No deja de sorprenderme la facilidad e inconsciencia con la que nos entregamos a todo aquello que tiene que ver con lo digital, lo cibernético, lo algorítmico en cualquiera de sus modalidades. En este caso, estamos ante un libro en el que Miguel Benasayag y Ariel Pennisi dialogan sobre la Inteligencia Artificial (IA)[1].
Ahí van algunas notas sobre el libro que me parecen lo
suficientemente motivadoras como para generar interés por el libro y por la
reflexión sobre cómo afrontar los cambios que supone la IA en las luchas y las
resistencias que debemos impulsar si no queremos acabar como zombis siervos de
las máquinas.
La hipótesis del libro es que hay una singularidad de lo
vivo y que una de las principales diferencias con el funcionamiento digital y
algorítmico, es que la singularidad de lo vivo no está dada por el nivel de
información que puede manejar una inteligencia, sino por el principio orgánico
de autoafectación, entre otros aspectos. El
principio de autoafectación es un principio de roce a partir del cual es
posible pensar continuidades materiales y discontinuidades de funcionamiento
como formas concretas de generación de conocimiento sensaciones y, en el fondo,
sentido. La máquina no puede autoafectarse.
El cerebro humano no piensa, no secreta el pensamiento; el
cerebro y el cuerpo entero, con todas sus relaciones, desde el biotopo
intestinal hasta el contexto histórico, participan de la interfaz, ya que
ninguno de los vectores produce por sí mismo al pensamiento simbólico.
La IA funciona como un mecanismo sin frotamiento, que no
tiene relación con la experiencia. Mientras más vayamos en la dirección de la
delegación de funciones en la máquina, más avanza el aplastamiento del cuerpo. La
máquina coloniza el «campo biológico» y cuando lo hace empobrece la capacidad
de comprensión (que es un fenómeno corporal, es con el cuerpo que se comprende,
mientras la máquina maneja información).
Tenemos que entender la vigilancia a través de la IA como
una nueva arma de poder que cambia por completo el paisaje, el terreno y la
situación. Es un reto para todas las formas de protesta, La vigilancia
algorítmica exhaustiva y el reconocimiento facial generalizado parecen echar
por tierra cualquier atisbo de resistencia. La crítica por la izquierda tiene
que comprender que cuando estamos en el mundo algorítmico ya no estamos en el
mismo mundo en el que creímos estar.
La virtualización de la vida tanto como la
desmaterialización nos debilitan. Conforme menos estímulos sensoriales tenemos,
menos comprendemos y estamos en peores condiciones para establecer diferencias
entre lo verdadero y lo no verdadero.
Tenemos que construir un mundo de acuerdo a nuestra
naturaleza, con los cuerpos, el deseo y también la idiotez. Tenemos que asumir
la complejidad de lo vivo, donde no hay un hombre nuevo que valga, teniendo en
cuenta el desastre que fue el racionalismo y que nosotras necesitamos una
sociedad con despelote, porque sin despelote, la transparencia y la
calculabilidad de la máquina no son vivibles para nosotros.
[1]
Miguel
Benasayag/Ariel Pennisi (2024-4ª edición): La inteligencia artificial no
piensa (El cerebro tampoco). Buenos Aires, Prometeo.