Los motores de
la crítica libertaria al modelo político burgués
El socialismo, cuyo origen lejano está en el jacobinismo
francés de la República de 1792, puso el
acento sobre las desigualdades sociales y el aspecto formal de la igualdad que
planteó la ciudadanía. La tradición libertaria, fundamentada en el anarquismo, siendo antipolítica, no es contraria a
preocuparse por la “cosa pública”, ni tampoco a interesarse por el bien común,
lo que siempre ha permitido definir al anarquismo como una ideología política
que discute acerca de lo justo y lo conveniente, tal
y como decía Aristóteles. Esta manera de entender la política, desde la
perspectiva libertaria, parte de la reducción de la actuación del Estado,
puesto que su autoridad y sus exigencias son incompatibles con la libertad
individual y, a través de las leyes, con la libertad necesaria en las
relaciones humanas.
MAX WANGER
El Estado, en la tradición libertaria, ha sido considerado
un principio inútil y nocivo tanto en origen como para cualquier función
práctica, y por eso mismo un instrumento
para la dominación de clase que propicia el mantenimiento de la explotación y
la desigualdad social, tal y como hemos visto, puesto que incluso la ciudadanía
social no cuestionaba el sistema capitalista que ahora ha vuelto a mostrar su peor
cara a través del neoliberalismo.
Por
otro lado, la política parlamentaria convierte la democracia en una artimaña
para mantener la opresión, por ello el planteamiento libertario considera
negativo cualquier sistema político representativo que implica la delegación de
poder y que limita la soberanía personal
y la imposición de la “masa” sobre la persona (el “ideal” ácrata nunca acepta
al pueblo como “masa” sino como un conjunto de individuos soberanos). Además de
esos dos aspectos, la idiosincrasia ácrata es crítica con el aspecto formal de
los derechos y libertades que esconde la desigualdad existente por motivos
económicos. El sufragio es una ficción de quienes pretenden representar a la
sociedad a través del voto, legitimando la usurpación del poder. Razones
históricas justifican que una situación de poder injusta pueda cambiar a partir
de la acción institucional, defendiendo la disolución de la autoridad y el
gobierno, la descentralización de la responsabilidad y la sustitución de
estados y organizaciones monolíticas, por un federalismo que permitía a la
soberanía regresar a una organización basada en las íntimas unidades originales
de la sociedad. Un federalismo que no se dirimía en las unidades geográficas
actuales ni apelaba necesariamente a identidades culturales o lingüísticas.
Esta posición condujo a los ácratas españoles a mantener, salvo en momentos
excepcionales, una posición antipolítica bastante sólida y una opción en favor
de la acción directa.
La defensa de un nacionalismo asociado al Estado, y vinculado a la política, ha sido un
elemento ajeno a la tradición libertaria que
ha optado históricamente por el internacionalismo y el cosmopolitismo.
La afirmación de la “autodeterminación de los pueblos”, concepto que surgió en
el marco de la descolonización de la segunda mitad del siglo XX ha de
precisarse y definirse con exactitud para evitar que la realidad actual acabe
permitiendo la entrada de propuestas totalmente ajenas a la tradición
libertaria y dando cobertura a la emancipación de territorios con nuevas fronteras y lenguas,
auspiciando una supuesta emancipación que sirva para la creación de nuevos
Estados.
Cuando el protagonismo de
un proceso, como el que se está impulsando en Cataluña, lo tienen los agravios
al territorio, basado en una determinada pertenencia geográfica, acrítica, sentimental e intelectualmente irrefutable y
no lo tienen los
agravios sufridos por los ciudadanos y
ciudadanas, deberíamos realizar una profunda reflexión acerca del papel a
jugar por la opción libertaria en esa dinámica, que dirige y capitaliza un
partido de derechas como CiU que está incrementando el proceso de recortes
sociales y potenciando una política privatizadora que se escuda en que el proceso independentista todo lo resolverá desarrollando un mensaje mesiánico y escenificando
una acrítica unión patriótica.
No
estoy planteando revoluciones decimonónicas sino la defensa de posiciones
que han definido la idiosincrasia
libertaria: la disensión del sistema que conlleva disentir en la medida de lo
posible de las mil exigencias del poder, es decir, del Estado y del
nacionalismo identitario, sea el que sea. Buscar siempre la libertad como luminaria en el epicentro de la sociedad
y sentar bases sólidas para aspirar a otra manera de entender la democracia puesto
que la real, dirigida por la clase política, se ha vuelto impermeable a la
voluntad popular que los ha elegido.
Convencer(nos) de que la democracia directa
y asamblearia es posible, hay que comenzar en otro sitio porque la distancia
producida entre la naturaleza intrínsecamente ética de la toma de decisiones
públicas y el carácter utilitario del debate político, han provocado una
generalizada falta de confianza en los políticos y en la política. La
resistencia, la desobediencia civil y la
rebelión ética contra el poder, y en parte contra la masa social, que han
puesto el dinero por encima del ser humano. Actualizar el cosmopolitismo que
los nacionalistas llamados de izquierda olvidan
al materializar en el nuevo Estado, que planean incluso elegir, como una
comunidad imaginaria basada en diferencias identitarias, una nación, anclada en
el territorio y no en la clase social y las personas. Los movimientos
antiglobalización surgidos contienen muchos
principios libertarios, como la reivindicación de la autogestión y la lucha
contra las organizaciones políticas y financieras supranacionales que pretenden
suplantar los poderes del Estado eliminando cualquier capacidad de la libertad
individual, provocando más explotación, control e insolidaridad.
EL ROTO
Pero
de todos los objetivos, el prioritario es reducir la desigualdad, si se continúa
siendo grotescamente desiguales, se pierde todo sentido de la fraternidad,
condición necesaria de la política. Recordar cómo se debe hablar de los
problemas de la injusticia, la falta de equidad, la desigualdad y la
inmoralidad, es retomar los ideales libertarios.
Libertad,
antiautoritarismo, librepensamiento, rebelión interior, libertad individual,
democracia directa y revuelta ética es el programa que debería guiar esa otra forma
de entender la política y la representación.
Bibliografía:
Junco Álvarez, José: “La
filosofía política del anarquismo español” en CASANOVA, JULIÁN coord.: Tierra
y Libertad. Cien años de anarquismo en España. Barcelona: Crítica, 2010.
Marshall, T.H. y Bottomore, Tom: Ciudadanía y clase social. Madrid: Alianza, 1998.
Paniagua Fuentes, Javier: La larga marcha hacia la anarquía. Pensamiento y acción del movimiento
libertario. Madrid: Sintesis, 2008.
Rodríguez, Ramón: “¿Justicia o privilegio? La base
filosófica del discurso nacionalista de la identidad”, El Confidencial, 9-02-2014.
Woodcock, George: El
anarquismo. Historia de las ideas y movimientos libertarios. Barcelona: Ariel,
1979.
El contenido de este texto aparecerá próximamente en la revista Librepensamiento.