sábado, 3 de mayo de 2014

LA POLÍTICA O EL ARTE DE DEBATIR II

Los motores de la crítica libertaria al modelo político burgués
El socialismo, cuyo origen lejano está en el jacobinismo francés de la República de 1792,  puso el acento sobre las desigualdades sociales y el aspecto formal de la igualdad que planteó la ciudadanía. La tradición libertaria, fundamentada en el anarquismo,  siendo antipolítica, no es contraria a preocuparse por la “cosa pública”, ni tampoco a interesarse por el bien común, lo que siempre ha permitido definir al anarquismo como una ideología política que discute acerca de lo justo y lo conveniente, tal y como decía Aristóteles. Esta manera de entender la política, desde la perspectiva libertaria, parte de la reducción de la actuación del Estado, puesto que su autoridad y sus exigencias son incompatibles con la libertad individual y, a través de las leyes, con la libertad necesaria en las relaciones humanas. 

MAX WANGER
El Estado, en la tradición libertaria, ha sido considerado un principio inútil y nocivo tanto en origen como para cualquier función práctica, y por eso  mismo un instrumento para la dominación de clase que propicia el mantenimiento de la explotación y la desigualdad social, tal y como hemos visto, puesto que incluso la ciudadanía social no cuestionaba el sistema capitalista que ahora ha vuelto a mostrar su peor cara a través del neoliberalismo.

Por otro lado, la política parlamentaria convierte la democracia en una artimaña para mantener la opresión, por ello el planteamiento libertario considera negativo cualquier sistema político representativo que implica la delegación de poder y que  limita la soberanía personal y la imposición de la “masa” sobre la persona (el “ideal” ácrata nunca acepta al pueblo como “masa” sino como un conjunto de individuos soberanos). Además de esos dos aspectos, la idiosincrasia ácrata es crítica con el aspecto formal de los derechos y libertades que esconde la desigualdad existente por motivos económicos. El sufragio es una ficción de quienes pretenden representar a la sociedad a través del voto, legitimando la usurpación del poder. Razones históricas justifican que una situación de poder injusta pueda cambiar a partir de la acción institucional, defendiendo la disolución de la autoridad y el gobierno, la descentralización de la responsabilidad y la sustitución de estados y organizaciones monolíticas, por un federalismo que permitía a la soberanía regresar a una organización basada en las íntimas unidades originales de la sociedad. Un federalismo que no se dirimía en las unidades geográficas actuales ni apelaba necesariamente a identidades culturales o lingüísticas. Esta posición condujo a los ácratas españoles a mantener, salvo en momentos excepcionales, una posición antipolítica bastante sólida y una opción en favor de la acción directa. 


La defensa de un nacionalismo asociado al Estado,  y vinculado a la política, ha sido un elemento ajeno a la tradición libertaria que  ha optado históricamente por el internacionalismo y el cosmopolitismo. La afirmación de la “autodeterminación de los pueblos”, concepto que surgió en el marco de la descolonización de la segunda mitad del siglo XX ha de precisarse y definirse con exactitud para evitar que la realidad actual acabe permitiendo la entrada de propuestas totalmente ajenas a la tradición libertaria y dando cobertura a la emancipación de  territorios con nuevas fronteras y lenguas, auspiciando una supuesta emancipación que sirva para la creación de nuevos Estados. 

Cuando el protagonismo de un proceso, como el que se está impulsando en Cataluña, lo tienen los agravios al territorio,  basado en una determinada  pertenencia geográfica, acrítica, sentimental e intelectualmente irrefutable y no lo tienen los agravios  sufridos por los ciudadanos y ciudadanas, deberíamos realizar una profunda reflexión acerca del papel a jugar por la opción libertaria en esa dinámica, que dirige y capitaliza un partido de derechas como CiU que está incrementando el proceso de recortes sociales y potenciando una política privatizadora que se escuda en que el  proceso independentista todo lo resolverá desarrollando un mensaje mesiánico y escenificando una acrítica unión patriótica.

No estoy planteando revoluciones decimonónicas sino la defensa de posiciones que  han definido la idiosincrasia libertaria: la disensión del sistema que conlleva disentir en la medida de lo posible de las mil exigencias del poder, es decir, del Estado y del nacionalismo identitario, sea el que sea. Buscar siempre la libertad  como luminaria en el epicentro de la sociedad y  sentar bases sólidas para aspirar  a otra manera de entender la democracia puesto que la real, dirigida por la clase política, se ha vuelto impermeable a la voluntad popular que los ha elegido. 

Convencer(nos) de que la democracia directa y asamblearia es posible, hay que comenzar en otro sitio porque la distancia producida entre la naturaleza intrínsecamente ética de la toma de decisiones públicas y el carácter utilitario del debate político, han provocado una generalizada falta de confianza en los políticos y en la política. La resistencia,  la desobediencia civil y la rebelión ética contra el poder, y en parte contra la masa social, que han puesto el dinero por encima del ser humano. Actualizar el cosmopolitismo que los nacionalistas llamados de izquierda olvidan  al materializar en el nuevo Estado, que planean incluso elegir, como una comunidad imaginaria basada en diferencias identitarias, una nación, anclada en el territorio y no en la clase social y las personas. Los movimientos antiglobalización surgidos contienen  muchos principios libertarios, como la reivindicación de la autogestión y la lucha contra las organizaciones políticas y financieras supranacionales que pretenden suplantar los poderes del Estado eliminando cualquier capacidad de la libertad individual, provocando más explotación, control e insolidaridad.

EL ROTO

Pero de todos los objetivos, el prioritario es reducir la desigualdad, si se continúa siendo grotescamente desiguales, se pierde todo sentido de la fraternidad, condición necesaria de la política. Recordar cómo se debe hablar de los problemas de la injusticia, la falta de equidad, la desigualdad y la inmoralidad, es retomar los ideales libertarios.
Libertad, antiautoritarismo, librepensamiento, rebelión interior, libertad individual, democracia directa y revuelta ética es el programa que debería guiar esa otra forma de entender la política y la representación.

Bibliografía:
Junco Álvarez, José: “La filosofía política del anarquismo español” en CASANOVA, JULIÁN  coord.: Tierra y Libertad. Cien años de anarquismo en España. Barcelona: Crítica, 2010.
Marshall, T.H. y Bottomore, Tom: Ciudadanía y clase social. Madrid: Alianza, 1998.
Paniagua Fuentes, Javier: La larga marcha hacia la anarquía. Pensamiento y acción del movimiento libertario. Madrid: Sintesis, 2008.
Rodríguez, Ramón: “¿Justicia o privilegio? La base filosófica del discurso nacionalista de la identidad”, El Confidencial, 9-02-2014.
Woodcock, George: El anarquismo. Historia de las ideas y movimientos libertarios. Barcelona: Ariel, 1979.

El contenido de este texto aparecerá próximamente en la revista  Librepensamiento.


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