIA Y FICCIÓN

JURE KRAVANJA

A veces, la ficción es capaz de captar, con brevedad y contundencia, la verdad de la Historia en sus limitaciones y en su grandeza. No es la primera vez, ni será la última, que traigo a este espacio alguna de esas "sorpresas" con que nos deleita la literatura y nos hace repensar nuestro oficio.
La historia es una colección de objetos que encontramos lavados por el tiempo. Bienes, ideas y personalidades emergen a la superficie hasta nosotros y luego vuelven a hundirse. Algunas cosas las pescamos, otras las ignoramos, y a medida que la pauta cambia, también lo hace el significado. No podemos confiar en los hechos. El tiempo, que todo lo devuelve, todo lo cambia.

                                       JEANETTE WINTERSON, El Powerbook, p. 280.