Si nos mantuviéramos en
una posición doctrinaria, el debate monarquía /república sería una falsa
discusión desde una perspectiva anarquista ya que ambas son formas de Estado,
principio inútil y nocivo tanto en origen como para cualquier función práctica
según esta ideología. Considerado como instrumento de dominación de clase, que propiciaba
el mantenimiento de la explotación y la desigualdad social, sería igualmente
descartado. El anarquismo criticó la delegación de poder que suponía un sistema
representativo como el liberal (y el democrático) que se constituía en
monarquía o república como forma de Estado.
Así como no hay duda de
que la monarquía no tuvo, ni tiene, afinidades con el anarquismo que rechaza de
plano la idea misma de que la jefatura del
Estado resida en una persona, un rey o una reina, siendo un cargo vitalicio al
que se accede por derecho y de forma hereditaria, han existido afinidades
históricas en España con la república.
La
cultura democrática cobró forma en España, en el siglo XIX, como una doble impugnación a las exclusiones
políticas y sociales que implicaba la construcción del Estado liberal y las
contradicciones del capitalismo. Así fue como el republicanismo federal asimiló
el socialismo premarxista y, desde 1869, apoyó la construcción de
organizaciones obreras.
El
estado liberal consideró pronto al republicanismo federal como un movimiento
peligroso para su existencia puesto que rechazaban, a la vez, dos aspectos
sobre los que se sustentaba dicho estado: la autoridad y la propiedad. Este
planteamiento revolucionario produjo, sin duda, afinidades con el anarquismo
que se incrementaron por la huella de Proudhon en el pensamiento de Pi i
Margall. Este margen de contacto pudo (puede) provocar equívocos sobre su
afinidad pese a que las dos corrientes estaban bien delimitadas desde el punto
de vista ideológico y no podemos considerar el republicanismo federal como precursor
del anarquismo.
El
republicanismo arraigó en las clases populares y no perdió apoyos cuando
fracasó la experiencia republicana de 1873, manteniéndolos hasta bien entrado
el siglo XX cuando la competencia del anarquismo se hizo patente. Esto no fue
óbice para que se mantuviera la doble militancia republicana y anarquista en
las últimas décadas del siglo XIX. La tradición democrático-social del
republicanismo federal fue una aportación importante a la cultura radical del
obrerismo presente en anarquistas que procedían del republicanismo.
Además
de esta afinidad con el republicanismo federal, hay un segundo elemento a
considerar: la mitificación de la II República
(1931-1936). La historia
puede convertirse en moneda de cambio para justificar posturas políticas
actuales, para ello lo más fácil es construir mitos que repetidos hasta la
saciedad acaban pareciendo verdades. El mito de la bondad o maldad intrínseca
de la II República, según qué posiciones políticas lo necesiten, es uno de
ellos tal y como observamos hoy en España.
El mito que está construyendo la nueva izquierda en España,
con someras referencias a la II República, oculta sistemáticamente la política
represiva de los gobiernos de centro-izquierda republicanos. Un aspecto
relevante, que no por repetido en la historia reciente resulta menos engañoso, fue
la clara diferencia entre el discurso y la práctica del republicanismo en la
oposición, progresista e incluso radical, y el republicanismo en el poder defensor
de un mundo de orden.
En el proyecto republicano, el orden y la reforma eran
conceptos inseparables; para poder reformar las estructuras obsoletas de la
monarquía liberal era necesario que las clases populares abandonaran la lucha y
confiaran plenamente, delegando el voto
en los partidos, en su capacidad para democratizar el viejo sistema liberal. El
sueño de una república reformista se centró en la igualdad política dando menos
relevancia a la cuestión económica y social manteniendo intacta la economía
liberal. Frente al paro, muy elevado por los efectos del crac de 1929, se
aprobaron leyes draconianas como la de la Defensa de la República, la del Orden
Público y, especialmente, la de Vagos y
Maleantes.
La ley de Vagos y Maleantes pretendía separar a los parados “respetables”
de los pobres “peligrosos”, en la práctica cualquier trabajador/a que no
tuviera empleo fijo podía ser detenido por tener aspecto sospechoso. Desde las
páginas de periódicos como Solidaridad
Obrera las diatribas contra esta ley eran constantes puesto que se aplicaba
frecuentemente contra los propios
anarquistas y otros rebeldes sociales como los exiliados antifascistas de
Europa o América Latina que se encontraban en España de manera clandestina.
Después, la II República sufrió un organizado golpe de
Estado que desencadenó una guerra civil y una revolución social potenciada
mayoritariamente por el movimiento libertario y, de nuevo, las diferencias
entre las fuerzas republicanas de izquierdas contrarias a la revolución social
y el movimiento libertario provocaron la confrontación abierta (sucesos de Mayo
de 1937). La colaboración con los Gobiernos de la República durante la guerra
se produjo para intentar salvar algo de la revolución social ya fracasada. Tras
la guerra, el duro exilio, los intentos de unidad y el inicio del mito…
En conclusión, ante el
debate monarquía/república, la respuesta sería: “ni chicha ni limoná”.
Descartada la monarquía y reconociendo que hubo importantes afinidades con el
republicanismo federal en la oposición, la experiencia de la II República y la
Guerra Civil demostraron que la república es una forma de organizar un estado,
mejor que la monarquía porque la jefatura del Estado es electiva, pero que el interés
del anarquismo en esta fórmula solo podría despertar cierto interés en el caso
improbable en que cuestionara la autoridad, la propiedad privada y otros
aspectos sociales en los que no hemos entrado (por ejemplo el patriarcado) por
la poca extensión de este texto[1].
[1] Para escribir este artículo, publicado en la revista de Sevilla El Topo, me he servido de
mi propio libro: Laura Vicente (2013): Historia
del anarquismo en España. Catarata, Madrid. Y de dos artículos, el de Chris
Ealham: “Los mitos de la II República: la reforma, la represión y el
anarcosindicalismo español”. Libre
Pensamiento, nº 89, invierno 2016/2017, pp. 85-91 y el de Eduardo Higueras Castañeda: “La cuestión del
siglo: el federalismo español y las respuestas a la cuestión social en el siglo
XIX”. Libre Pensamiento, nº 94,
primavera 2018, pp. 9-15.